Estuve averiguando y, al parecer, hay 5 clases de sabores: dulce, amargo, salado, agrio y umami. Este último fue reconocido en 1908 por un japonés apellidado Ikeda.
Jugando con el google, traté de encontrar la relación de los sabores con la psiquis y esto es lo que encontré (ninguna fuente es confiable, aclaro):
Dulce indica alto contenido de energía. El exceso de azúcar provoca un “afán no reconocido de realización amorosa”. También indica gula, pecado, exuberancia.
Amargo alude situaciones tóxicas, propio de personas irritables, de baja autoestima, con gran desorden en la psiquis y en la casa. Amarga es la cerveza, el café, el fernet sin coca cola, el campari, las almendras y el cianuro.
Salado indica alto contenido en sales (elemental, Watson). Quien se excede con la sal es propenso a las adicciones, distorsiones de la realidad y del tiempo.
Ácido indica corrosión en el tracto digestivo. A su vez, desesperanza, bloqueo y creatividad reprimida.
Al último sabor, el umami, no le encuentro relaciones con el google. Pero sí una especie de definición, que es: combinación de los cuatro sabores clásicos. Presumo, entonces, que vendría a significar la conjunción de todas estas patologías.
Todo tiene que ver con todo, dijo Pancho Ibañez, así que desde hoy (y por cinco entradas -incluyendo esta-) Con el tenedor en la mano va a intentar hacer su propio juego de relaciones. Una entrada por cada sabor, cuya y receta y cuento (o poema) tengan el mismo gusto.
Esta entrada va dedicada a lo dulce:
Para la base:
300 gramos de galletitas dulces (preferentemente)
150 gramos de manteca pomada o derretida
Ralladura de limón
Molemos las galletitas con la ayuda de un palote; mezclamos esta harina
con la ralladura y la manteca. Forramos la base de un molde desmontable
con esta masa, apretando bien con los dedos y llevamos a la heladera por
un buen rato. Luego horneamos 10 minutos y reservamos en un lugar
fresco.
Para el relleno:
800 gramos de queso finlandia o philadelphia
1 1/2 sobre de gelatina sin sabor
200 gramos de crema de leche batida
1/4 taza de azúcar
3/4 taza de almibar de cerezas (pueden ver la receta clickeando acá)
Mezclamos el queso con el azúcar y la crema semibatida (o batimos todo junto). Hidratamos la gelatina con el almibar de las cerezas y llevamos fuego bajo por 5 minutos, hasta que se desintegre. Reservamos. Cuando esté tibia, agregamos a la preparación anterior y revolvemos bien o batimos un minuto. Cubrimos la base con esta crema. Llevamos a la heladera por lo menos 4 horas.
Para la cubierta: 1/4 taza de almibar de cerezas, cerezas en almibar (clickeando acá); 1/2 sobre de gelatina sin sabor; 1 cucharadita chica de jugo de limón.
Hidratamos la gelatina en el almibar. Agregamos el jugo de limón y las cerezas. Calentamos un par de minutos, hasta que se desintegre la gelatina. Luego, sobre la tarta ya fría y estacionada, cubrimos con este almibar. Dejamos solidificar un par de horas más.
Como todo tiene que ver con todo y, a su vez, no hay nada que sea absolutamente puro, creo que como esta tarta es principalmente dulce, pero también ligeramente agria (por las cerezas y el limón) e incluso salada en el centro (por el queso), le corresponde el sabor del poema que paso a continuación.
Pero antes, van las gracias a “En mi propia lengua” por haberme acercado a este autor y a esta lectura.
Del escritor sanjuanino Jorge Leónidas Escudero, que a sus 92 años le sigue dando con talento, destreza y gracia a la escritura:
Como todo tiene que ver con todo y, a su vez, no hay nada que sea absolutamente puro, creo que como esta tarta es principalmente dulce, pero también ligeramente agria (por las cerezas y el limón) e incluso salada en el centro (por el queso), le corresponde el sabor del poema que paso a continuación.
Pero antes, van las gracias a “En mi propia lengua” por haberme acercado a este autor y a esta lectura.
Del escritor sanjuanino Jorge Leónidas Escudero, que a sus 92 años le sigue dando con talento, destreza y gracia a la escritura:
La Medecina
Les diré que me encuentro adolorido
por mujer que me desposeyó de ella,
quitó lo que me daba
y me en casi sin aire deja
o como naranja sprimida.
Me deshojó de su árbol como si a usté
de pronto lo dejan sin agarrarse de algo,
como que se me cayeran los pantalones
en medio de un baile como de urgencia
necesitar ir a mear y no hallar dónde.
Así de desvalido.
Me hice ver con un méico y recetó
el desapego hombre, el desapego,
cambie de costumbres póngase
una tela metálica al pecho
así no se le incrustan mariposas dañinas.
En ningún peor caso me he visto;
pero aseguran los intrusos ques buena medecina
visitar lejanos países. Bien,
¿pero a dónde he ir que no mesté sperando
la susodicha esa para castigarme
solamente porque la quiero?