lunes, 14 de noviembre de 2011

Risotto de calabaza y parmesano


Dos hombres van a un restaurante chino, y al entrar se sientan y esperan al mesero, cuando éste llega, le preguntan cuál es el especial del día, a lo que el mesero responde:
-Aloz con lata.
Los hombres se miran y uno dice sorprendido:
-¿Arroz con lata?
El mesero dice:
-No, aloz con lata.
El hombre vuelve a preguntar:
-¿Arroz con lata?
A lo que el mesero explica:
-Con lata, la mamá de los latoncitos.


Con tremendo chiste que encontré, de nada vale hacer el intento por escribir una introducción. Así que voy derecho a la receta:

Ingredientes:
1/2 kilo de calabaza o zapallo
1 cebolla
300 gramos de arroz carnaroli
1 litro de caldo de verduras
1/2 vaso de vino blanco
Queso parmesano rallado
Manteca, aceite de oliva
Sal, pimienta y salvia (o romero)

Calentar una olla con aceite de oliva a fuego bajo. Agregar la cebolla cortada bien chiquita. Ni bien transparente, poner la calabaza pelada y cortada en cubos pequeños. Cocinar unos minutos. Agregar el vino blanco y dejar cocinando hasta que se evapore el alcohol. Luego, agregar el arroz. Saltear unos minutos, mientras vamos mezclando con cucharón de madera y luego, de a poco, ir echando el caldo (un cucharón por vez, hasta que se evapore, luego otro cucharón, y así, ya saben todos). A los veinte minutos aproximadamente el arroz estará listo y la cabaza deshecha. El arroz tiene que quedar bien caldoso. Apagar el fuego, agregar sal, pimienta, manteca y queso paremesano. Tapar la olla y dejar estacionar unos minutos. Al momento de servir, podemos agregar por encima salvia o romero.

Tampoco de nada vale hacer un esfuerzo por cerrar prolijamente este post. Con tremenda fábula que encontré, me despido.

Extraida de la Revista e-Kuóreo

Otra vez "Le Corbeau et le Renard" 
De Álvaro Yunque  
  
El cuervo, subido a un árbol, estaba no con un queso según dice la fábula clásica, sí con un sangriento pedazo de carne en el corvo pico. Llegó el zorro. El olor lo hizo levantar la cabeza, vio al cuervo banqueteándose, y rompió a hablar:
—¡Oh hermoso cuervo! ¡Qué plumaje el tuyo! ¡Qué lustre! ¿No cantas, cuervo? ¡Si tu voz es tan bella como tu reluciente plumaje, serás el más magnífico de los pájaros! ¡Canta, hermoso cuervo!
El cuervo se apresuró a tragar la carne, y dijo al zorro:
—He leído a La Fontaine.

Nota: para los que no entendieron el final, paso aviso: La Fontaine escribió aproximadamente unas doscientas cuarenta fábulas, muchas de las cuales sirvieron a las abuelas de antaño para torturar a sus queridos nietos. Entre esas famosas fábulas se encuentra "Le Courbeau et le Renard" (en español, "El cuervo y el Zorro"), cuya moraleja, como era de esperarse, es de moral desgraciada.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Hummus de remolacha y garbanzos


En general, no soy de las que atienden el teléfono fijo de la casa. Como no tengo identificador de llamadas, antes de atender, acudo a la intuición. Por el día, horario o fecha, más o menos sé quien puede estar llamando. Si el teléfono suena a la mañana temprano, son los de Telefónica. Si suena un sábado al mediodía, es el llamado de un estudio jurídico que busca con insistencia a una tal Amalia que,–según me contó la operadora en las épocas que yo atendía- sacó un crédito para comprar muchos electrodomésticos y luego se dio a la fuga. Cercana a la fecha de elecciones, hacia las siete de la tarde, llaman los políticos; son estas voces grabadas que empiezan diciendo “hola, no me corte”. Los domingos, alrededor de las seis, suele llamar una tía que busca a un sobrino que tiene un número igual al mío, excepto por el número del medio. La tía esta, que sufre de cataratas, me contó que su sobrino nunca la llama y que necesita desesperadamente pedirle un favor. Una vez me ofrecí a llamarlo yo misma y le pedí el número correcto, pero la señora hizo un largo silencio, soltó un triste suspiro y luego, me cortó. Sospeché entonces que ese sobrino no existía y, con cierta congoja, también dejé de atender los llamados de los domingos a la tarde. 
Pongo en pausa esta conversación y la retomo al final.

A la cocina: esta receta es de mi amiga Juana de La cocina de Babel. Le hice un par de variaciones mínimas, aunque ustedes pueden clickear sobre Hummus de garbanzos y remolachas y leer la receta original.


Ingredientes:
1 taza de garbanzos cocidos.
2 remolachas grandes cocidas
Jugo de medio limón
1 diente de ajo
5 cucharadas de aceite de oliva
Sal, comino y pimentón dulce.
1 cucharada de tahina (si tienen)
Procedimiento:
Llevar a minipimmer o licuadora los garbanzos (sin nada de agua), las remolachas cocidas, peladas y cortadas en cubos, el diente de ajo (sin lo verde del medio), el jugo de limón y, si tienen, un poquito de tahina. Salar y agregar el comino y el pimentón. Procesar un par de minutos, hasta conseguir una pasta consistente. Rociar con sésamo y un poco más de aceite de oliva. Y ya. Muy fácil. Muy deliciosa. Muy colorida. Y muy alegre, como todo lo que postea Juana.

Retomo el tema del teléfono. Como decía, para atender el teléfono fijo de casa, me manejo con la intuición. Sin embargo, hay ciertas llamadas que me son imposibles de adivinar. Las que suenan entre las diez y las doce de la noche son siempre muy misteriosas, yo las atiendo con cierto temor pero también con mucha curiosidad. Ahora, justamente, son las diez de la noche y suena el teléfono. Así que los tengo que dejar.  

El que jadea
De Juan José Millás
(extraído de Documenta Mínima)

Descolgué el teléfono y escuché un jadeo venéreo otro lado de la línea.
—¿Quién es? –pregunté.
—Yo soy el que jadea –respondió una voz neutra, quizá algo cansada.
Colgué, perplejo, y apareció mi mujer en la puerta del salón.
—¿Quién era?
—El que jadea —dije.
— Habérmelo pasado.
—¿Para qué?
—No sé, me da pena. Para que se aliviara un poco.
Continué leyendo el periódico y al poco volvió a sonar el aparato. Dejé que mi mujer se adelantara y sin despegar los ojos de las noticias de internacional, como si estuviera interesado en la alta política, la oí hablar con el psicópata.
—No te importe —decía— todo lo que quieras, hijo. A mi no me das miedo. Si la gente fuera como tú, el mundo iría mejor. Al fin y al cabo, no matas, no atracas, no desfalcas. Y encima le das a ganar unas pesetas a la Telefónica. Otra cosa es que jadearas a costa del receptor. La semana pasada telefoneó un jadeador desde Nueva York a cobro revertido. Le dije que a cobro revertido le jadeara a su madre, hasta ahí podíamos llegar. Por cierto, que Madrid ya no tiene nada que envidiar a las grandes capitales del mundo en cuestión de jadeadores. Tú mismo eres tan profesional como uno americano. Enhorabuena, hijo.
A continuación escuchó un poco sofocada dos o tres tandas de jadeos, y colgó con naturalidad. Yo intenté reprimirme, creo que cada uno puede hacer lo que le dé la gana, pero no pude. Me salió la bestia autoritaria que llevo dentro.
—No me parece muy edificante la conversación que has tenido con ese degenerado, la verdad.
Ella se asomó a la página de mi periódico y al ver las fotos de las amantes de Clinton por orden alfabético respondió que un lector de pornografía barata no era quién para meterse con un pobre jadeador que vivía con su madre paralítica, y cuyo único desahogo sexual era el jadeo telefónico.
Me mordí la lengua para no discutir, porque era sábado y quería empezar bien el fin de semana. Pero el domingo, mientras mi mujer estaba en misa, telefoneó de nuevo el jadeador y le mandé a la mierda.
—Se lo voy a contar a tu mujer —respondió en tono de amenaza—. Le voy a decir cómo tratas tú a la gente educada y te vas a enterar de lo que vale un peine.
—Tampoco es para ponerse así —dije dando marcha atrás, no tenía ganas de líos domésticos—. Es que me has cogido en un mal momento. Discúlpame.
—Está bien, está bien. ¿Y tu mujer?
—Se ha ido a misa.
—Dile que luego la llamo.
Me quedé un rato pensativo. Desde pequeño, siempre había deseado jadear por teléfono, pero mis padres decían que era una cosa de enfermos mentales. Me he perdido lo mejor de la vida por escrúpulos morales, o por prejuicios culturales, no sé. Pero al ver aquella relación tan sana entre mi mujer y el jadeador pensé que no podía ser malo. Así que marqué un número al azar y me puse a jadear como un loco, intentando recuperar los años perdidos.
—¿Quién es? —preguntó con cierta alarma una mujer cuya voz me resultó familiar.
—Soy el jadeador —dije con naturalidad.
—Espere, que le paso a mi marido.
El marido resultó ser mi padre, nos reconocimos enseguida: inconscientemente, había marcado su número. Me dijo que ya sabían los dos que acabaría así y colgó. Luego llamaron a mi mujer y le contaron todo. Ella dice que quiere abandonarme, por psicópata, y me ha pedido que le firme unos papeles.
—Jadear a tu propia madre. ¿Dónde se ha visto eso?
Nunca acierto, sobre todo cuando imito a los demás para ponerme al día. Total, que ahora ya no puedo dejar de jadear, pero de angustia, aunque mis padres creen que lo hago por vicio.

viernes, 28 de octubre de 2011

Arroz con calamares, marca registrada


 

Advertencia: este es uno de los habituales posts en donde la entrada explota de bytes. Si el bloggero lector no tiene tiempo, sugiero pasar de largo. Si a pesar de la advertencia, el lector bloggero igual se quiere quedar, tenga paciencia. Hoy me levanté con ganas de escribir.

Ahora sí: El día que murió Steve Jobs, yo no tenía idea de quién era ese hombre. Me enteré porque muchos colegas ponían, por foto de perfil, la imagen de la manzanita. Facebook ardía con la noticia: el creador de Mac ha muerto.
Llegué pronto a un video muy emotivo en donde Jobs hablaba sobre "conectar los puntos" del pasado. Lo que entendí es que sugería que todo lo que uno aprendió en la vida podía reunirse en el presente, viniendo a significar esto, la clave del éxito. Me conmoví con su discurso y sentí una especie de iluminación. Pero, con el correr de los días, caí en la cuenta que la luz que el yotube enciende, pronto se apaga. A partir de entonces, empecé a preguntarme si realmente estas teorías funcionaban en la realidad. O es el corazón mudo, o es que los puntos se repelen, o la voz interior es un carromato o es que con las habilidades por sí solas, no alcanza.
Por poner un ejemplo, voy a poner el mío. En mi niñez aprendí teoría, solfeo y punteo de guitarra criolla, flauta dulce, quena; taquigrafía, mecanografía, cerámica, samba y folklore; hice manualidades, anduve entre los boy socuts, hice de negra en las fiestas patrias y hasta tomé cursos de corte y confección. A los trece años ahí estaba yo, en la puerta del secundario, cargando con todo mi equipaje intelectual. Lo recuerdo muy bien. Fue un día terrible. Pisé la escuela con un vestuario tan rústicamente hecho con mis propias manos, con una cartuchera tan mal pintada con mis propios dedos, que me gané un apodo bastante infeliz que no quisiera repetir. Desde luego, ese día aprendí que para algunas cosas, mejor seguir a la masa.


Volviendo al presente, que es el lugar desde donde escribo, todavía hoy me sigo preguntando por qué hacen tanto efecto las palabras de Jobs, si en el fondo todos sabemos que son mentira. No sé si es suerte, estrella, destino, pero la vida es muy distinta para cada uno de nosotros.
Para no dejar sembrado el gusto pesimista de las cosas, quisiera decir que yo sí he contado suerte en la vida.  Una, dos, tres de ellas, el espacio para pasar recetas. Porque a eso también venía:

Ingredientes (para dos o tres existencialistas)
2 tazas de arroz blanco del que tengan
5 cucharadas de aceite de oliva del que tengan
1 cebolla grande de la que tengan
1 diente de ajo del que tengan
1 pimiento morrón rojo del que tengan
1 lata de calamares o 1 tazas de calamares hechos en casa, si es que pueden con ellos
1 lata de tomates peritas pelados, de la que tengan
Un poco de vino blanco seco de la marca que sea
Sal, pimienta, pimentón dulce, pimentón picante (yo le puse también una pizca de chile, para darle power, porque es lo que tenía)

Donde se concentran los sabores:
Calentar el aceite de oliva, freír el ajo y la cebolla bien picados o pisoteados. Luego agregar el pimiento morrón cortado bien chiquito. Salar, pimentar, agregar pimentón dulce y picante. Agregar un poco de vino blanco. Cuando evapore, agregar la lata de tomates pisados y, por último, los calamares (si son de lata, ya vienen cocidos).
En olla aparte, cocer arroz. Cuando esté cocido, lo colamos y lo metemos en moldecitos. Luego los desmoldamos y echamos por encima la salsa de calamares. Un plato muy popular pero no por ello menos personal.

Yo se que los que tienen Iphone y Ipad me estarán odiando. Tal vez también se enoje por esto que digo Steve Jobs (por allá por donde se encuentre, quizá atascado en la net). Así que en algo he de redimirlo. Esa parte de la "marca personal", la compro. No puedo usar la manzana porque Mac me demandaría. Pero sí esta insignia que armé con la cabeza de un ají morrón que ven en la foto. Porque tal vez sí, tal vez todo termine resultando como dice Jobs. Quien dice que mañana no se contacte conmigo algún gerente de Knorr Suiza o Arroz Gallo Oro para pedirme que escriba recetas de cocina para las tapas posteriores de sus cajas. Y si esto sucediera, entonces sí, me diría "qué suerte (perra) la mía". Y también diría, muchachos, vayan agrandando la caja.
Hoy no hay cuento.
Muchas gracias a los que aguantaron hasta acá. Y a los que aguantan más allá, también.
Hoy es viernes y llueve. Desde septiembre, todos los viernes llueve.

sábado, 22 de octubre de 2011

Pasta de tomates y queso


Esta es una microintroducción:
Hola. Hoy es sábado y llueve. Desde septiembre, todos los sábados llueve.
Esta es una microrreceta:
100 grs. tomates secos, pimentón, 1 diente de ajo, aceite de oliva, queso tipo philadelphia, sal y pimienta. 
Hidratar los tomates en agua hirviendo. Escurrir. Meter todo en un vaso de minippimer o licuadora, y zzZZZg.
Esto, un microfinal:
Chiau.
Y, "si todo es como parece", esto es microficción:
Microrrelato de Fabián Vique.
Microvideo de: no sé (pero, ¡felicitaciones!).

sábado, 15 de octubre de 2011

Brochetas de pollo empanadas


Hay veces en que la tranquilidad no puede ser el resultado de la reflexión. 
Debe nacer del alma.

Eso dice el amigo invitado de la casa, Lucio V. Mansilla, en Una excursión a los indios ranqueles. La cita me viene como anillo al dedo porque, después de una semana de ver gente dejando estelas por la calle, levantando viento en los pasillos del subte, jugar la pulseada diaria contra el reloj y, sobre todo, después de una semana de oír que por favor llegue el fin de semana, veo cómo esa misma gente, o esta misma persona, se levanta el sábado -el primer día de descanso, según el optimista- y ya en su casa, rodeada de  amable luz y respetable silencio, calle tranquila, cortinas moviéndose al son del viento de primavera, no tiene mejor idea que encender la radio, la televisión, la computadora, el lavarropas y hasta intercambiar opiniones poco amables con el gato.
- ¿Y ahora, qué mierda le pasa a la yogurtera?
- Miauuu, miauuuu.
¡Por qué nos cuesta tanto acostumbrarnos al ocio! Pienso, mientras reflexiono, que ciertamente, la tranquilidad debe nacer del alma. Y si no nace, hay que plantarla.

La receta original  se llama "pollo-no-frito" y es de la bloggera y amiga chilena Pamela. Esta versión que les paso, es más rápida que la original, porque así estoy.

Para 6 brochettes
2 pechugas de pollo cortadas en cubos
1 1/2 taza de pan rallado
1 cucharadita de ajo en polvo
1/2 cucharadita de pimentón
Sal y pimienta
Tomillo, orégano o albahaca
1 yogurt natural
Aceite de oliva.

Preparación.
Marinar el pollo con sal, orégano, pimentón, pimienta, albahaca (o tomillo u orégano) y ajo en polvo por un rato. Pasar los trozos de pechuga por el yogurt y luego, por pan rallado (milanesas, digamos). Guardamos en la heladera hasta el momento de cocción. Pamela dice, en su receta, que para que el pollo quede crocante, debe estar lo más helado posible (por la foto verán que no le hice caso). Llevar a una placa aceitada y meter en horno o grill por media hora.
Una salsa que le puede quedar genial es la de "Labna con chile verde y granada". Pueden consultar la receta en el blog de Tito y Juana. Cuando sea un poco más excéntrica, prometo, la voy a hacer.

Y, como dice Mansilla, la paciencia es una virtud que conviene ejercitar en las pequeñas cosas. Estas pequeñas cosas, en mi caso, están en la cocina y en los libros. Así que me despido con otro de los hits del Mallmann de nuestra literatura nacional:

"¡Cuánto cuesta a veces cumplir las pequeñeces!
Es por eso que el hombre debe ser observado y juzgado por sus obras chicas, no por sus obras grandes."

Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles, 1870.

domingo, 9 de octubre de 2011

Masitas de canela y muchas otras cosas más


Fin de semana largo. Sábado de mucha lluvia y mucha y merecida siesta. Domingo de mucho viento y mucho reacomodamiento de nubes. Muchas estaciones, mucho viaje, muchas páginas pasadas de un libro magistral. Mucho mate, mucho descanso, muchas medias lunas, mucha luna llena y muy pocas las ganas de seguirlos atosigando con las muchas palabras que suelo usar para la introducción. Así que ya mismo, con muchas ganas, a la receta:

Ingredientes (para muchas galletitas):
2 tazas de avena fina
1 1/2 taza de harina común
1/3 taza de azúcar negra
1/3 taza de azúcar blanca
1/2 cucharadita de sal
1/2 cucharadita de polvo de hornear
100 grs. de manteca
1 huevo
Canela, ralladura de limón y pasas de uva

Preparación:
Mezclar la harina, la avena, la sal, canela, polvo de hornear, ralladura de limón y las pasas de uva. En otro bol, mezclar la manteca con el azúcar blanca y el azúcar negra. Agregar el huevo y mezclar. Integrar las dos preparaciones, mezclando bien con un tenedor, hasta obtener una masa homogénea. Estirar la masa con palote, envolver en papel film y guardar en la heladera. Mientras tanto, precalentar el horno. Enmantecar y enharinar una placa. Sacar la masa de la heladera, volver a estirar con palote y recortar en círculos con la ayuda de un moldecito redondo o con la boca de una copa o vaso chiquito, haciendo un pequeño círculo en el centro. Llevar a la placa y hornear por 15 minutos aproximadamente. Dejar enfriar.

Que tengan mucha suerte. Muy felices días. Y muy buenas noches. Me muy despido con un maravilloso fragmento del olvidado y tan-grande-y-muy-mucho escritor. 

Fragmento de "Una excursión a los indios ranqueles" (1870), de Lucio V. Mansilla:

Bustos, que no se separaba de mi lado, volvió a decirme:
-No tenga miedo, amigo.
Le contesté, con tono áspero y fuerte:
-Usted me está fastidiando con su: No tenga miedo, amigo –y echando un voto cambrónico, agregué-: Dígame eso cuando me vea pálido.


viernes, 30 de septiembre de 2011

Quiche de queso y brocoli


¡Feliz primavera para todos los del Sur! ¡Feliz otoño para los del Norte! Tarde para saludar, pero con las mejores intenciones.
Durante estos últimos días estuve trabajando como hormiga, intentando entender la parábola del trabajador solidario, humilde y productivo. ¿Será que hay moraleja? Mientras reflexiono, paso la receta y, más luego, un simbólico cuento:

Masa de quiche:
2 tazas harina
1 cucharadita de  azúcar
150 gramos de manteca
100 cc de agua fría (o leche)
Sal y pimienta
En un bol, mezclar la harina con la manteca y la sal. La manteca tiene que estar fría, así que para que se junte con la masa tenemos que irla cortando en pedacitos con la ayuda de un cuchillo y luego un tenedor. Agregar el agua helada y seguir mezclando. Amasar con las manos hasta conseguir una masa homogénea. Guardar el bollo en la heladera durante un rato.
Si vamos a hacer pequeñas tarteletas, dividir la masa en varios bollitos. Estirar cada uno de ellos y meter en un molde individual. Estirar y con la masa cubrir los costados.
Pinchar la masa con un tenedor.
Relleno: 
Brócoli cocido y escurrido (bastante)
2 huevos
1 cebolla salteada
250 grs.  de queso crema (o crema batido)
250 gramos de queso (alguno salado)
Sal, pimienta y nuez moscada.
Saltear la cebolla. Cuando esté dorada, agregar el brócoli cortado en cubos. Cocinar unos minutos y apagar el fuego. Cuando esté tibio o frío, agregar los huevos batidos, el queso y la crema y condimentar con sal, pimienta y nuez moscada.
Rellenar las tarteletas y llevar al horno por 15 o 20 minutos.

Para las hormigas, moralejas siempre hay. Gracias a la sugerencia de Fernando Terreno del blog La pulpera, hoy puedo dejarles una. Para ustedes, trabajadores humildes, solidarios, laboriosos... y para mí!

Un día las hormigas, pueblo progresista, inventan el vegetal artificial. Es una papilla fría y con sabor a hojalata. Pero al menos las releva de la necesidad de salir fuera de los hormigueros en procura de vegetales naturales. Así se salvan del fuego, del veneno, de las nubes insecticidas. Como el número de las hormigas es una cifra que tiende constantemente a crecer, al cabo de un tiempo hay tantas hormigas bajo tierra que es preciso ampliar los hormigueros. Las galerías se expanden, se entrecruzan, terminan por confundirse en un solo Gran Hormiguero bajo la dirección de una sola Gran Hormiga. Por las dudas, las salidas al exterior son tapiadas a cal y canto. Se suceden las generaciones. Como nunca han franqueado los límites del Gran Hormiguero, incurren en el error de lógica de indentificarlo con el Gran Universo. Pero cierta vez una hormiga se extravía por unos corredores en ruinas, distingue una luz lejana, unos destellos, se aproxima y descubre una boca de salida cuya clausura se ha desmoronado. Con el corazón palpitante, la hormiga sale a la superficie de la tierra. Ve una mañana. Ve un jardín. Ve tallos, hojas, yemas, brotes, pétalos, estambres, rocío. Ve una rosa amarilla. Todos sus instintos despiertan bruscamente. Se abalanza sobre las plantas y empieza a talar, a cortar y a comer. Se da un atracón. Después, relamiéndose, decide volver al Gran Hormiguero con la noticia. Busca a sus hermanas, trata de explicarles lo que ha visto, grita: "Arriba... luz... jardín... hojas... verde... flores..." Las demás hormigas no comprenden una sola palabra de aquel lenguaje delirante, creen que la hormiga ha enloquecido y la matan.

(Escrito por Pavel Vodnik un día antes de suicidarse. El texto de la fábula apareció en el número 12 de la revista Szpilki y le valió a su director, Jerzy Kott, una multa de cien znacks.) 

domingo, 18 de septiembre de 2011

Focaccia express


Ayer a la noche tenía ganas de hacer pizzas. Fui a hacer las compras a un almacén nuevo que pusieron frente a casa. Todavía lo están armando, no terminaron de poner los estantes y hay que pedirle todo al cajero. El señor que atiende me cae muy bien. Es muy amable y simpático. No habla español, pero pone voluntad para comunicarse. Le pedí levadura de cerveza. Me trajo una Heineken (bien fría). Le pedí medio kilo de mozzarella y me dio una bolsa de magdalenas (¡rellenas!). Le pedí una lata de tomates pelados enteros peritas y me trajo un yogurt semi-descremado con cereales muslik. Soy un caso, teniendo el dedo índice en la mano, podía haber colaborado. Mientras volvía a casa, y antes de que me asaltara el sentimiento de frustración, recordé el famoso refrán que dice, "a la larga, todo se arregla". Con harina leudante, no sólo se pueden hacer pizzas, sino también focaccias. "De noche todos los gatos son negros".

Ingredientes:
1/4 kilo de harina leudante
1/2 taza de aceite de oliva
1/2 taza de agua tibia
Romero fresco
Tomates cherry
Sal y pimienta

Procedimiento:
¿Para qué lo voy a pasar? Si nadie lo lee :)

Yo pienso, cómo cuesta comunicarse entre personas que hablan en distinto idioma. Y también, cómo cuesta comunicarse entre personas que hablan el mismo.
Desde Revista latinoamericana de minicuento,

COMUNICACIÓN
De Pablo Urbanyi

Él y ella. Los encontramos sentados en los dos extremos de un sofá de tres plazas. Él la observa con un poco de temor. Por fin se anima a hablar:
Él: Parece que estás de mal humor, ¿qué te pasa?
Ella: No me pasa nada. Y te ruego que no hagas suposiciones sobre mí.
Breve pausa:
Él: ¿Es por algo que dije?
Ella: No.
Él: ¿Es por algo que no dije?
Ella: No.
Él: ¿Es por algo que hice?
Ella: No.
Él: ¿Es por algo que no hice?
Ella: No.
Una pausa más larga. Toma aire y remarcando con claridad las palabras:
Él: ¿Es por algo que yo dije casualmente con relación a algo que hice y que no debí haber hecho ni dicho, o, por lo menos debería haberlo hecho y dicho de otra manera y tomando en cuenta tus sentimientos?
Ella: Algo así. Pero basta, no insistas.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Brochette de lomo y ciruelas en salsa de mostaza


Hoy encontré un cuento (el que posteo debajo) que me resultó muy familiar. Hace algunos años, en el piso de arriba de mi casa, vivía un abogado que se iba a dormir todas las noches a  las 12 y media clavadas. Como, en general, en la semana yo me voy a dormir un rato antes, solía escuchar su rutina. El abogado se sentaba en la cama y se sacaba un zapato. A los treinta segundos, el otro. Un minuto después, caía en el piso un cinturón de hebilla pesada. Hasta que no escuchaba el último crujir de las patas de su cama, no podía dormirme. Era un rito tranquilizador, que me ayudaba a conciliar el sueño. Pero, hace cosa de un año, el abogado se mudó. Su casa fue ocupada por una pareja de lo más extraña. Nunca se van a dormir a la misma hora. Tampoco se sabe qué tipo de zapatos usan. Algunas veces se oye un perro encerrado en el placard. Otras, una valija pesada que se arrastra. Los fines de semana son alarmantes. Pareciera que se van a dormir no dos, sinó tres... y, a veces, hasta cuatro. Toda esta situación me desvela. Me levanto de mal humor, cansada, con ganas de subir al piso de arriba y ponerle los puntos a los dos, a los tres, a los cuatro que viven ahi adentro. Es feo ser insomne por culpa de personas que una ni siquiera conoce. Pero más feo aún, encontrarme en este momento, somnolienta, malhumorada, escribiendo pavadas. Así que mejor, voy a la receta:

Ingredientes (para 2 brochettes)
250 gramos de lomo cortado en cubos
1 cebolla blanca
100 gramos de panceta
10 ciruelas pasas descarozadas
Mostaza
Salsa de soja (o vino tinto)
Sal y pimienta

Procedimiento:
Cortar el lomo en cubos. Macerar con salsa de soja y pimienta. Cortar la cebolla en trozos, también la panceta. Descarozar las ciruelas. Armar las brochettes como de costumbre. Un pedacito de cada cosa, apretando bien para que las cosas se junten. Llevar a plancha para churrascos, o a horno, parilla o incluso sartén aceitada. Sellar. Preparar una salsa con vino (o salsa de soja), mostaza, sal y pimienta. A medida que la carne se va cocinando, ir bañando las brochettes con la salsa.

Como les dije en la introducción, este fue el cuento que despertó los recuerdos de mis anéctotas nocturnas con el abogado de arriba. Los dejo en compañía de un maravilloso cuento. Espero que lo disfruten y también, cómo no, que sueñen con los angelitos.

Extraído de: Narrativa Breve

UNA NOCHE EN UN HOTEL, de Slawomir Mrozek
Estaba a punto de dormirme cuando detrás de la pared se dejó oír un fuerte golpe.
"Ya está, ahora empezará aquello -pensé-. Será igual que en aquella famosa anécdota. El vecino se quitó un zapato y lo dejó caer al suelo. Ahora no podré dormir hasta que se quite el otro y vete a saber cuánto rato tendré que esperar a que lo haga".
Así que cuál no sería mi alivio cuando enseguida se dejó oír el segundo golpe.
Me estaba durmiendo de nuevo cuando detrás de la pared sonó un tercer estrépito que me quitó el sueño.
Eso sí que no me lo esperaba. ¿Acaso mi vecino tenía tres piernas? Imposible. ¿Había vuelto a ponerse un zapato y se lo había quitado de nuevo? Poco probable. Así que, por lo visto, tenía dos vecinos.
Y comenzó mi tormento,justo como lo había previsto. Lo único que me permitía resistir era la esperanza de que de un momento a otro tenía que quitarse el otro zapato. Sin embargo, la noche transcurría y el segundo, es decir, el cuarto ruido no llegaba.
No pegué ojo en toda la noche y por la mañana bajé a desayunar totalmente agotado. Encontré a mi vecino. Busqué con la mirada al otro, pero no estaba, sólo había uno. Ese otro seguramente se había dormido hecho una cuba y continuaba durmiendo con un zapato puesto.
-¿Tiene ratones en su habitación? -inquirió mi vecino-. Porque yo sí los tengo. Hacían tanto ruido que tuve que tirarles un zapato para que pararan.
A partir de entonces dejé de pensar con lógica. Un estúpido ratón tiene más poder que toda la lógica junta, y la lógica sólo provoca insomnio.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Sopa de zapallo estilo thai


Con las huellas digitales siempre tuve un dilema. Me pregunto si las personas que se van para el otro mundo, las que las dejan de usar, se las ceden a los nuevos niños que nacen. ¿Es posible que las huellas se repitan? ¿No podría tener una, acaso, las huellas digitales de Catalina la Grande? Mi primo, cuando era chico, decía que las huellas podían borrarse con un pequeño corte de gillete (“las de los dedos índices”, aclaraba, “porque son las únicas huellas que guarda la policía”). También estaba el niño que contraargumentaba, "eso es imposible; las huellas, por más que uno las borre, a las dos o tres semanas vuelven a crecer”. Los recuerdos también son huellas, y por momentos tienden a desaparecer. Solo que, cuando una quiere, crecen de nuevo. Las estaciones también dejan rastros. El invierno, por ejemplo, ha dejado estalactitas de sopa en mi freezer. En un par de semanas voy a descongelar la heladera. Hay que dejar lugar a los víveres de primavera. Esta es, espero, la última sopa de invierno que hago. Y justamente, de todas las sopas, mi preferida:

Ingredientes
1 kilo de zapallo dulce pelado y troceado
2 litros de caldo (de lo que quieran)
1 manojo de cilantro fresco
1 cebolla
1 diente de ajo
1 cucharadita de curry y otra de jengibre en polvo
Si tienen, leche de coco (yo no tenía...)

Poner aceite de oliva en una cacerola grande (yo usé la essen porque es la que mejor me resulta). Agregar el diente de ajo entero (pelado). Apenas empiece a tostar, agregar la cebolla cortada fina. Saltear hasta que empiece a trasparentar. Agregar luego el zapallo pelado y cortado en trozos. Condimentar con el curry y el jengibre en polvo. Revolver bien y dejar fritando 10 minutos.
De a poco ir incorporando el caldo caliente. Dejar hervir el fuego hasta que el zapallo esté tierno. Agregar las hojas de cilantro. Tapar la olla y dejar reposar. Procesar en licuadora o minipimmer.
Si tenemos en la heladera, al momento de servir, agregar un poco de leche de coco, que le dará un saborcito mágico a la sopa.

Me despido de ustedes, dejando marcas de dedos no muy bien lavados por todos lados: en la puerta de la heladera, en el escritorio, en las teclas de esta computadora...  y también dejando otras huellas, más exquisitas:

Huellas, de Mario Benedetti
(Fuente: Documenta mínima)

En el archivo de las fichas policiales, aquella huella digital estaba a oscuras y se encontraba sola, abandonada. Sentía nostalgia de su mano madre, y sus líneas finas, delicadas, eran como un escorzo de su tristeza. Por eso, cuando se encendió la luz y alguien colocó a su lado una nueva huella, tal irrupción generó una alegre expectativa.
Una vez que el funcionario apagó la luz y cerró la puerta, la huella primera se atrevió a decir:
–Hola.
–Hola –respondió con voz ronca la recién llegada.
–Qué suerte que viniste. A esta altura, la soledad ya me resultaba insoportable. ¿De qué pulgar venís?
–De la mano de un periodista. ¿Y vos?
–Fuerzas represivas.
–Dura tarea, ¿no?
–¿Por qué lo decís?
–Torturas, bah.
–Se habla y se publica mucho, pero no siempre es cierto.
–¿Nunca?
–A veces sí. Reconozco que mi pulgar siguió un curso intensivo de picana.
–¿Cuál es tu mejor recuerdo?
–Si te voy a ser franco, cuando nos encomendaron tareas administrativas. Allí no había llantos ni puteadas ni alaridos. ¿Y el mejor de tu pulgar?
–El tacto de cierto ombliguito femenino. Una colega francesa y el dueño de mi pulgar estuvieron cubriendo los Juegos Olímpicos con variantes de yudo que los dejaron bastante complacidos.
–¿Por qué te tomaron la impresión digital?
–Renovación de cédula. ¿Y a vos?
–Tres años de arresto. Derechos humanos, comisiones de paz, desaparecidos, todas esas majaderías.
–Y aquí ya ves, todos iguales.
–¿Qué nos queda?
–Resignarse. Mi pulgar era ateo.
–Mi pulgar, en cambio, era creyente.
–Eso no importa. Después de todo, la mano de Dios no deja huellas.

Mario Benedetti, "El porvenir de mi pasado", Alfaguara, Madrid, 2003, 216 páginas.

viernes, 26 de agosto de 2011

Tarta de queso y miel


Cuenta una fábula que, cierto día de verano, un oso latifundista salió en busca de miel y pronto se encontró con un enjambre. Exaltado, dijo a las abejas, “denme un poco de esa rica miel”. Las abejas proletarias respondieron, “nop, esa miel es nuestra, llevamos trabajando todo el año para rellenar un tarro, oci-oso”. El oso, enfadado por la respuesta insurrecta, agarró un palo y empezó a darle golpes al panal hasta que éste cayó. Las abejas revolucionarias lo corrieron por la llanura entera, picoteándole la espalda peluda y las orejas. El oso encontró un río y en él se sumergió, quedando con la boca para afuera, recitando unas teorías de David Ricardo. La moraleja, si no me equivoco, es que se deben pedir las cosas bien, sin abusar de la superioridad física o del rango que una o uno, por eventualidad, pueda tener en la vida. Mucho tenemos que aprender de las abejas.
Por esas cosas del destino, hoy me encuentro recordando esta alegoría frente a la góndola de un supermercado. Cientos de pequeños envases de miel, etiquetados con el dibujo de una abeja gorda y sonriente, sugiriendo con el dedo gordo “todo está bien”. Por ocho pesos, cuánto significado se lleva una a la casa. Pero adónde iba, señoras y señores? Sí, a la cocina:

Para la masa:
200 gramos de harina
1 cucharada de polvo royal
1/2 cucharadita de sal
5 cucharadas de azúcar
1 cucharada de canela
1 yema
100 gramos de manteca
50 cc de agua fría

Para el relleno:
400 gramos de queso crema
100 gramos de azúcar
Ralladura de limón
3 claras de huevo batidas a punto nieve
Miel (cantidad que quieran, porque es para la cubierta)
Pasas de uva
Procedimiento:
Pisar la manteca con el azúcar, la canela y la sal. Agregar la yema y mezclar. Luego, añadir la harina mezclada con el royal e integrar con las manos. Amasar mientras vamos agregando de a poco el agua fría, hasta obtener una masa uniforme. Reservar en la heladera por media hora.
Mientras tanto, mezclar el queso crema con el azúcar y la ralladura. Luego integrar las claras con movimientos envolventes. Cubrir la tarta con este relleno y llevar al horno mediano por media hora. Retirar del horno y cubrir de miel y pasas de uva.

Así como las abejas de panal tienen que cuidarse de los osos, los osos de las formas y la miel de tarro de  las mujeres y las moscas, la moraleja entonces: a cerrar bien la tapa.
Me despido con un relato que me viene como anillo al dedo (después de probar -a pesar de mis prejuicios- un vino patero, cualquier cuento me queda bien). Hasta la próxima semana, hic!

El funeral, de Slawomir Mrozek
(Extraído de Documenta mínima)

Durante un paseo, me uní a un cortejo fúnebre. Siempre anima más que vagar uno solo y sin rumbo. No sabía a quién estaban enterrando, pero ¿qué importaba? Nosotros, los humanos, formamos todos una gran familia.
Además, siempre se puede preguntar. Mi vecino de la izquierda del cortejo tampoco lo sabía.
—Voy a la tintorería a recoger un pantalón. He visto un funeral y puesto que me pilla de camino me he unido. Sólo hasta la esquina y después tuerzo.
Pregunté, pues, al vecino de la derecha.
—¿Que de quién es el funeral? Y yo qué sé, ¿acaso muere poca gente? El banco no abre hasta las nueve, así que tengo un poco de tiempo todavía.
El tercero, que caminaba unos pasos atrás, tampoco era capaz de informarme.
—Yo no soy de aquí, soy un simple turista. Pero pregunte a esa señora con velo negro, la que camina detrás del féretro. Tiene pinta de ser la viuda y debe de saberlo.
En ese momento empezó a llover y abandoné el cortejo. No voy a mojarme por alguien a quien ni siquiera conozco personalmente.

La mosca, Acantilado, Barcelona, 2005, 136 páginas.

viernes, 19 de agosto de 2011

Sangüich d´anchois et avocat


Muy bien. He conseguido convertir una receta de sandwich en un platillo gourmet. Y todo gracias a la aportación de la receta de L´Exquisit más la colaboración de dos o tres palabritas en francés que, en en materia de gastronomía, cuánto ayudan! Dejando de lado las fuentes y el título marketinero, la verdad es que esto será un sanguche de combinación peligrosa... pero qué nivel! Carlos Sacaan lo garantiza.

Para 4 sanguchitos:
4 panes (negros, integrales o de centeno)
1 palta
8 anchoas en conserva
1 tomate cortadito en rodajas finas
1/2 cebolla cortada en rodajas finas
Aceite de oliva
1 cucharada de mayonesa
1 gotas de jugo de limón
Pimienta y sal



Armado:
Pisar la palta con unas gotas de limón, sal, pimienta, un poco de aceite de oliva y una cucharda de mayonesa hasta tener un puré. Cortar la cebolla y el tomate en rodajas muy finas.
Cortar el pan al medio y rellenar con la palta, el tomate y la cebolla. Aliñar con un poco de sal y aceite de oliva. Agregar un par de filetes de anchoa por cada sandwich.

Una idea exquisita. No es cuento. Lo que sí es cuento es el que sigue. Extraído de Narrativa breve, con ustedes:  

EL PAN AJENO
Varlam Shalámov
Aquel era un pan ajeno, el pan de mi compañero. Éste confiaba sólo en mí. Al compañero lo pasaron a trabajar al turno de día y el pan se quedó conmigo en un pequeño cofre ruso de madera. Ahora ya no se hacen cofres así, en cambio en los años veinte las muchachas presumían con ellos, con aquellos maletines deportivos, de piel de “cocodrilo” artificial. En el cofre guardaba el pan, una ración de pan. Si sacudía la caja, el pan se removía en el interior. El baulillo se encontraba bajo mi cabeza. No pude dormir mucho. El hombre hambriento duerme mal. Pero yo no dormía justamente porque tenía el pan en mi cabeza, un pan ajeno, el pan de mi compañero.
Me senté sobre la litera... Tuve la impresión de que todos me miraban, que todos sabían lo que me proponía hacer. Pero el encargado de Día se afanaba junto a la ventana poniendo un parche sobre algo. Otro hombre, de cuyo apellido no me acordaba y que trabajaba como yo en el turno de noche, en aquel momento se acostaba en una litera que no era la suya, en el centro del barracón, con los pies dirigidos hacia la cálida estufa de hierro. Aquel calor no llegaba hasta mí. El hombre se acostaba de espaldas, cara arriba. Me acerqué a él, tenía los ojos cerrados. Miré hacia las literas superiores; allí en un rincón del barracón, alguien dormía o permanecía acostado cubierto por un montón de harapos. Me acosté de nuevo en mi lugar con la firme decisión de dormirme.
Conté hasta mil y me levanté de nuevo. Abrí el baúl y extraje el pan. Era una ración, una barra de trescientos gramos, fría como un pedazo de madera. Me lo acerqué en secreto a la nariz y mi olfato percibió casi imperceptible olor a pan. Di vuelta a la caja y dejé caer sobre mi palma unas cuantas migas. Lamí la mano con la lengua, y la boca se me llenó al instante de saliva, las migas se fundieron. Dejé de dudar. Pellizqué tres trocitos de pan, pequeños como la uña del meñique, coloqué el pan en el baúl y me acosté. Deshacía y chupaba aquellas migas de pan.
Y me dormí, orgulloso de no haberle robado el pan a mi compañero.

Relatos de Kolymá (1978), trad. Ricardo San Vicente, Madrid, Mondadori, 1997, págs. 461-462.

viernes, 12 de agosto de 2011

Milanesas de merluza y cilantro al horno


Esta será una introducción sencilla porque la receta es muy fácil y no necesita demasiada explicación. La verdad es que nadie considera a las milanesas de merluza como una verdadera "receta". Va dedicada a la gente desfachatada que un buen día despierta y dice "quiero aprender a cocinar", al día siguiente corre a la librería a comprar su primer libro de cocina tapa-dura y, tres o cuatro días después, asegura que si su padre o madre lo hubiera dejado, hoy sería piloto, bailarina del Colón o domador de leones de circo.
Entonces, les presento la receta de las milanesas de merluza, nada más y nada menos que el segundo escalón para quien ha alcanzado conquistar la sistemática del sandwich (el paso número uno en la cocina).
Para no quedar como una cara dura integral, hice alguna pequeña variación a la receta original.
Ingredientes:
Se hace con merluza (¡qué descubrimiento!), cilantro, ajo, huevo y rebozador (o pan rallado).
Sencillo: se baten los huevos con un diente de ajo y cilantro bien picados, se pasan los filetes y luego se rebozan, apretando bien con la palma de las manos para que no se despegue. Los freímos o mandamos al horno. Y mientras se cocinan, a barrer la cocina, que seguro buen chiquero habrá quedado.
Si se aprenden bien esta receta, ya pueden pasar al tercer nivel (el de Con el tenedor en la mano), o bien buscar, pensar e imaginar, en qué oficio quisieran desenvolverse mañana. Tal vez, como Ismael, darse al mar y ver la parte líquida del mundo. Y si así es, qué mejor estímulo que la maravillosa introducción de Moby Dick. ¡Hasta la próxima receta!

MOBY DICK
De Herman Melville
(traducción de Enrique Pezzoni)

Pueden ustedes llamarme Ismael.  Hace algunos años –no importa cuántos, exactamente-, con poco o ningún dinero en mi billetera y nada en particular que me interesara en tierra, pensé en darme al mar y ver la parte líquida del mundo.  Es mi manera de disipar la melancolía y regular la circulación.  Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga; cada vez que en mi alma se posa un noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me sorprendo deteniéndome, a pesar de mí mismo, frente a las empresas de pompas fúnebres o sumándome al cortejo de un entierro cualquiera y, sobre todo, cada vez que me siento a tal punto dominado por la hipocondría que debo acudir a un robusto principio moral para no salir deliberadamente a la calle y derribar metódicamente los sombreros de la gente, entonces comprendo que ha llegado la hora de darme al mar lo antes posible.  Esos viajes son, para mí, el sucedáneo de la pistola y la bala. En un arrogante gesto filosófico, Catón se arroja sobre su espada; yo, tranquilamente, tomo un barco.  No hay nada de asombroso en esto.  Pocos lo saben, pero casi todos los hombres, sea cual fuere su condición, alimentan en un momento dado esos sentimientos que me inspira el océano.

viernes, 5 de agosto de 2011

Camarones con jengibre, chile y miel


Estoy un poquito corta de tiempo últimamente y eso se nota en mi cocina y también en mis introducciones. Esta es una receta que se prepara en 15 minutos, es para una sola persona (no tuve tiempo de calcular el doble), se come -cucurucho de cartón en mano- por la calle, y se escribe en tres minutos treinta. Corta, breve, rapidísima de hacer y, al mismo tiempo, sana, picante, aromática, sabrosa y deliciosa receta (en adjetivos no escatimo). Si alguno tiene más tiempo para disfrutarla, sepa que es mejor acompañarla con arroz blanco, servida en plato, sentado en silla o banco, botella de vino en mesa y en compañía de pariente o amigo.

Ingr. (por apurado)

250 grs. de camarones pelados y cocidos
3 cucharadas de aceite de oliva
1/4 de cebolla rallada
1 diente de ajo machacado
2 cucharadas de jengibre rallado
Chiles disecados cortados chiquitos (cantidad a nivel de atrevimiento)
3 cucharadas de miel
2 cucharadas de salsa de soja (o 4 de vino blanco)
Sal y pimienta

Proc.:

Calentar el aceite en sartén o wok. Agregar el ajo machacado, el chile (o ají picante) y la cebolla rallada. Salar y pimentar. Apenas la cebolla empiece a tomar color, agregarle el jengibre, la miel, la salsa de soja (o vino blanco) y los camarones. Saltear por 5 minutos y servir o comer inmediatamente, que estos camarones son más ricos cuando están calentitos y crocantes.

Corta de recetas. Corta de palabras. Corta, muy corta de cuentos. Pero por cortos cuentos, cortísimos, éstos, los mejores:

La hormiguita viajera. 
La hormiguita viajera se escapó del cuento que lleva su nombre. Negra, en bolas y sin documentos no pudo llegar muy lejos. Llegó hasta acá.

domingo, 31 de julio de 2011

Puré de ajos


Esta receta la ví en L´Exquisit. No la iba a postear porque me parecía demasiado sencilla para quien pasa sólo una receta por semana. Pero durante estos días comprobé que no todo lo que parece poquita cosa lo es, y que con una pequeña cabeza de ajo un cocinero puede levantar el nivel gastronómico de cualquier preparación hecha a la ligera.
La receta es de lo más sencilla: sólo tenemos que envolver una cabeza de ajo en papel aluminio y llevarla al horno (o parrilla) por una hora. La retiramos, dejamos descansar unos minutos para que pierda unos grados de temperatura, le cortamos la base y, con la ayuda de una cuchara o palote, la aplastamos hasta quitarle todo el puré. Lo mezclamos con aceite y sal, guardamos en un pequeño frasco esterilizado y luego llevamos a la heladera.

¿Para qué puede servir?
-Para adobar una pechuga de pollo que vayamos a asar a las brasas o a la plancha.
-Para untar una tostada a la que luego podemos agregar tomate y jamón.
-Para aliñar una ensalada de hojas verdes y paltas.
-Para hacernos unos macarrones al ajo gratinados con queso.
-Para saborizar una sopa crema, de estas básicas que tomamos en invierno.
- Como acompañamiento de pescados, carne roja, mariscos, verduras salteadas o asadas, o de un puchero.
-Para espantar vampiros.

Como ven, con una cabeza de ajo se pueden mejorar un montón de recetas. Hay otras pequeñas cosas que pueden resultar fenomenales. Con unas pocas palabras  un genio como Chéjov pudo escribir “Poquita cosa” y nosotros leer un cuento extraordinario. ¡Hasta la próxima receta… o mejor dicho, hasta el próximo cuento!

Poquita cosa
Antón Chéjov
(Relato extraído de Narrativa Breve)

Hace unos día invité a Yulia Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas.
-Siéntese, Yulia Vasilievna -le dije-. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará falta dinero, pero es usted tan ceremoniosa que no lo pedirá por sí misma... Veamos... Nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos por mes...
-En cuarenta...
-No. En treinta... Lo tengo apuntado. Siempre le he pagado a las institutrices treinta rublos... Veamos... Ha estado usted con nosotros dos meses...
-Dos meses y cinco días...
-Dos meses redondos. Lo tengo apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos... Pero hay que descontarle nueve domingos... pues los domingos usted no le ha dado clase a Kolia, sólo ha paseado... más tres días de fiesta...
A Yulia Vasilievna se le encendió el rostro y se puso a tironear el volante de su vestido, pero... ¡ni palabra!
-Tres días de fiesta... Por consiguiente descontamos doce rublos... Durante cuatro días Kolia estuvo enfermo y no tuvo clases... usted se las dio sólo a Varia... Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y mi esposa le permitió descansar después de la comida... Doce y siete suman diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de... hum... de cuarenta y un rublos... ¿no es cierto?
El ojo izquierdo de Yulia Vasilievna enrojeció y lo vi empañado de humedad. Su mentón se estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero... ¡ni palabra!
-En víspera de Año Nuevo usted rompió una taza de té con platito. Descontamos dos rublos... Claro que la taza vale más... es una reliquia de la familia... pero ¡que Dios la perdone! ¡Hemos perdido tanto ya! Además, debido a su falta de atención, Kolia se subió a un árbol y se desgarró la chaquetita... Le descontamos diez... También por su descuido, la camarera le robó a Varia los botines... Usted es quien debe vigilarlo todo. Usted recibe sueldo... Así que le descontamos cinco más... El diez de enero usted tomó prestados diez rublos.
-No los tomé -musitó Yulia Vasilievna.
-¡Pero si lo tengo apuntado!
-Bueno, sea así, está bien.
-A cuarenta y uno le restamos veintisiete, nos queda un saldo de catorce...
Sus dos ojos se le llenaron de lágrimas...
Sobre la naricita larga, bonita, aparecieron gotas de sudor. ¡Pobre muchacha!
-Sólo una vez tomé -dijo con voz trémula-... le pedí prestados a su esposa tres rublos... Nunca más lo hice...
-¿Qué me dice? ¡Y yo que no los tenía apuntados! A catorce le restamos tres y nos queda un saldo de once... ¡He aquí su dinero, muchacha! Tres... tres... uno y uno... ¡sírvase!
Y le tendí once rublos... Ella los cogió con dedos temblorosos y se los metió en el bolsillo.
-Merci -murmuró.
Yo pegué un salto y me eché a caminar por el cuarto. No podía contener mi indignación.
-¿Por qué me da las gracias? -le pregunté.
-Por el dinero.
-¡Pero si la he desplumado! ¡Demonios! ¡La he asaltado! ¡La he robado! ¿Por qué merci?
-En otros sitios ni siquiera me daban...
-¿No le daban? ¡Pues no es extraño! Yo he bromeado con usted... le he dado una cruel lección... ¡Le daré sus ochenta rublos enteritos! ¡Ahí están preparados en un sobre para usted! ¿Pero es que se puede ser tan tímida? ¿Por qué no protesta usted? ¿Por qué calla? ¿Es que se puede vivir en este mundo sin mostrar los dientes? ¿Es que se puede ser tan poquita cosa?
Ella sonrió débilmente y en su rostro leí: "¡Se puede!"
Le pedí disculpas por la cruel lección y le entregué, para su gran asombro, los ochenta rublos. Tímidamente balbuceó su merci y salió... La seguí con la mirada y pensé: ¡Qué fácil es en este mundo ser fuerte!

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