Hay días en los que una se levanta de la cama y al rato se pregunta y para qué. En general esto sucede cuando la sensibilidad está lo suficientemente recargada para que cualquier imprevisto sea recibido como un latigazo. Si bien es verdad que la vida tiene sus altibajos y que hay que aprender a transitar la tristeza con la misma decencia que la alegría, también es cierto que andar deprimido es indiscutiblemente perjudicial. La angustia tiene la particularidad de apiñarse en la frente, llenándola de arrugas, nada bueno para quien haya pasado la barrera de los 35 años. Algunos médicos dicen que para evitar que estas tensiones se reflejen en la cara, lo mejor que se puede hacer es… llorar! Hay muchos métodos para hacerlo, cada cual tiene el suyo propio. Yo suelo tirarme a ver una película de estas que me destripan el alma, como ser Bailarina en la oscuridad, Forrest Gump o Made in Lanús. Pero hay una técnica mucho más vieja y efectiva que es la de pelar y cortar cebollas. Y si por casualidad nos encontramos en esta circunstancia, llorando a moco tendido a causa del ácido sulfúrico de una maldita hortaliza, ya relajando las facciones de la frente y cayendo en la cuenta que no teníamos un verdadero motivo para amargarnos, empezando hasta a sonreír, aprovechemos esta parva de cebollas cortadas en rodajas tan finas, para hacer una riquísima sopa. Vamos a la receta:
Ingredientes:
4 potentosas cebollas
1 cucharada de azucar
1/4 taza de vino blanco
1/2 litro de caldo
1/2 litro de leche
3 cucharadas de maicena
3 cucharadas de manteca
2 cucharadas de aceite de oliva
Queso rallado
2 cucharadas de aceite de oliva
Queso rallado
Sal, pimienta y nuez moscada
Rehogar la cebolla en manteca y aceite. Cuando esté dorada, salamos, pimentamos y agregamos la cucharada de azúcar. Luego el vino blanco y a los pocos minutos, el caldo caliente. Retiramos del fuego y procesamos. Volvemos a llevar a la olla y agregamos la maicena previamente diluida en la leche. Calentamos hasta que espese. Servir caliente y por encima agregar nuez moscada, pimienta, queso y, si quieren, también crutones. Panza llena, corazón contento, dicen.
Y si no podemos llorar ni con la cebolla, ni con la película, ni con nada, tomemos nota de las instrucciones que siguen. Desde la página Rincón del Poeta:
Instrucciones para llorar
De Julio Cortázar
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.
Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.
Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.