domingo, 31 de julio de 2011

Puré de ajos


Esta receta la ví en L´Exquisit. No la iba a postear porque me parecía demasiado sencilla para quien pasa sólo una receta por semana. Pero durante estos días comprobé que no todo lo que parece poquita cosa lo es, y que con una pequeña cabeza de ajo un cocinero puede levantar el nivel gastronómico de cualquier preparación hecha a la ligera.
La receta es de lo más sencilla: sólo tenemos que envolver una cabeza de ajo en papel aluminio y llevarla al horno (o parrilla) por una hora. La retiramos, dejamos descansar unos minutos para que pierda unos grados de temperatura, le cortamos la base y, con la ayuda de una cuchara o palote, la aplastamos hasta quitarle todo el puré. Lo mezclamos con aceite y sal, guardamos en un pequeño frasco esterilizado y luego llevamos a la heladera.

¿Para qué puede servir?
-Para adobar una pechuga de pollo que vayamos a asar a las brasas o a la plancha.
-Para untar una tostada a la que luego podemos agregar tomate y jamón.
-Para aliñar una ensalada de hojas verdes y paltas.
-Para hacernos unos macarrones al ajo gratinados con queso.
-Para saborizar una sopa crema, de estas básicas que tomamos en invierno.
- Como acompañamiento de pescados, carne roja, mariscos, verduras salteadas o asadas, o de un puchero.
-Para espantar vampiros.

Como ven, con una cabeza de ajo se pueden mejorar un montón de recetas. Hay otras pequeñas cosas que pueden resultar fenomenales. Con unas pocas palabras  un genio como Chéjov pudo escribir “Poquita cosa” y nosotros leer un cuento extraordinario. ¡Hasta la próxima receta… o mejor dicho, hasta el próximo cuento!

Poquita cosa
Antón Chéjov
(Relato extraído de Narrativa Breve)

Hace unos día invité a Yulia Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas.
-Siéntese, Yulia Vasilievna -le dije-. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará falta dinero, pero es usted tan ceremoniosa que no lo pedirá por sí misma... Veamos... Nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos por mes...
-En cuarenta...
-No. En treinta... Lo tengo apuntado. Siempre le he pagado a las institutrices treinta rublos... Veamos... Ha estado usted con nosotros dos meses...
-Dos meses y cinco días...
-Dos meses redondos. Lo tengo apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos... Pero hay que descontarle nueve domingos... pues los domingos usted no le ha dado clase a Kolia, sólo ha paseado... más tres días de fiesta...
A Yulia Vasilievna se le encendió el rostro y se puso a tironear el volante de su vestido, pero... ¡ni palabra!
-Tres días de fiesta... Por consiguiente descontamos doce rublos... Durante cuatro días Kolia estuvo enfermo y no tuvo clases... usted se las dio sólo a Varia... Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y mi esposa le permitió descansar después de la comida... Doce y siete suman diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de... hum... de cuarenta y un rublos... ¿no es cierto?
El ojo izquierdo de Yulia Vasilievna enrojeció y lo vi empañado de humedad. Su mentón se estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero... ¡ni palabra!
-En víspera de Año Nuevo usted rompió una taza de té con platito. Descontamos dos rublos... Claro que la taza vale más... es una reliquia de la familia... pero ¡que Dios la perdone! ¡Hemos perdido tanto ya! Además, debido a su falta de atención, Kolia se subió a un árbol y se desgarró la chaquetita... Le descontamos diez... También por su descuido, la camarera le robó a Varia los botines... Usted es quien debe vigilarlo todo. Usted recibe sueldo... Así que le descontamos cinco más... El diez de enero usted tomó prestados diez rublos.
-No los tomé -musitó Yulia Vasilievna.
-¡Pero si lo tengo apuntado!
-Bueno, sea así, está bien.
-A cuarenta y uno le restamos veintisiete, nos queda un saldo de catorce...
Sus dos ojos se le llenaron de lágrimas...
Sobre la naricita larga, bonita, aparecieron gotas de sudor. ¡Pobre muchacha!
-Sólo una vez tomé -dijo con voz trémula-... le pedí prestados a su esposa tres rublos... Nunca más lo hice...
-¿Qué me dice? ¡Y yo que no los tenía apuntados! A catorce le restamos tres y nos queda un saldo de once... ¡He aquí su dinero, muchacha! Tres... tres... uno y uno... ¡sírvase!
Y le tendí once rublos... Ella los cogió con dedos temblorosos y se los metió en el bolsillo.
-Merci -murmuró.
Yo pegué un salto y me eché a caminar por el cuarto. No podía contener mi indignación.
-¿Por qué me da las gracias? -le pregunté.
-Por el dinero.
-¡Pero si la he desplumado! ¡Demonios! ¡La he asaltado! ¡La he robado! ¿Por qué merci?
-En otros sitios ni siquiera me daban...
-¿No le daban? ¡Pues no es extraño! Yo he bromeado con usted... le he dado una cruel lección... ¡Le daré sus ochenta rublos enteritos! ¡Ahí están preparados en un sobre para usted! ¿Pero es que se puede ser tan tímida? ¿Por qué no protesta usted? ¿Por qué calla? ¿Es que se puede vivir en este mundo sin mostrar los dientes? ¿Es que se puede ser tan poquita cosa?
Ella sonrió débilmente y en su rostro leí: "¡Se puede!"
Le pedí disculpas por la cruel lección y le entregué, para su gran asombro, los ochenta rublos. Tímidamente balbuceó su merci y salió... La seguí con la mirada y pensé: ¡Qué fácil es en este mundo ser fuerte!

domingo, 24 de julio de 2011

Pasta Frola


Con esta receta participo en el concurso La cocina sin complicaciones de Tito. Mi intención era presentar una receta dulce típica nuestra, pero con alguna pincelada que destacara mi bien conocida originalidad :) Me partí la cabeza durante tres semanas y, una buena tarde como hoy, mientras veía la final Uruguay-Paraguay, me dije: haré una pasta frola, pero en vez de hacerle por encima el enrejado característico, reproduciré sobre la tarta un dibujo de Escher. Sucede que el polvo royal me jugó una mala pasada y, en el horno, la cubierta se transformó en una especie de tapa de alcantarilla (jajaja, qué mala repostera soy… encima mentirosa!).
Bueno, como sea, la pasta frola estaba riquísima. Les cuento que es una receta típica de Uruguay, Paraguay y Argentina. Algunos dicen que es la variación criolla de la Linzer Torte (de Suiza) o de una tarta italiana parecida. Se suele rellenar con dulce de membrillo, batata o dulce de leche. Las viejas acostumbran llevarla los domingos a casa de sus parientas para acompañar el mate. Y nosotras las jovies, también.
Sin complicaciones ni complejos, les paso la receta:

Para la masa:
2 tazas de harina
3 cucharaditas de polvo de hornear
1/2 taza de azúcar
100 gramos de manteca
2 huevos (o 3 yemas)
Ralladura de limón
2 cucharadas de jugo de naranja u oporto


Para el relleno:
1 kilo de dulce de membrillo
1/2 vaso de oporto o mistela

Pisar la manteca con el azúcar hasta convertir en una crema. Agregar los huevos y la ralladura. Mientras vamos mezclando, incorporar la harina con el royal. Amasar hasta obtener una pasta homogénea. Si la masa queda seca, agregar unas cucharadas de jugo de naranja o un poco de vino dulce. Dividir la masa en dos bollos, uno grande y otro pequeño. Dejar descansar los dos bollos en la heladera media hora. Estirar el bollo más grande con palote y cubrir con él una tartera enmantecada y enharinada. Guardar un rato más en la heladera.
En un bol, pisar el membrillo con el vino dulce o el jugo de naranjas, hasta que se transforme en una especie de mermelada y luego rellenar con él la base de la tarta. Estirar el bollo chico que nos quedó y cortar la masa en tiras. Cubrir la tarta con ellos, tratando de armar el enrejado "artistico". Pintar las tiras con yema de huevo. Llevar al horno por media hora aproximadamente. Muy fácil, muy rica y también, por supuesto, terriblemente adictiva.

Para los que no saben, hoy en Argentina se jugó la final de la Copa América. Como era de esperarse, la Copa se la llevaron los yoruguas. Van mis felicitaciones. También mi folklórica y musical dedicatoria. ¡Hasta la vista!


Canto al río Uruguay
Letra y música de Ramón Ayala

Uruguay,
misionero y trepador
por el Moconá, se va, tu canto de sol.
Uruguay, gigantesco kuriyú,
es un jangada azul,
cayendo hacia el mar.

Por el Uruguay, yo me quiero ir
buscando la flor, del amanecer
y allá en el confín, rumbo a San Javier,
volver, volver a vivir.

Uruguay
sombrero de paja y luz, en tus correderas soy
fuego, monte y sol.

Sobre las altas barrancas
cuerpos desnudos al sol
los hacheros van volteando el monte
con su dolor
tal vez serán Kachape
tal vez en una jangada
el viejo árbol va yendo
para volver hecho guitarra
con música de silencio
rumores del Uruguay.

Por el Uruguay, yo me quiero ir
buscando la flor, del amanecer
y allá en el confín, rumbo a San Javier,
volver, volver a vivir.

Uruguay
sombrero de paja y luz,
en tus correderas soy
fuego, monte y sol.

domingo, 17 de julio de 2011

Locro criollo. La invitada de invierno: Susana



Seguimos julio a puro folklore. En esta oportunidad, les acerco una receta típica del noroeste argentino, el locro. Como se imaginarán, no la hice yo (y ahora que se cómo se prepara, mucho menos voy a hacerla!). La cocinera invitada es Susana, de quien también tenemos otras dos recetas, la del puchero y la de la salsa criolla.  Mientras Susana preparaba el locro, yo iba tomando nota de los ingredientes, el procedimiento y también, cómo no, de algunos datos curiosos acontecidos en su cocina. Lo más importante que tengo para decir es que hacer locro es complicado, se necesitan muchas ollas, tiempo y paciencia. Se comienza a preparar desde la noche anterior y luego, por la mañana, uno tiene que abocarse por completo al asunto. La cosa comienza a dificultarse más aún cuando caen los invitados. Hay que litigar con el  desatento que viene a mojar el pan en la olla (aunque no haya salsa), con el ansioso que pretende cortar las empanaditas al medio (con toda la intención de ayudar), y hasta con el listo que se acerca a decir, “a ese locro le falta chorizo colorado”. Respecto de este pequeño pero importante comentario, Susana interrumpe la cocción y, al grito de aro, aro, aro,  hace las siguientes aclaraciones:
Primero y principal, el origen del locro se remonta a la época precolombina. Es decir, es anterior a la llegada de Cristóbal Colón a nuestras tierras. En aquella época no existía el chorizo colorado. Ese embutido ingresa a la cocina recién en el Siglo XVII.
Segundo, el locro es una comida popular, lo cual quiere decir que se prepara con aquellos alimentos e ingredientes que le son accesibles y están al alcance del cocinero.
Tercero, lo que le da al locro su sabor característico es la combinación de maíz y el zapallo. Como sabrán, el sabor del chorizo es de lo más invasivo, así que un verdadero locro no debería llevarlo (ni tampoco panceta, aunque esta receta... lleva).
Cuarto y último, nunca contradecir a un cocinero. No hay territorio más nacional que donde dominan el fuego y las cuchillas.
Luego de estas –espero- útiles aclaraciones, pasamos a la receta del locro criollo.

Ingredientes (para 15 convidados)
1 kilo de maiz pisado blanco
500 gramos de alubias (porotitos blancos bien chiquitos)
2 cebollas blancas cortadas en cubitos
5 ramitas de cebolla de verdeo cortadas en rodajitas
1 morrón rojo (pimiento) cortado chiquito
4 dientes de ajo picados
2 tomates sin piel ni semillas cortados en cubos
1/2 kilo de zapallo criollo (calabaza dulce) cortado en cubos
1/2 kilo de carne de cerdo desgrasada cortada en cubos
1/2 kilo de carne de vaca cortada en cubo
Panceta (opcional) previamente desgrasada (es decir, salteada en sartén hasta que pierda grasa)
Orégano, ají molido, sal, pimienta, comino y pimentón dulce español.
Aceite de oliva

Procedimiento:
En ollas separadas, dejar remojando el maíz y las alubias toda una noche. Por la mañana, poner a hervir el maíz durante 1 hora en olla a presión (o durante 2 horas en una olla común) y, en olla común aparte, cocer las alubias durante 1 hora. Reservar.
Si vamos a usar panceta, desgrasarla en una sartén.
En otra olla bien grande, poner a calentar aceite de oliva, maíz o girasol. Fritar la cebolla blanca, la de verdeo, el ajo, el pimiento morrón, el zapallo, la carne de cerdo y la de vaca (todo cortado chiquito o en cubos), hasta que la carne esté prácticamente cocida y el zapallo empiece a ablandarse. Condimentar con  orégano, ají molido, sal y pimienta. Luego agregar los tomates pelados y cortados en cubos, el pimentón dulce español y el comino. Agregar agua. Cuando hierva, agregar el maíz cocido y colado. Revolver con cucharón de madera hasta integrar. A los pocos minutos agregar las alubias y volver a mezclar. Agregar la panceta desgrasada. Dejar cocinar un rato más. Cuando el zapallo ya se haya deshecho y esté convertido en crema, el locro ya estará listo.
Al momento de servir, agregar por encima unas rodajitas de cebolla de verdeo crudas y salsa picante. Para hacer la salsa picante hay que hidratar chiles secos molidos (o ají molido) en aceite. 
En general, el locro se sirve con empanadas de carne y de humita.
Atenta a este mes de puro folklore, me despido de ustedes con unas coplas del Martín Fierro, autoría de Don José Hernández.

Vamos suerte, vamos juntos
Dende que juntos nacimos;
Y ya que juntos vivimos
Sin podernos dividir...
Yo abriré con mi cuchillo
El camino pa seguir.

lunes, 11 de julio de 2011

Humitas


Yo soy de los del montón, no soy flor de invernadero,
igual que el trébol campero, crezco sin hacer barullo,
me apreto contra los yuyos y así lo aguanto al pampero.

Esto recitaba Atahualpa Yupanqui en “El payador perseguido”. Don Ata fue el mejor cantor, guitarrista, compositor y, sobre todo, el más perfecto poeta del folklore argentino.
Yendo a lo que nos compete, que es la gastronomía, las recetas más típicas, las más representativas de nuestro folklore, son las siguientes: las empanadas (más conocidas las de Salta, Tucumán, Santiago del Estero, San Juan y Córdoba -con sus variantes en cada una de ellas-), las tortas fritas (de la Región de Cuyo), la carbonada y el asado (especialmente en la Región Pampeana), el locro (Región Noroeste), el puchero criollo y las humitas (Norte y Centro del país).
La  receta de humitas es la más fácil de todas, y es por eso que me le animo. La semana que viene, saldrá la receta del locro. Pero como la receta del locro es bien difícil, pediremos mano a un convida´oY adentro.


Humitas en chala:
Pa´ 6 chalchaleros
6 choclos (maíz amarillo) o 2 latas de choclo cremoso desgranado
2 tazas de puré de zapallo (calabaza dulce)
1 morrón verde (pimiento verde)
4 ramitas de cebolla de verdeo
1 cebolla blanca grande
Queso cremoso
1 cucharadita de maicena diluida en 1/4 taza de leche
Manteca, aceite de oliva
Sal, pimienta, nuez moscada, azúcar rubia


Quitar las chalas a los choclos y lavarlas bien. Rallar los choclos delicadamente hasta llegar al marlo y reservar. Calentar manteca o aceite de oliva en una olla o sartén grande y freír la cebolla blanca y de verdeo cortada bien chiquita. Salar y pimentar. Luego agregar el morrón, también cortado en cubitos bien chicos. Cuando la cebolla esté apenas dorada, agregar la crema del choclo, revolver bien, dejar cocer unos minutos y luego agregar el puré de zapallos (tiene que ser zapallo dulce). Condimentar con bastante nuez moscada. Dejar cocinar unos 5 minutos más y agregar la maicena diluida en leche. Revolver bien y dejar al fuego hasta que espese.
Rellenar las chalas por el centro y agregar un pedazo de queso cremoso y una pizca de azúcar. Cerrar y atar con otra hoja de chala o con hilo piolín. Cocinar al vapor por unos 10 minutos.
Con el mismo relleno también podemos hacer humita a la cacerola. Rellenamos moldecitos aptos para horno, cubrimos de queso, una pizca de manteca y otra de azúcar rubia y llevamos a gratinar.

Dicen en el campo que donde hay folklore hay empanadas. Y donde hay empanadas, hay vino. Y ande hay vino, hay peña. Y ande hay peña, hay humitas (¿o era humo?).

Me despido de ustedes con un bello, bellisimo poema. Del maestro Atahualpa Yupanqui, del que viene de viejas tierras para decir algo,

Piegras

Tanto vivir entre piegras
se m'hizo que conversaban.
Voces no h'i sentido nunca
pero el alma no me engaña.

Algún algo han de tener
aunque parezcan calladas.
No de balde ha llenao Dios
de secretos la montaña.

No digo que tengan voz
ni que se digan palabras;
ocasiones el silencio dice
las cosas más claras...

¡Algo se dicen las piegras!
A mí no me engaña el alma.
Temblor, sombra o qué sé yo...
Mesmo que si conversaran...

¡Malhaya! Pudiera un día
vivir así: sin palabras...

martes, 5 de julio de 2011

Tallarines a la putanesca


Hace muchos, muchos años, cuando comenzaban las vacaciones escolares -que para mi vieja no eran vacaciones, sino todo lo contrario- y al grito de llevate a estos indios, por favor, acudía en ayuda mi abuela Cata. A mi abuela la adorábamos, pero si la propuesta era vamos a salir a pasear, sabíamos que, de cabeza, iba a ser un embole. Para bajar el índice de riesgo, se resolvía que mi hermano varón iría a lo del tío Cacho para ayudar con la estanciera y que las mujeres, las tres hermanas, iríamos con la abuela a visitar a la bisabuela de Pergamino.
La casa de la bisabuela de Pergamino estaba lejos. Había que tomarse un tren y luego patear unas veinte cuadras. Era grande, hermosa, tenía infinidad de árboles, todos llenos de pájaros de lo más extraños. Pero como íbamos a demostrar que estábamos hechas unas señoritas, a mi abuela no le quedaba otra que encerrarnos en la cocina. Para que no nos aburriéramos tanto, la bisabuela nos dejaba en compañía de Marta, la muñeca que camina y habla, rebautizada por nosotras como "la muertita". Mientras tanto, la abuela se encerraba en el living con la bisabuela, la tía Marina y dos o tres parientas más que ahora no recuerdo.  Nosotras, en la cocina, hurgábamos en los cajones hasta dar con un cuchillo de punta redonda que sirviera de destornillador, a fin de darle algo de vida a la Marta. Porque Marta no caminaba, no hablaba, y les juro que no era un problema de pilas.
A través de la puerta se escuchaba a las viejas meta reír y a nosotras nos entraba una curiosidad fatal. Íbamos hasta la puerta del living con absoluta prudencia y nos acomodábamos para espiar a través de la cerradura. No éramos los que se dice silenciosas, así que pronto nos descubrían. Sobresaltadas, pálidas, una con Marta bajo el brazo, la otra empuñando un cuchillo de punta redonda, un peligro. Mi abuela nos dejaba entonces entrar, a la voz de no se pueden estar quietas, che. Entonces nos acomodábamos en los sillones para participar de la reunión. Pero a partir de ese momento, la abuela, bisabuela, tía Marina y las otras mujeres, empezaban a hablar en código, improvisaban e inventaban palabras para que no les entendiéramos. Una fábrica de inventar metáforas. Cada tanto rompían a reír y mi abuela soltaba un me meo, me meo. Qué bronca nos daba no entender nada.
Al final de la tarde, ya nochecita, nos preparábamos para el regreso. Algunas veces, tía Marina entregaba a mi abuela un paquetito muy bien envuelto y le decía, para los tallarines a la putanesca, Cata. Y otra vez se largaban a reír. Y mi abuela, otra vez más, me meo, me meo. Imposible lograr que la abuela nos tradujera algo, siquiera en el tren de regreso. Cuanto más densas nos poníamos, más evasiva se volvía ella. La abuela, en el tren, miraba a través de la ventana y se ponía a tararear un tango.
Cociné tallarines a la putanesca con la esperanza de avivarme de algún secreto, pero me fue imposible encontrarle la gracia. Si algún cocinero con experiencia me pudiera explicar, se lo agradecería.


Ingredientes (para 4 o 5 parientas risueñas)
500 gramos de pasta seca
6 cucharadas de aceite de oliva
2 dientes de ajo
10 filetes de anchoas
2 latas de tomates peritas (o 12 tomates pelados, pasados por agua hirviendo)
200 gramos de aceitunas negras
Si queremos, también alcaparras
Aji picante

Come procedere:
Rehogar los dientes de ajo machacados y el ají picante cortado chiquito en aceite de oliva. Agregar los filetes de anchoas con un poco del mismo aceite que traen. Agregar el tomate picado. Dejar reducir unos minutos y agregar las aceitunas cortadas y las alcaparras. Cocinar un par de minutos más.
Aparte, prepar la pasta. Cuando esté al dente, colar, pasar por un chorro de agua fría y luego incorporar a la sartén con la salsa. Calentar un minuto y servir.

Mi abuela Cata y las mujeres que se reían ya no están. Sin embargo tengo de ellas un millón de recuerdos. Disculpen si los atosigo con ellos. No sé si será por la edad, tal vez me esté enfermando de melancolía, pero me hace muy bien recordarlos todos. Me despido con el tango que solía cantar mi abuela a la hora de evadir nuestras respuestas. Arrancado de La Pulpera,

Café de los Angelitos (1944) Catulo Castilo y José Razzano

¿Tras de qué sueños volaron?
¿En qué estrellas andarán?
Las voces que ayer llegaron
y pasaron, y callaron,
¿dónde están?
¿Por qué calle volverán?

viernes, 1 de julio de 2011

La invitada de Julio: la tía Pochi


Mi tía Pochi es única. No creo que muchos sobrinos tengan una tía como la nuestra (hablo en tercera persona porque mis hermanos comparten esta misma idea). Durante nuestra niñez fue la presta-rodillas para trepar por los árboles, referee de disputas entre hermanos y facinerosos del barrio, guía en el traspaso mur-ciÉ-Galo, a ¡murciéLago, murciéLaGo!, la que nos pasaba dos pesos por debajo de la mesa cuando la vieja amenazaba con un hoy, a la escuela, con mandarina, la cuenta finales de películas de terror, la que te esperaba con milanesas y papas fritas, la mejor cocinera de la familia, la única, la tía, la LA TÍA POCHI.
De ascendencia genealógica italiana y española (aunque ella dice, nó, es más bien francesa… mirame la nariz) y de naturaleza conciliadora (la de quien sabe apaciguar asperezas y conflictos familiares) hoy hace uso de todas sus virtudes y las traduce en este plato.
Sin más palabras que mi agradecimiento, los dejo entonces con la tía Pochi. Pero después nos la devuelven, eh?


Receta para una tía y 4 sobrinos (no nos quedaremos cortos, che?):
Por un lado del ring, tenemos el fricandó con setas (u hongos), una receta catalana (o francesa, tenemos una duda acerca de ello).


Fricandó con setas:
1/2 kilo de nalga (cortada para milanesas)
50 gramos de hongos secos
1 lata de tomates peritas enteros
1 lata de puré de tomates
3 cebollas cortadas finitas
Sal, pimienta, laurel, ají molido.
1 vaso de vino tinto

Calentar una sartén grande con aceite de oliva (o de maíz o girasol), agregar la cebolla cortada bien chiquita. Sudar (esto quiere decir que la cebolla no tiene que dorarse, sino "sudarse", seguro ustedes entienden mejor). Agregar las dos latas de tomates (la de tomates enteros, picados). Salpimentar, agregar una hoja de laurel y ají molido. Agregar los hongos (hidratados previamente 4 horas en agua). Dejar reducir la salsa unos 10 minutos.
Aparte, en otra sartén, con unas gotas de aceite, saltear la carne por los dos lados. Luego incorporala a la salsa. Agregar el vino tinto y dejar cocinar unos 10 minutos más a fuego lento.

Y por el otro lado del ring, 


Ñoquis de espinaca:
1 kilo de puré de papas.
1 chorro (según entiendan ustedes) de aceite de maíz
1 taza de espinacas cocidas, escurridas y picadas
Harina (cantidad necesaria, más o menos 1/2 kilo) mezclada con 1 cucharadita de polvo royal
Sal y pimienta
Mezclar el puré con todos los ingredientes (excepto la harina y el polvo royal). Agregar de a poco la harina con el royal mientras mezclamos con las manos. Amasar hasta conseguir una masa uniforme. Hacer rollitos, cortarlos y pasarlos por la ñoquera o tenedor enharinado. Poner a calentar el agua. Echar los ñoquis. Apenas suban a la superficie, retirar. Colar y echar encima un chorro de agua fría.
El polvo royal es para que los ñoquis no se peguen al paladar. Esto aviso para quién tenga que comer con prótesis. No se lo deseo a nadie pero no viene de más explicarlo.

A mi me gustaron las dos partes del plato. Sumado que esto fue acompañado por unos buenos vinos tintos, una torta de dulce de leche y chocolate y una siesta, creo que podría contarles cómo se forman las nubes en el cielo.
Me despido de ustedes sin cuento. Sobraría.
¡Un gran cariño a todos! ¡Y otro más grande de parte de mi tía Pochi!

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