jueves, 25 de noviembre de 2010

Postre de vainillas al oporto


Cerramos este difícil y atareado mes de noviembre con una receta fácil y escueta: el postre de los "restos". Lleva restos de vainilla o bizcochuelo, restos de algún vino dulce -y hasta ajerezado- la crema que no terminamos de usar  el día que hicimos salsa rosa (no vencida), lo que quedó en el fondo de algún frasco de cerezas al marrasquino, más los restos de la voluntad de una que, casi llegando a fin de año, hablar de tenerla -aunque escasamente- significa que tan mal no terminará la cosa. Entonces,  cubrimos la base de una tartera o molde con vainillas o pedacitos de bizcochuelo bien embabidas en oporto o mistela (bien chorreadas).  Si no queremos usar alcohol, podemos hacer un almibar de limón: por cada tercio de azúcar, dos de agua, unas gotas de limón y ralladura; llevamos al fuego y dejamos reducir hasta punto almibar.  Agregamos por encima crema de leche apenas batida con muy poco azúcar -para que no resulte empalagoso-, luego ponemos otra capa de vainillas embebidas en almibar u oporto y así hasta que se nos terminen los restos. Decoramos con unas cerezas al marrasquino y dejamos estacionar en la heladera un buen rato para que los sabores se asienten. Y ya está.

A falta de tiempo para hacer una receta más elaborada y de escibirla con esmero y dedicación, cierro este post con una curiosa  y divertida anéctoda:
Arthur Conan Doyle, el célebre creador del personaje de Sherlock Holmes, viajó en una ocasión a Suiza. Al llegar a Zurich se montó en taxi, y una vez llegó a su destino el taxista le comentó que no le cobraría, pero que por favor le dedicara un libro. Conan Doyle, sorprendido, le preguntó al taxista que cómo sabía que era escritor, a lo que el taxista le respondió: Eso es muy fácil. Está usted en Zurich, pero sus zapatos están cubiertos de un polvo que no es de Zurich. Por el diseño de los zapatos, veo que son ingleses. Luego, es polvo inglés. Tiene una mancha de tinta en los dedos, luego, es usted escritor y escritor británico. Alucinado, Conan Doyle le respondió: “Es ud. más listo que Sherlock Holmes”. A esto el taxista le contestó: “Sí señor, además en sus maletas está escrito claramente Arthur Conan Doyle”.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El invitado de noviembre: Javier Pintos


Y el invitado de noviembre es un amigazo de toda la vida: Javi Javo Javier Pintos. Javo, entre otras cosas -es decir, aparte de ser laburante- es músico. Ha participado en varias bandas de zona sur. La primera de ellas fue El borde. Él tocaba la guitarra y lo primero que me viene a la memoria es la imagen de Javier, completamente alienado en la sala de ensayos, meta pisar el pedal fender. Siempre fue un tipo tranquilo, pero  su talón de aquiles -lo que lo ponía furioso- era cuando algún gracioso le desenchufaba el pedal, rogandole que tocara sin delay.  "Pará loco, qué hacés?", respondía descolocado. Eso data de su primer período, el psicodélico-electrónico. Entretanto hizo una pequeña incursión en "Las nómades del antro”, en donde "tocábamos" mi prima, mi hermana, Sandra (la Coli) y yo.  De allí salió expedido por tan humillante talento (es que eramos una fuerza centrífuga de la naturaleza, realmente). Luego Javi se asoció con Rafi Rafa Rafaelo y armó un dúo de música electrónica. Actualmente se hacen llamar Course. Terminada la presentación, pasamos la receta y fotos que nos ha mandado tan gentilmente nuestro queridísimo amigo. Ahora, entre nos, esta sí que es difícil! ¡No me quiero imaginar cómo le habrá quedado la cocina!

Sticks especiados con cous cous estilo marroquí (una receta de Pablo Massey).

Ingredientes:

Cous cous
Agua : 550 cc
Pasas de uva negras: 100 g
Chilli rojo fresco : 1/2 Unidad
Sal y Pimienta : A gusto
Hojas de perejil : 1/2 Taza
Manteca: 1 cdita.
Almendras : 100 g
Cous cous : 400 g
Salsa de yogurt
Jugo de limón: 1 Unidad
Yogurt natural: 300 g
Pimienta recién molida: A gusto
Aceite de oliva : 50 cc
Comino molido: 1 cdita.
Sal entrefina: A gusto
Hojas de Menta fresca : 1/2 Taza
Sticks especiados
Chilli rojo fresco : 1 Unidad
Echalottes: 2 Unidades
Aceite de oliva: Cantidad necesaria
Sal y Pimienta : A gusto
Hojas de perejil : 1/2 Taza
Hojas de cilantro : 1/2 Taza
Coriandro: 1 cdita.
Ajo en escamas : 1 cdita.
Pimentón dulce: 1 cdita.
Carne de lomo: 400 g
Azúcar rubia: Una pizca
Semillas de comino: 1 cdita.

Procedimiento
Sticks especiados
En un mortero coloque las semillas de comino, el ajo seco, coriandro en polvo, pimentón, los echalottes previamente pelados y picados groseramente y el chili rojo sin semillas, machaque. Corte el lomo en trozos, colóquelo en la procesadora y procese solo un segundo, incorpore las especias machacadas, hojas de perejil, hojas de cilantro, sal, pimienta y azúcar, procese nuevamente un par de segundos y retire. Coloque la carne en un bowl y reserve.

Cous cous
En una cacerola con abundante agua caliente incorpore la manteca y sal, retire del fuego. En un bowl coloque el cous cous y cúbralo con el agua caliente, mezcle unos segundos y tápelo con un paño limpio hasta que se hidrate por completo, mezcle cada tanto para que no se apelmace.
Salsa de yogurt
En un bowl coloque el yogurt, perfume con comino, jugo de limón, las hojas de menta picadas groseramente, pimienta, aceite de oliva y sal, mezcle y reserve.

Armado:
Tome con las manos apenas húmedas una porción de carne especiada, con la palma de la mano de forma de cordón ancho y luego pinche con un palillo de brochette, presione suavemente para que el palillo quede firme. Proceda del mismo modo con el resto de la carne. - En una sartén caliente con aceite de oliva selle los sticks de carne de todos sus lados hasta dorarlos. - Una vez hidratado el cous cous vuélquelo sobre una placa, cocine sobre una hornalla a fuego directo mientras mezcla continuamente solo unos minutos, retire del fuego, espolvoree con las almendras, perejil y menta groseramente picados, pasas de uva y el chili picado, mezcle bien.

Presentación
Sirva en un plato una porción de cous cous y tres sticks de carne especiada, acompañe con la salsa de yogurt.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Coctel de camarones


La palabra “coctel” me remite necesariamente a mi infancia. Hoy esto parece inverosímil, pero mi tía iba a un casamiento cada dos o tres semanas. De vez en cuando, una vez por año, accedía a llevar a alguno de mis hermanos o a mí. Como no podía llevarnos a todos juntos, porque ir con toda la prole quedaba feo, nos invitaba de a turnos y por separado. Llegado el momento, cada uno de nosotros y en solitario, pestañeaba con felicidad. Es que ir a un casamiento no solo significaba salir de noche a una fiesta de grandes, sino también acompañarla en todo el ceremonial. Todo comenzaba en centro de Lomas, en la dificultosa búsqueda del “género” (¡qué palabra antigua!),  pasar por una mercería que vendiera la aguja especial para la Singer, el hilo de seda, el molde de papel manteca a medida. Después  acarrear en colectivo los pequeños envoltorios por cuyas ranuras se escapaba siembre el brillo de las lentejuelas. Un poco más tarde, o tal vez otro día, íbamos a lo de la modista, que era una señora escuálida con unos anteojos verdes muy gruesos. Ella te recibía con un guardapolvos bajo el brazo y una sonrisa que se le iba arqueando con la espalda. La casa  siempre estaba muy desordenada y oscura. Un poco porque tenía mucho trabajo atrasado y  otro porque uno de sus hijos había caído preso y a ella eso le avergonzaba, por eso no prendía las luces. Cuando hablaba no se le entendía bien,  se comunicaba con frases cortas, enmarañadas, y encima casi nunca se sacaba la aguja que le colgaba de la boca. Sin embargo, cuando la razón de la visita era un casamiento, se restregaba la frente con el puño y empezaba a  escuchar y opinar con una solemnidad absoluta.

Cuando llegaba el bendito sábado y mientras mi tío repasaba el auto con  un plumero multicolor, caía mi abuela Cata con la excusa de venir a sebar unos mates. En realidad venía a chusmear el vestido y, de paso, a preguntar si en la fiesta lo primero que se serviría no sería el “coptel de camarones”. “Coptel”, esa palabra me avergonzaba cuando era chica, me hacía sentir más pobre que nadie, pero ahora, a la distancia, se me hace la expresión más rica y tierna que jamás haya vuelto a escuchar  en mi vida. En memoria de mi abuela Catalina Josefa Massolo, una genia para adulterar palabras, y en memoria de esas fiestas, donde el plato que más cascabeleaba era el coctel de camarones, va esta receta:

Para 2 personas:
3 cucharadas de mayonesa, 1 de kétchup, 1 gotas de cognac (o aceto balsámico), sal, limón, aceite de oliva, pimienta.
250 gramos de camarones (pelados y cocidos, como venden en las pescaderías)
1 palta, ¼ de cebolla morada, 1 tomate perita o 6 tomatitos cherry
Salsa: mezclar la mayonesa, el kétchup y el cognac o aceto. Pimentar, mezclar bien.
Saltear en unas gotas de aceite los camarones. Aunque ya estén cocidos, quedan mejor crocantes. No necesitan estar mucho tiempo al fuego, unos segundos de un lado y del otro. Retirar de la sartén o la plancha y dejar enfriar.  Cortar la cebolla bien finita, el tomate, la palta en cubos  y mezclar con los camarones. Aliñar con aceite, limón, sal y pimienta. Por ultimo, incorporar la salsa, a la que podemos añadir unas gotas de picante. Revolver despacio para que no se desarmen los camarones, que son bastante frágiles. Servir en una linda copa, como para que haga honor a la receta.
Y ya que anduvimos paseando por Témperley, el barrio donde me crié,  tan cercano al barrio "fino" de Adrogué, donde creció el escritor Ricardo Piglia y donde se festejaban  los casamientos a los que nos llevaba mi tía, nos despedimos de esta entrada con un fragmento de "Respiración Artificial":

Después de complicadas operaciones que ocupaban las siestas de mi infancia yo abría el cajón y en secreto espiaba los secretos de aquel hombre del que todos, en casa, hablaban en voz baja. Convicto y confeso decía (me acuerdo) uno de los titulares y siempre me emocionaba ese título, como si aludiera a acciones heroicas y un poco desesperadas. "Convicto y confeso": repetía y me exaltaba porque no entendía bien el significado de las palabras y pensaba que convicto quería decir invencible. 
Ricardo Piglia.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Salmorejo de pimientos


El morrón, ají morrón o pimiento morrón, es el tipo menos picante de la clase de pimientos. Como muchos sabrán, tiene muchísima vitamina C (el doble que cualquier cítrico), también A, E, las del grupo B, betacaroteno y fibras. La medicina naturista recomienda su consumo, no solo por la cantidad de nutrientes que aporta, sino porque al parecer también estimula el estado anímico.

Esta receta de salmorejo que paso es apócrifa. El salmorejo, así como les digo, no se hace. Pero, como sabrán, en este blog, nos movemos con total libertad gastronómica. Blogs de endeveras, hay bastantes y muy buenos. A esos les hacemos homenaje pero no competencia. Entonces, continuando, el verdadero salmorejo se parece mucho al gazpacho, solo que es más espeso porque lleva más aceite de oliva y nada de agua. Y esta versión de salmorejo que paso es aún más pesada, así que la recomiendo para usar como salsa sobre tostadas que luego pueden ser cubiertas de jamón crudo o queso de cabra.

La receta:
Asamos morrones rojos sobre el tostador. Vamos dando vuelta para que se quemen todos los lados por igual. Cuando el morrón esté marchito y su piel enegrecida y seca, retiramos, dejamos enfriar y luego los pelamos con los dedos. Los cortamos en cubos y los llevamos a la licuadora o minipimmer con 1 o 2 dientes de ajo, aceite de oliva, un chorrito de vinagre, sal y, si quieren darle más consistencia, un pedazo de pan del día anterior.

Dicen que los alimentos que nos producen una secreción de “opiáceos endógenos” (en español, sustancias del cuerpo que nos proporcionan una sensación de bienestar y de “cierta euforia”), son cuatro: el chocolate, las bananas, el ananá y los pimientos.
Por otra parte Goethe, en su Teoría del Color, decía que los colores positivos (rojo, amarillo y naranja) transforman nuestro ánimo:
 
El rojo: significa la vitalidad, es el color de la sangre, de la pasión, de la fuerza bruta y del fuego. Color fundamental, ligado al principio de la vida, expresa la sensualidad, la virilidad, la energía; es exultante y agresivo. El rojo es el símbolo de la pasión ardiente y desbordada, de la sexualidad y el erotismo. En general los rojos suelen ser percibidos como osados, sociables, excitantes, potentes y protectores. Este color puede significar cólera y agresividad. Asimismo se puede relacionar con la guerra, la sangre, la pasión, el amor, el peligro, la fuerza, la energía... Estamos hablando de un color cálido, asociado con el sol, el calor, de tal manera que es posible sentirse más acalorado en un ambiente pintado de rojo, aunque objetivamente la temperatura no haya variado. 

En consecuencia, entre este salmorejo y un fosforito, casi nada.
Nos despedimos con una frase muy oportuna del ya citado autor del Fausto, Johann Wolfgang von Goethe:
Las grandes pasiones son enfermedades incurables. Lo que podría curarlas las haría verdaderamente peligrosas.
 

lunes, 1 de noviembre de 2010

Arroz perfumado


Hoy domingo, día ventoso como pocos, abrí las ventanas de casa y dejé correr el viento. Mi casa era un despiole total, así que me fui, porque si hay algo que no  me aguanto es el desorden.  Di unas vueltas por el barrio, pero al rato me asaltó una preocupación:  los vidrios de mis ventanas y las paredes no se llevan. En días agitados como estos, suele armarse una discusión terrible, tormentosa. Así que regresé pronto a casa.
Para sorpresa mía, los vidrios estaban intactos y las ventanas se mecían serenas. Pero algo insólito había pasado, los muebles, la ropa, las bolsas del supermercado y la verdulería, se habían reordenado.  Es verdad entonces eso de que el viento barre. Después de toda esta historia, me dispuse a cocinar una receta que debería haberse llamado risotto de romero, lima y limón pero, como sospecharán, con este día tan extraño que tuve, era natural que no saliera (vean en la foto qué limpito salió el arroz). Ahora, de sabor, irreprochable. Y como lleva bastante queso rallado (si ustedes le quieren poner, claro), puede que resulte un verdadero plato.

Para 2 porciones:
2 tazas de arroz (recomiendo el carnaroli, doble carolina o yamaní).
5 o 6 tazas de caldo (que bien se puede hacer con agua caliente y un caldito de knorr a los cuatro quesos)
1 cebolla blanca rallada
Ralladura de un limón, de una lima (que le dará un aroma muy particular) y romero fresco picado.
5 cucharadas de aceite de oliva
1 cucharada de manteca
Queso parmesano rallado o del que quieran (a piaccere).
En una olla o cacerola, calentamos el aceite de oliva, freímos la cebolla y cuando esté transparente agregamos el arroz en seco. Dejamos freír unos segundos y, luego, muy de a poco, vamos agregando el caldo caliente. En la medida que se consume, vamos agregando más. El secreto del risotto es siempre ir revolviendo y agregando el caldo de a poco para que suelte el almidón. Como a los 20 minutos, dependiendo del tipo de arroz (el integral lleva unos 10 minutos más en hacerse), estará listo. Apagamos el fuego, agregamos el queso rallado, la manteca, el romero y la ralladura de lima y limón, tapamos la olla y dejamos estacionar 5 minutos.

Así como el viento se apropió de mis cosas, estableciendo el orden a su propio antojo, el piso se barrió, el arroz no ligó bien y, finalmente,  que me es imposible imitar con justicia al Felisberto, así yo transcribo un fragmento  de este GRAN narrador uruguayo, el cuentista, el pianista de cine, el talentoso, el que no se parece a nadie, el francotirador de la literatura, el Felisberto Hernández:
Una noche me desperté en el silencio oscuro de mi pieza y vi en la pared empapelada de flores violetas, una luz. Desde el primer instante tuve la idea de que ocurría algo extraordinario, y no me asusté. Moví los ojos hacia un lado y la mancha de luz siguió el mismo movimiento. Era una mancha parecida a la que se ve en la oscuridad cuando recién se apaga la lamparilla; pero esta otra se mantenía bastante tiempo y era posible ver a través de ella. Bajé los ojos hasta la mesa y vi las botellas y los objetos míos. No me quedaba la menor duda; aquella luz salía de mis propios ojos, y se había estado desarrollando desde hacía mucho tiempo. Pasé el dorso de mi mano por delante de mi cara y vi mis dedos abiertos. Al poco rato sentí cansancio; la luz disminuía y yo cerré los ojos. Después los volví a abrir para comprobar si aquello era cierto. Miré la bombita de luz eléctrica y vi que ella brillaba con luz mía. Me volví a convencer y tuve una sonrisa. ¿Quién, en el mundo, veía con sus propios ojos en la oscuridad?
Para leer el cuento entero, hacer click en EL ACOMODADOR

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...