viernes, 30 de septiembre de 2011

Quiche de queso y brocoli


¡Feliz primavera para todos los del Sur! ¡Feliz otoño para los del Norte! Tarde para saludar, pero con las mejores intenciones.
Durante estos últimos días estuve trabajando como hormiga, intentando entender la parábola del trabajador solidario, humilde y productivo. ¿Será que hay moraleja? Mientras reflexiono, paso la receta y, más luego, un simbólico cuento:

Masa de quiche:
2 tazas harina
1 cucharadita de  azúcar
150 gramos de manteca
100 cc de agua fría (o leche)
Sal y pimienta
En un bol, mezclar la harina con la manteca y la sal. La manteca tiene que estar fría, así que para que se junte con la masa tenemos que irla cortando en pedacitos con la ayuda de un cuchillo y luego un tenedor. Agregar el agua helada y seguir mezclando. Amasar con las manos hasta conseguir una masa homogénea. Guardar el bollo en la heladera durante un rato.
Si vamos a hacer pequeñas tarteletas, dividir la masa en varios bollitos. Estirar cada uno de ellos y meter en un molde individual. Estirar y con la masa cubrir los costados.
Pinchar la masa con un tenedor.
Relleno: 
Brócoli cocido y escurrido (bastante)
2 huevos
1 cebolla salteada
250 grs.  de queso crema (o crema batido)
250 gramos de queso (alguno salado)
Sal, pimienta y nuez moscada.
Saltear la cebolla. Cuando esté dorada, agregar el brócoli cortado en cubos. Cocinar unos minutos y apagar el fuego. Cuando esté tibio o frío, agregar los huevos batidos, el queso y la crema y condimentar con sal, pimienta y nuez moscada.
Rellenar las tarteletas y llevar al horno por 15 o 20 minutos.

Para las hormigas, moralejas siempre hay. Gracias a la sugerencia de Fernando Terreno del blog La pulpera, hoy puedo dejarles una. Para ustedes, trabajadores humildes, solidarios, laboriosos... y para mí!

Un día las hormigas, pueblo progresista, inventan el vegetal artificial. Es una papilla fría y con sabor a hojalata. Pero al menos las releva de la necesidad de salir fuera de los hormigueros en procura de vegetales naturales. Así se salvan del fuego, del veneno, de las nubes insecticidas. Como el número de las hormigas es una cifra que tiende constantemente a crecer, al cabo de un tiempo hay tantas hormigas bajo tierra que es preciso ampliar los hormigueros. Las galerías se expanden, se entrecruzan, terminan por confundirse en un solo Gran Hormiguero bajo la dirección de una sola Gran Hormiga. Por las dudas, las salidas al exterior son tapiadas a cal y canto. Se suceden las generaciones. Como nunca han franqueado los límites del Gran Hormiguero, incurren en el error de lógica de indentificarlo con el Gran Universo. Pero cierta vez una hormiga se extravía por unos corredores en ruinas, distingue una luz lejana, unos destellos, se aproxima y descubre una boca de salida cuya clausura se ha desmoronado. Con el corazón palpitante, la hormiga sale a la superficie de la tierra. Ve una mañana. Ve un jardín. Ve tallos, hojas, yemas, brotes, pétalos, estambres, rocío. Ve una rosa amarilla. Todos sus instintos despiertan bruscamente. Se abalanza sobre las plantas y empieza a talar, a cortar y a comer. Se da un atracón. Después, relamiéndose, decide volver al Gran Hormiguero con la noticia. Busca a sus hermanas, trata de explicarles lo que ha visto, grita: "Arriba... luz... jardín... hojas... verde... flores..." Las demás hormigas no comprenden una sola palabra de aquel lenguaje delirante, creen que la hormiga ha enloquecido y la matan.

(Escrito por Pavel Vodnik un día antes de suicidarse. El texto de la fábula apareció en el número 12 de la revista Szpilki y le valió a su director, Jerzy Kott, una multa de cien znacks.) 

domingo, 18 de septiembre de 2011

Focaccia express


Ayer a la noche tenía ganas de hacer pizzas. Fui a hacer las compras a un almacén nuevo que pusieron frente a casa. Todavía lo están armando, no terminaron de poner los estantes y hay que pedirle todo al cajero. El señor que atiende me cae muy bien. Es muy amable y simpático. No habla español, pero pone voluntad para comunicarse. Le pedí levadura de cerveza. Me trajo una Heineken (bien fría). Le pedí medio kilo de mozzarella y me dio una bolsa de magdalenas (¡rellenas!). Le pedí una lata de tomates pelados enteros peritas y me trajo un yogurt semi-descremado con cereales muslik. Soy un caso, teniendo el dedo índice en la mano, podía haber colaborado. Mientras volvía a casa, y antes de que me asaltara el sentimiento de frustración, recordé el famoso refrán que dice, "a la larga, todo se arregla". Con harina leudante, no sólo se pueden hacer pizzas, sino también focaccias. "De noche todos los gatos son negros".

Ingredientes:
1/4 kilo de harina leudante
1/2 taza de aceite de oliva
1/2 taza de agua tibia
Romero fresco
Tomates cherry
Sal y pimienta

Procedimiento:
¿Para qué lo voy a pasar? Si nadie lo lee :)

Yo pienso, cómo cuesta comunicarse entre personas que hablan en distinto idioma. Y también, cómo cuesta comunicarse entre personas que hablan el mismo.
Desde Revista latinoamericana de minicuento,

COMUNICACIÓN
De Pablo Urbanyi

Él y ella. Los encontramos sentados en los dos extremos de un sofá de tres plazas. Él la observa con un poco de temor. Por fin se anima a hablar:
Él: Parece que estás de mal humor, ¿qué te pasa?
Ella: No me pasa nada. Y te ruego que no hagas suposiciones sobre mí.
Breve pausa:
Él: ¿Es por algo que dije?
Ella: No.
Él: ¿Es por algo que no dije?
Ella: No.
Él: ¿Es por algo que hice?
Ella: No.
Él: ¿Es por algo que no hice?
Ella: No.
Una pausa más larga. Toma aire y remarcando con claridad las palabras:
Él: ¿Es por algo que yo dije casualmente con relación a algo que hice y que no debí haber hecho ni dicho, o, por lo menos debería haberlo hecho y dicho de otra manera y tomando en cuenta tus sentimientos?
Ella: Algo así. Pero basta, no insistas.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Brochette de lomo y ciruelas en salsa de mostaza


Hoy encontré un cuento (el que posteo debajo) que me resultó muy familiar. Hace algunos años, en el piso de arriba de mi casa, vivía un abogado que se iba a dormir todas las noches a  las 12 y media clavadas. Como, en general, en la semana yo me voy a dormir un rato antes, solía escuchar su rutina. El abogado se sentaba en la cama y se sacaba un zapato. A los treinta segundos, el otro. Un minuto después, caía en el piso un cinturón de hebilla pesada. Hasta que no escuchaba el último crujir de las patas de su cama, no podía dormirme. Era un rito tranquilizador, que me ayudaba a conciliar el sueño. Pero, hace cosa de un año, el abogado se mudó. Su casa fue ocupada por una pareja de lo más extraña. Nunca se van a dormir a la misma hora. Tampoco se sabe qué tipo de zapatos usan. Algunas veces se oye un perro encerrado en el placard. Otras, una valija pesada que se arrastra. Los fines de semana son alarmantes. Pareciera que se van a dormir no dos, sinó tres... y, a veces, hasta cuatro. Toda esta situación me desvela. Me levanto de mal humor, cansada, con ganas de subir al piso de arriba y ponerle los puntos a los dos, a los tres, a los cuatro que viven ahi adentro. Es feo ser insomne por culpa de personas que una ni siquiera conoce. Pero más feo aún, encontrarme en este momento, somnolienta, malhumorada, escribiendo pavadas. Así que mejor, voy a la receta:

Ingredientes (para 2 brochettes)
250 gramos de lomo cortado en cubos
1 cebolla blanca
100 gramos de panceta
10 ciruelas pasas descarozadas
Mostaza
Salsa de soja (o vino tinto)
Sal y pimienta

Procedimiento:
Cortar el lomo en cubos. Macerar con salsa de soja y pimienta. Cortar la cebolla en trozos, también la panceta. Descarozar las ciruelas. Armar las brochettes como de costumbre. Un pedacito de cada cosa, apretando bien para que las cosas se junten. Llevar a plancha para churrascos, o a horno, parilla o incluso sartén aceitada. Sellar. Preparar una salsa con vino (o salsa de soja), mostaza, sal y pimienta. A medida que la carne se va cocinando, ir bañando las brochettes con la salsa.

Como les dije en la introducción, este fue el cuento que despertó los recuerdos de mis anéctotas nocturnas con el abogado de arriba. Los dejo en compañía de un maravilloso cuento. Espero que lo disfruten y también, cómo no, que sueñen con los angelitos.

Extraído de: Narrativa Breve

UNA NOCHE EN UN HOTEL, de Slawomir Mrozek
Estaba a punto de dormirme cuando detrás de la pared se dejó oír un fuerte golpe.
"Ya está, ahora empezará aquello -pensé-. Será igual que en aquella famosa anécdota. El vecino se quitó un zapato y lo dejó caer al suelo. Ahora no podré dormir hasta que se quite el otro y vete a saber cuánto rato tendré que esperar a que lo haga".
Así que cuál no sería mi alivio cuando enseguida se dejó oír el segundo golpe.
Me estaba durmiendo de nuevo cuando detrás de la pared sonó un tercer estrépito que me quitó el sueño.
Eso sí que no me lo esperaba. ¿Acaso mi vecino tenía tres piernas? Imposible. ¿Había vuelto a ponerse un zapato y se lo había quitado de nuevo? Poco probable. Así que, por lo visto, tenía dos vecinos.
Y comenzó mi tormento,justo como lo había previsto. Lo único que me permitía resistir era la esperanza de que de un momento a otro tenía que quitarse el otro zapato. Sin embargo, la noche transcurría y el segundo, es decir, el cuarto ruido no llegaba.
No pegué ojo en toda la noche y por la mañana bajé a desayunar totalmente agotado. Encontré a mi vecino. Busqué con la mirada al otro, pero no estaba, sólo había uno. Ese otro seguramente se había dormido hecho una cuba y continuaba durmiendo con un zapato puesto.
-¿Tiene ratones en su habitación? -inquirió mi vecino-. Porque yo sí los tengo. Hacían tanto ruido que tuve que tirarles un zapato para que pararan.
A partir de entonces dejé de pensar con lógica. Un estúpido ratón tiene más poder que toda la lógica junta, y la lógica sólo provoca insomnio.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Sopa de zapallo estilo thai


Con las huellas digitales siempre tuve un dilema. Me pregunto si las personas que se van para el otro mundo, las que las dejan de usar, se las ceden a los nuevos niños que nacen. ¿Es posible que las huellas se repitan? ¿No podría tener una, acaso, las huellas digitales de Catalina la Grande? Mi primo, cuando era chico, decía que las huellas podían borrarse con un pequeño corte de gillete (“las de los dedos índices”, aclaraba, “porque son las únicas huellas que guarda la policía”). También estaba el niño que contraargumentaba, "eso es imposible; las huellas, por más que uno las borre, a las dos o tres semanas vuelven a crecer”. Los recuerdos también son huellas, y por momentos tienden a desaparecer. Solo que, cuando una quiere, crecen de nuevo. Las estaciones también dejan rastros. El invierno, por ejemplo, ha dejado estalactitas de sopa en mi freezer. En un par de semanas voy a descongelar la heladera. Hay que dejar lugar a los víveres de primavera. Esta es, espero, la última sopa de invierno que hago. Y justamente, de todas las sopas, mi preferida:

Ingredientes
1 kilo de zapallo dulce pelado y troceado
2 litros de caldo (de lo que quieran)
1 manojo de cilantro fresco
1 cebolla
1 diente de ajo
1 cucharadita de curry y otra de jengibre en polvo
Si tienen, leche de coco (yo no tenía...)

Poner aceite de oliva en una cacerola grande (yo usé la essen porque es la que mejor me resulta). Agregar el diente de ajo entero (pelado). Apenas empiece a tostar, agregar la cebolla cortada fina. Saltear hasta que empiece a trasparentar. Agregar luego el zapallo pelado y cortado en trozos. Condimentar con el curry y el jengibre en polvo. Revolver bien y dejar fritando 10 minutos.
De a poco ir incorporando el caldo caliente. Dejar hervir el fuego hasta que el zapallo esté tierno. Agregar las hojas de cilantro. Tapar la olla y dejar reposar. Procesar en licuadora o minipimmer.
Si tenemos en la heladera, al momento de servir, agregar un poco de leche de coco, que le dará un saborcito mágico a la sopa.

Me despido de ustedes, dejando marcas de dedos no muy bien lavados por todos lados: en la puerta de la heladera, en el escritorio, en las teclas de esta computadora...  y también dejando otras huellas, más exquisitas:

Huellas, de Mario Benedetti
(Fuente: Documenta mínima)

En el archivo de las fichas policiales, aquella huella digital estaba a oscuras y se encontraba sola, abandonada. Sentía nostalgia de su mano madre, y sus líneas finas, delicadas, eran como un escorzo de su tristeza. Por eso, cuando se encendió la luz y alguien colocó a su lado una nueva huella, tal irrupción generó una alegre expectativa.
Una vez que el funcionario apagó la luz y cerró la puerta, la huella primera se atrevió a decir:
–Hola.
–Hola –respondió con voz ronca la recién llegada.
–Qué suerte que viniste. A esta altura, la soledad ya me resultaba insoportable. ¿De qué pulgar venís?
–De la mano de un periodista. ¿Y vos?
–Fuerzas represivas.
–Dura tarea, ¿no?
–¿Por qué lo decís?
–Torturas, bah.
–Se habla y se publica mucho, pero no siempre es cierto.
–¿Nunca?
–A veces sí. Reconozco que mi pulgar siguió un curso intensivo de picana.
–¿Cuál es tu mejor recuerdo?
–Si te voy a ser franco, cuando nos encomendaron tareas administrativas. Allí no había llantos ni puteadas ni alaridos. ¿Y el mejor de tu pulgar?
–El tacto de cierto ombliguito femenino. Una colega francesa y el dueño de mi pulgar estuvieron cubriendo los Juegos Olímpicos con variantes de yudo que los dejaron bastante complacidos.
–¿Por qué te tomaron la impresión digital?
–Renovación de cédula. ¿Y a vos?
–Tres años de arresto. Derechos humanos, comisiones de paz, desaparecidos, todas esas majaderías.
–Y aquí ya ves, todos iguales.
–¿Qué nos queda?
–Resignarse. Mi pulgar era ateo.
–Mi pulgar, en cambio, era creyente.
–Eso no importa. Después de todo, la mano de Dios no deja huellas.

Mario Benedetti, "El porvenir de mi pasado", Alfaguara, Madrid, 2003, 216 páginas.

viernes, 26 de agosto de 2011

Tarta de queso y miel


Cuenta una fábula que, cierto día de verano, un oso latifundista salió en busca de miel y pronto se encontró con un enjambre. Exaltado, dijo a las abejas, “denme un poco de esa rica miel”. Las abejas proletarias respondieron, “nop, esa miel es nuestra, llevamos trabajando todo el año para rellenar un tarro, oci-oso”. El oso, enfadado por la respuesta insurrecta, agarró un palo y empezó a darle golpes al panal hasta que éste cayó. Las abejas revolucionarias lo corrieron por la llanura entera, picoteándole la espalda peluda y las orejas. El oso encontró un río y en él se sumergió, quedando con la boca para afuera, recitando unas teorías de David Ricardo. La moraleja, si no me equivoco, es que se deben pedir las cosas bien, sin abusar de la superioridad física o del rango que una o uno, por eventualidad, pueda tener en la vida. Mucho tenemos que aprender de las abejas.
Por esas cosas del destino, hoy me encuentro recordando esta alegoría frente a la góndola de un supermercado. Cientos de pequeños envases de miel, etiquetados con el dibujo de una abeja gorda y sonriente, sugiriendo con el dedo gordo “todo está bien”. Por ocho pesos, cuánto significado se lleva una a la casa. Pero adónde iba, señoras y señores? Sí, a la cocina:

Para la masa:
200 gramos de harina
1 cucharada de polvo royal
1/2 cucharadita de sal
5 cucharadas de azúcar
1 cucharada de canela
1 yema
100 gramos de manteca
50 cc de agua fría

Para el relleno:
400 gramos de queso crema
100 gramos de azúcar
Ralladura de limón
3 claras de huevo batidas a punto nieve
Miel (cantidad que quieran, porque es para la cubierta)
Pasas de uva
Procedimiento:
Pisar la manteca con el azúcar, la canela y la sal. Agregar la yema y mezclar. Luego, añadir la harina mezclada con el royal e integrar con las manos. Amasar mientras vamos agregando de a poco el agua fría, hasta obtener una masa uniforme. Reservar en la heladera por media hora.
Mientras tanto, mezclar el queso crema con el azúcar y la ralladura. Luego integrar las claras con movimientos envolventes. Cubrir la tarta con este relleno y llevar al horno mediano por media hora. Retirar del horno y cubrir de miel y pasas de uva.

Así como las abejas de panal tienen que cuidarse de los osos, los osos de las formas y la miel de tarro de  las mujeres y las moscas, la moraleja entonces: a cerrar bien la tapa.
Me despido con un relato que me viene como anillo al dedo (después de probar -a pesar de mis prejuicios- un vino patero, cualquier cuento me queda bien). Hasta la próxima semana, hic!

El funeral, de Slawomir Mrozek
(Extraído de Documenta mínima)

Durante un paseo, me uní a un cortejo fúnebre. Siempre anima más que vagar uno solo y sin rumbo. No sabía a quién estaban enterrando, pero ¿qué importaba? Nosotros, los humanos, formamos todos una gran familia.
Además, siempre se puede preguntar. Mi vecino de la izquierda del cortejo tampoco lo sabía.
—Voy a la tintorería a recoger un pantalón. He visto un funeral y puesto que me pilla de camino me he unido. Sólo hasta la esquina y después tuerzo.
Pregunté, pues, al vecino de la derecha.
—¿Que de quién es el funeral? Y yo qué sé, ¿acaso muere poca gente? El banco no abre hasta las nueve, así que tengo un poco de tiempo todavía.
El tercero, que caminaba unos pasos atrás, tampoco era capaz de informarme.
—Yo no soy de aquí, soy un simple turista. Pero pregunte a esa señora con velo negro, la que camina detrás del féretro. Tiene pinta de ser la viuda y debe de saberlo.
En ese momento empezó a llover y abandoné el cortejo. No voy a mojarme por alguien a quien ni siquiera conozco personalmente.

La mosca, Acantilado, Barcelona, 2005, 136 páginas.

viernes, 19 de agosto de 2011

Sangüich d´anchois et avocat


Muy bien. He conseguido convertir una receta de sandwich en un platillo gourmet. Y todo gracias a la aportación de la receta de L´Exquisit más la colaboración de dos o tres palabritas en francés que, en en materia de gastronomía, cuánto ayudan! Dejando de lado las fuentes y el título marketinero, la verdad es que esto será un sanguche de combinación peligrosa... pero qué nivel! Carlos Sacaan lo garantiza.

Para 4 sanguchitos:
4 panes (negros, integrales o de centeno)
1 palta
8 anchoas en conserva
1 tomate cortadito en rodajas finas
1/2 cebolla cortada en rodajas finas
Aceite de oliva
1 cucharada de mayonesa
1 gotas de jugo de limón
Pimienta y sal



Armado:
Pisar la palta con unas gotas de limón, sal, pimienta, un poco de aceite de oliva y una cucharda de mayonesa hasta tener un puré. Cortar la cebolla y el tomate en rodajas muy finas.
Cortar el pan al medio y rellenar con la palta, el tomate y la cebolla. Aliñar con un poco de sal y aceite de oliva. Agregar un par de filetes de anchoa por cada sandwich.

Una idea exquisita. No es cuento. Lo que sí es cuento es el que sigue. Extraído de Narrativa breve, con ustedes:  

EL PAN AJENO
Varlam Shalámov
Aquel era un pan ajeno, el pan de mi compañero. Éste confiaba sólo en mí. Al compañero lo pasaron a trabajar al turno de día y el pan se quedó conmigo en un pequeño cofre ruso de madera. Ahora ya no se hacen cofres así, en cambio en los años veinte las muchachas presumían con ellos, con aquellos maletines deportivos, de piel de “cocodrilo” artificial. En el cofre guardaba el pan, una ración de pan. Si sacudía la caja, el pan se removía en el interior. El baulillo se encontraba bajo mi cabeza. No pude dormir mucho. El hombre hambriento duerme mal. Pero yo no dormía justamente porque tenía el pan en mi cabeza, un pan ajeno, el pan de mi compañero.
Me senté sobre la litera... Tuve la impresión de que todos me miraban, que todos sabían lo que me proponía hacer. Pero el encargado de Día se afanaba junto a la ventana poniendo un parche sobre algo. Otro hombre, de cuyo apellido no me acordaba y que trabajaba como yo en el turno de noche, en aquel momento se acostaba en una litera que no era la suya, en el centro del barracón, con los pies dirigidos hacia la cálida estufa de hierro. Aquel calor no llegaba hasta mí. El hombre se acostaba de espaldas, cara arriba. Me acerqué a él, tenía los ojos cerrados. Miré hacia las literas superiores; allí en un rincón del barracón, alguien dormía o permanecía acostado cubierto por un montón de harapos. Me acosté de nuevo en mi lugar con la firme decisión de dormirme.
Conté hasta mil y me levanté de nuevo. Abrí el baúl y extraje el pan. Era una ración, una barra de trescientos gramos, fría como un pedazo de madera. Me lo acerqué en secreto a la nariz y mi olfato percibió casi imperceptible olor a pan. Di vuelta a la caja y dejé caer sobre mi palma unas cuantas migas. Lamí la mano con la lengua, y la boca se me llenó al instante de saliva, las migas se fundieron. Dejé de dudar. Pellizqué tres trocitos de pan, pequeños como la uña del meñique, coloqué el pan en el baúl y me acosté. Deshacía y chupaba aquellas migas de pan.
Y me dormí, orgulloso de no haberle robado el pan a mi compañero.

Relatos de Kolymá (1978), trad. Ricardo San Vicente, Madrid, Mondadori, 1997, págs. 461-462.

viernes, 12 de agosto de 2011

Milanesas de merluza y cilantro al horno


Esta será una introducción sencilla porque la receta es muy fácil y no necesita demasiada explicación. La verdad es que nadie considera a las milanesas de merluza como una verdadera "receta". Va dedicada a la gente desfachatada que un buen día despierta y dice "quiero aprender a cocinar", al día siguiente corre a la librería a comprar su primer libro de cocina tapa-dura y, tres o cuatro días después, asegura que si su padre o madre lo hubiera dejado, hoy sería piloto, bailarina del Colón o domador de leones de circo.
Entonces, les presento la receta de las milanesas de merluza, nada más y nada menos que el segundo escalón para quien ha alcanzado conquistar la sistemática del sandwich (el paso número uno en la cocina).
Para no quedar como una cara dura integral, hice alguna pequeña variación a la receta original.
Ingredientes:
Se hace con merluza (¡qué descubrimiento!), cilantro, ajo, huevo y rebozador (o pan rallado).
Sencillo: se baten los huevos con un diente de ajo y cilantro bien picados, se pasan los filetes y luego se rebozan, apretando bien con la palma de las manos para que no se despegue. Los freímos o mandamos al horno. Y mientras se cocinan, a barrer la cocina, que seguro buen chiquero habrá quedado.
Si se aprenden bien esta receta, ya pueden pasar al tercer nivel (el de Con el tenedor en la mano), o bien buscar, pensar e imaginar, en qué oficio quisieran desenvolverse mañana. Tal vez, como Ismael, darse al mar y ver la parte líquida del mundo. Y si así es, qué mejor estímulo que la maravillosa introducción de Moby Dick. ¡Hasta la próxima receta!

MOBY DICK
De Herman Melville
(traducción de Enrique Pezzoni)

Pueden ustedes llamarme Ismael.  Hace algunos años –no importa cuántos, exactamente-, con poco o ningún dinero en mi billetera y nada en particular que me interesara en tierra, pensé en darme al mar y ver la parte líquida del mundo.  Es mi manera de disipar la melancolía y regular la circulación.  Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga; cada vez que en mi alma se posa un noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me sorprendo deteniéndome, a pesar de mí mismo, frente a las empresas de pompas fúnebres o sumándome al cortejo de un entierro cualquiera y, sobre todo, cada vez que me siento a tal punto dominado por la hipocondría que debo acudir a un robusto principio moral para no salir deliberadamente a la calle y derribar metódicamente los sombreros de la gente, entonces comprendo que ha llegado la hora de darme al mar lo antes posible.  Esos viajes son, para mí, el sucedáneo de la pistola y la bala. En un arrogante gesto filosófico, Catón se arroja sobre su espada; yo, tranquilamente, tomo un barco.  No hay nada de asombroso en esto.  Pocos lo saben, pero casi todos los hombres, sea cual fuere su condición, alimentan en un momento dado esos sentimientos que me inspira el océano.

viernes, 5 de agosto de 2011

Camarones con jengibre, chile y miel


Estoy un poquito corta de tiempo últimamente y eso se nota en mi cocina y también en mis introducciones. Esta es una receta que se prepara en 15 minutos, es para una sola persona (no tuve tiempo de calcular el doble), se come -cucurucho de cartón en mano- por la calle, y se escribe en tres minutos treinta. Corta, breve, rapidísima de hacer y, al mismo tiempo, sana, picante, aromática, sabrosa y deliciosa receta (en adjetivos no escatimo). Si alguno tiene más tiempo para disfrutarla, sepa que es mejor acompañarla con arroz blanco, servida en plato, sentado en silla o banco, botella de vino en mesa y en compañía de pariente o amigo.

Ingr. (por apurado)

250 grs. de camarones pelados y cocidos
3 cucharadas de aceite de oliva
1/4 de cebolla rallada
1 diente de ajo machacado
2 cucharadas de jengibre rallado
Chiles disecados cortados chiquitos (cantidad a nivel de atrevimiento)
3 cucharadas de miel
2 cucharadas de salsa de soja (o 4 de vino blanco)
Sal y pimienta

Proc.:

Calentar el aceite en sartén o wok. Agregar el ajo machacado, el chile (o ají picante) y la cebolla rallada. Salar y pimentar. Apenas la cebolla empiece a tomar color, agregarle el jengibre, la miel, la salsa de soja (o vino blanco) y los camarones. Saltear por 5 minutos y servir o comer inmediatamente, que estos camarones son más ricos cuando están calentitos y crocantes.

Corta de recetas. Corta de palabras. Corta, muy corta de cuentos. Pero por cortos cuentos, cortísimos, éstos, los mejores:

La hormiguita viajera. 
La hormiguita viajera se escapó del cuento que lleva su nombre. Negra, en bolas y sin documentos no pudo llegar muy lejos. Llegó hasta acá.

domingo, 31 de julio de 2011

Puré de ajos


Esta receta la ví en L´Exquisit. No la iba a postear porque me parecía demasiado sencilla para quien pasa sólo una receta por semana. Pero durante estos días comprobé que no todo lo que parece poquita cosa lo es, y que con una pequeña cabeza de ajo un cocinero puede levantar el nivel gastronómico de cualquier preparación hecha a la ligera.
La receta es de lo más sencilla: sólo tenemos que envolver una cabeza de ajo en papel aluminio y llevarla al horno (o parrilla) por una hora. La retiramos, dejamos descansar unos minutos para que pierda unos grados de temperatura, le cortamos la base y, con la ayuda de una cuchara o palote, la aplastamos hasta quitarle todo el puré. Lo mezclamos con aceite y sal, guardamos en un pequeño frasco esterilizado y luego llevamos a la heladera.

¿Para qué puede servir?
-Para adobar una pechuga de pollo que vayamos a asar a las brasas o a la plancha.
-Para untar una tostada a la que luego podemos agregar tomate y jamón.
-Para aliñar una ensalada de hojas verdes y paltas.
-Para hacernos unos macarrones al ajo gratinados con queso.
-Para saborizar una sopa crema, de estas básicas que tomamos en invierno.
- Como acompañamiento de pescados, carne roja, mariscos, verduras salteadas o asadas, o de un puchero.
-Para espantar vampiros.

Como ven, con una cabeza de ajo se pueden mejorar un montón de recetas. Hay otras pequeñas cosas que pueden resultar fenomenales. Con unas pocas palabras  un genio como Chéjov pudo escribir “Poquita cosa” y nosotros leer un cuento extraordinario. ¡Hasta la próxima receta… o mejor dicho, hasta el próximo cuento!

Poquita cosa
Antón Chéjov
(Relato extraído de Narrativa Breve)

Hace unos día invité a Yulia Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas.
-Siéntese, Yulia Vasilievna -le dije-. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará falta dinero, pero es usted tan ceremoniosa que no lo pedirá por sí misma... Veamos... Nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos por mes...
-En cuarenta...
-No. En treinta... Lo tengo apuntado. Siempre le he pagado a las institutrices treinta rublos... Veamos... Ha estado usted con nosotros dos meses...
-Dos meses y cinco días...
-Dos meses redondos. Lo tengo apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos... Pero hay que descontarle nueve domingos... pues los domingos usted no le ha dado clase a Kolia, sólo ha paseado... más tres días de fiesta...
A Yulia Vasilievna se le encendió el rostro y se puso a tironear el volante de su vestido, pero... ¡ni palabra!
-Tres días de fiesta... Por consiguiente descontamos doce rublos... Durante cuatro días Kolia estuvo enfermo y no tuvo clases... usted se las dio sólo a Varia... Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y mi esposa le permitió descansar después de la comida... Doce y siete suman diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de... hum... de cuarenta y un rublos... ¿no es cierto?
El ojo izquierdo de Yulia Vasilievna enrojeció y lo vi empañado de humedad. Su mentón se estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero... ¡ni palabra!
-En víspera de Año Nuevo usted rompió una taza de té con platito. Descontamos dos rublos... Claro que la taza vale más... es una reliquia de la familia... pero ¡que Dios la perdone! ¡Hemos perdido tanto ya! Además, debido a su falta de atención, Kolia se subió a un árbol y se desgarró la chaquetita... Le descontamos diez... También por su descuido, la camarera le robó a Varia los botines... Usted es quien debe vigilarlo todo. Usted recibe sueldo... Así que le descontamos cinco más... El diez de enero usted tomó prestados diez rublos.
-No los tomé -musitó Yulia Vasilievna.
-¡Pero si lo tengo apuntado!
-Bueno, sea así, está bien.
-A cuarenta y uno le restamos veintisiete, nos queda un saldo de catorce...
Sus dos ojos se le llenaron de lágrimas...
Sobre la naricita larga, bonita, aparecieron gotas de sudor. ¡Pobre muchacha!
-Sólo una vez tomé -dijo con voz trémula-... le pedí prestados a su esposa tres rublos... Nunca más lo hice...
-¿Qué me dice? ¡Y yo que no los tenía apuntados! A catorce le restamos tres y nos queda un saldo de once... ¡He aquí su dinero, muchacha! Tres... tres... uno y uno... ¡sírvase!
Y le tendí once rublos... Ella los cogió con dedos temblorosos y se los metió en el bolsillo.
-Merci -murmuró.
Yo pegué un salto y me eché a caminar por el cuarto. No podía contener mi indignación.
-¿Por qué me da las gracias? -le pregunté.
-Por el dinero.
-¡Pero si la he desplumado! ¡Demonios! ¡La he asaltado! ¡La he robado! ¿Por qué merci?
-En otros sitios ni siquiera me daban...
-¿No le daban? ¡Pues no es extraño! Yo he bromeado con usted... le he dado una cruel lección... ¡Le daré sus ochenta rublos enteritos! ¡Ahí están preparados en un sobre para usted! ¿Pero es que se puede ser tan tímida? ¿Por qué no protesta usted? ¿Por qué calla? ¿Es que se puede vivir en este mundo sin mostrar los dientes? ¿Es que se puede ser tan poquita cosa?
Ella sonrió débilmente y en su rostro leí: "¡Se puede!"
Le pedí disculpas por la cruel lección y le entregué, para su gran asombro, los ochenta rublos. Tímidamente balbuceó su merci y salió... La seguí con la mirada y pensé: ¡Qué fácil es en este mundo ser fuerte!

domingo, 24 de julio de 2011

Pasta Frola


Con esta receta participo en el concurso La cocina sin complicaciones de Tito. Mi intención era presentar una receta dulce típica nuestra, pero con alguna pincelada que destacara mi bien conocida originalidad :) Me partí la cabeza durante tres semanas y, una buena tarde como hoy, mientras veía la final Uruguay-Paraguay, me dije: haré una pasta frola, pero en vez de hacerle por encima el enrejado característico, reproduciré sobre la tarta un dibujo de Escher. Sucede que el polvo royal me jugó una mala pasada y, en el horno, la cubierta se transformó en una especie de tapa de alcantarilla (jajaja, qué mala repostera soy… encima mentirosa!).
Bueno, como sea, la pasta frola estaba riquísima. Les cuento que es una receta típica de Uruguay, Paraguay y Argentina. Algunos dicen que es la variación criolla de la Linzer Torte (de Suiza) o de una tarta italiana parecida. Se suele rellenar con dulce de membrillo, batata o dulce de leche. Las viejas acostumbran llevarla los domingos a casa de sus parientas para acompañar el mate. Y nosotras las jovies, también.
Sin complicaciones ni complejos, les paso la receta:

Para la masa:
2 tazas de harina
3 cucharaditas de polvo de hornear
1/2 taza de azúcar
100 gramos de manteca
2 huevos (o 3 yemas)
Ralladura de limón
2 cucharadas de jugo de naranja u oporto


Para el relleno:
1 kilo de dulce de membrillo
1/2 vaso de oporto o mistela

Pisar la manteca con el azúcar hasta convertir en una crema. Agregar los huevos y la ralladura. Mientras vamos mezclando, incorporar la harina con el royal. Amasar hasta obtener una pasta homogénea. Si la masa queda seca, agregar unas cucharadas de jugo de naranja o un poco de vino dulce. Dividir la masa en dos bollos, uno grande y otro pequeño. Dejar descansar los dos bollos en la heladera media hora. Estirar el bollo más grande con palote y cubrir con él una tartera enmantecada y enharinada. Guardar un rato más en la heladera.
En un bol, pisar el membrillo con el vino dulce o el jugo de naranjas, hasta que se transforme en una especie de mermelada y luego rellenar con él la base de la tarta. Estirar el bollo chico que nos quedó y cortar la masa en tiras. Cubrir la tarta con ellos, tratando de armar el enrejado "artistico". Pintar las tiras con yema de huevo. Llevar al horno por media hora aproximadamente. Muy fácil, muy rica y también, por supuesto, terriblemente adictiva.

Para los que no saben, hoy en Argentina se jugó la final de la Copa América. Como era de esperarse, la Copa se la llevaron los yoruguas. Van mis felicitaciones. También mi folklórica y musical dedicatoria. ¡Hasta la vista!


Canto al río Uruguay
Letra y música de Ramón Ayala

Uruguay,
misionero y trepador
por el Moconá, se va, tu canto de sol.
Uruguay, gigantesco kuriyú,
es un jangada azul,
cayendo hacia el mar.

Por el Uruguay, yo me quiero ir
buscando la flor, del amanecer
y allá en el confín, rumbo a San Javier,
volver, volver a vivir.

Uruguay
sombrero de paja y luz, en tus correderas soy
fuego, monte y sol.

Sobre las altas barrancas
cuerpos desnudos al sol
los hacheros van volteando el monte
con su dolor
tal vez serán Kachape
tal vez en una jangada
el viejo árbol va yendo
para volver hecho guitarra
con música de silencio
rumores del Uruguay.

Por el Uruguay, yo me quiero ir
buscando la flor, del amanecer
y allá en el confín, rumbo a San Javier,
volver, volver a vivir.

Uruguay
sombrero de paja y luz,
en tus correderas soy
fuego, monte y sol.

domingo, 17 de julio de 2011

Locro criollo. La invitada de invierno: Susana



Seguimos julio a puro folklore. En esta oportunidad, les acerco una receta típica del noroeste argentino, el locro. Como se imaginarán, no la hice yo (y ahora que se cómo se prepara, mucho menos voy a hacerla!). La cocinera invitada es Susana, de quien también tenemos otras dos recetas, la del puchero y la de la salsa criolla.  Mientras Susana preparaba el locro, yo iba tomando nota de los ingredientes, el procedimiento y también, cómo no, de algunos datos curiosos acontecidos en su cocina. Lo más importante que tengo para decir es que hacer locro es complicado, se necesitan muchas ollas, tiempo y paciencia. Se comienza a preparar desde la noche anterior y luego, por la mañana, uno tiene que abocarse por completo al asunto. La cosa comienza a dificultarse más aún cuando caen los invitados. Hay que litigar con el  desatento que viene a mojar el pan en la olla (aunque no haya salsa), con el ansioso que pretende cortar las empanaditas al medio (con toda la intención de ayudar), y hasta con el listo que se acerca a decir, “a ese locro le falta chorizo colorado”. Respecto de este pequeño pero importante comentario, Susana interrumpe la cocción y, al grito de aro, aro, aro,  hace las siguientes aclaraciones:
Primero y principal, el origen del locro se remonta a la época precolombina. Es decir, es anterior a la llegada de Cristóbal Colón a nuestras tierras. En aquella época no existía el chorizo colorado. Ese embutido ingresa a la cocina recién en el Siglo XVII.
Segundo, el locro es una comida popular, lo cual quiere decir que se prepara con aquellos alimentos e ingredientes que le son accesibles y están al alcance del cocinero.
Tercero, lo que le da al locro su sabor característico es la combinación de maíz y el zapallo. Como sabrán, el sabor del chorizo es de lo más invasivo, así que un verdadero locro no debería llevarlo (ni tampoco panceta, aunque esta receta... lleva).
Cuarto y último, nunca contradecir a un cocinero. No hay territorio más nacional que donde dominan el fuego y las cuchillas.
Luego de estas –espero- útiles aclaraciones, pasamos a la receta del locro criollo.

Ingredientes (para 15 convidados)
1 kilo de maiz pisado blanco
500 gramos de alubias (porotitos blancos bien chiquitos)
2 cebollas blancas cortadas en cubitos
5 ramitas de cebolla de verdeo cortadas en rodajitas
1 morrón rojo (pimiento) cortado chiquito
4 dientes de ajo picados
2 tomates sin piel ni semillas cortados en cubos
1/2 kilo de zapallo criollo (calabaza dulce) cortado en cubos
1/2 kilo de carne de cerdo desgrasada cortada en cubos
1/2 kilo de carne de vaca cortada en cubo
Panceta (opcional) previamente desgrasada (es decir, salteada en sartén hasta que pierda grasa)
Orégano, ají molido, sal, pimienta, comino y pimentón dulce español.
Aceite de oliva

Procedimiento:
En ollas separadas, dejar remojando el maíz y las alubias toda una noche. Por la mañana, poner a hervir el maíz durante 1 hora en olla a presión (o durante 2 horas en una olla común) y, en olla común aparte, cocer las alubias durante 1 hora. Reservar.
Si vamos a usar panceta, desgrasarla en una sartén.
En otra olla bien grande, poner a calentar aceite de oliva, maíz o girasol. Fritar la cebolla blanca, la de verdeo, el ajo, el pimiento morrón, el zapallo, la carne de cerdo y la de vaca (todo cortado chiquito o en cubos), hasta que la carne esté prácticamente cocida y el zapallo empiece a ablandarse. Condimentar con  orégano, ají molido, sal y pimienta. Luego agregar los tomates pelados y cortados en cubos, el pimentón dulce español y el comino. Agregar agua. Cuando hierva, agregar el maíz cocido y colado. Revolver con cucharón de madera hasta integrar. A los pocos minutos agregar las alubias y volver a mezclar. Agregar la panceta desgrasada. Dejar cocinar un rato más. Cuando el zapallo ya se haya deshecho y esté convertido en crema, el locro ya estará listo.
Al momento de servir, agregar por encima unas rodajitas de cebolla de verdeo crudas y salsa picante. Para hacer la salsa picante hay que hidratar chiles secos molidos (o ají molido) en aceite. 
En general, el locro se sirve con empanadas de carne y de humita.
Atenta a este mes de puro folklore, me despido de ustedes con unas coplas del Martín Fierro, autoría de Don José Hernández.

Vamos suerte, vamos juntos
Dende que juntos nacimos;
Y ya que juntos vivimos
Sin podernos dividir...
Yo abriré con mi cuchillo
El camino pa seguir.

lunes, 11 de julio de 2011

Humitas


Yo soy de los del montón, no soy flor de invernadero,
igual que el trébol campero, crezco sin hacer barullo,
me apreto contra los yuyos y así lo aguanto al pampero.

Esto recitaba Atahualpa Yupanqui en “El payador perseguido”. Don Ata fue el mejor cantor, guitarrista, compositor y, sobre todo, el más perfecto poeta del folklore argentino.
Yendo a lo que nos compete, que es la gastronomía, las recetas más típicas, las más representativas de nuestro folklore, son las siguientes: las empanadas (más conocidas las de Salta, Tucumán, Santiago del Estero, San Juan y Córdoba -con sus variantes en cada una de ellas-), las tortas fritas (de la Región de Cuyo), la carbonada y el asado (especialmente en la Región Pampeana), el locro (Región Noroeste), el puchero criollo y las humitas (Norte y Centro del país).
La  receta de humitas es la más fácil de todas, y es por eso que me le animo. La semana que viene, saldrá la receta del locro. Pero como la receta del locro es bien difícil, pediremos mano a un convida´oY adentro.


Humitas en chala:
Pa´ 6 chalchaleros
6 choclos (maíz amarillo) o 2 latas de choclo cremoso desgranado
2 tazas de puré de zapallo (calabaza dulce)
1 morrón verde (pimiento verde)
4 ramitas de cebolla de verdeo
1 cebolla blanca grande
Queso cremoso
1 cucharadita de maicena diluida en 1/4 taza de leche
Manteca, aceite de oliva
Sal, pimienta, nuez moscada, azúcar rubia


Quitar las chalas a los choclos y lavarlas bien. Rallar los choclos delicadamente hasta llegar al marlo y reservar. Calentar manteca o aceite de oliva en una olla o sartén grande y freír la cebolla blanca y de verdeo cortada bien chiquita. Salar y pimentar. Luego agregar el morrón, también cortado en cubitos bien chicos. Cuando la cebolla esté apenas dorada, agregar la crema del choclo, revolver bien, dejar cocer unos minutos y luego agregar el puré de zapallos (tiene que ser zapallo dulce). Condimentar con bastante nuez moscada. Dejar cocinar unos 5 minutos más y agregar la maicena diluida en leche. Revolver bien y dejar al fuego hasta que espese.
Rellenar las chalas por el centro y agregar un pedazo de queso cremoso y una pizca de azúcar. Cerrar y atar con otra hoja de chala o con hilo piolín. Cocinar al vapor por unos 10 minutos.
Con el mismo relleno también podemos hacer humita a la cacerola. Rellenamos moldecitos aptos para horno, cubrimos de queso, una pizca de manteca y otra de azúcar rubia y llevamos a gratinar.

Dicen en el campo que donde hay folklore hay empanadas. Y donde hay empanadas, hay vino. Y ande hay vino, hay peña. Y ande hay peña, hay humitas (¿o era humo?).

Me despido de ustedes con un bello, bellisimo poema. Del maestro Atahualpa Yupanqui, del que viene de viejas tierras para decir algo,

Piegras

Tanto vivir entre piegras
se m'hizo que conversaban.
Voces no h'i sentido nunca
pero el alma no me engaña.

Algún algo han de tener
aunque parezcan calladas.
No de balde ha llenao Dios
de secretos la montaña.

No digo que tengan voz
ni que se digan palabras;
ocasiones el silencio dice
las cosas más claras...

¡Algo se dicen las piegras!
A mí no me engaña el alma.
Temblor, sombra o qué sé yo...
Mesmo que si conversaran...

¡Malhaya! Pudiera un día
vivir así: sin palabras...

martes, 5 de julio de 2011

Tallarines a la putanesca


Hace muchos, muchos años, cuando comenzaban las vacaciones escolares -que para mi vieja no eran vacaciones, sino todo lo contrario- y al grito de llevate a estos indios, por favor, acudía en ayuda mi abuela Cata. A mi abuela la adorábamos, pero si la propuesta era vamos a salir a pasear, sabíamos que, de cabeza, iba a ser un embole. Para bajar el índice de riesgo, se resolvía que mi hermano varón iría a lo del tío Cacho para ayudar con la estanciera y que las mujeres, las tres hermanas, iríamos con la abuela a visitar a la bisabuela de Pergamino.
La casa de la bisabuela de Pergamino estaba lejos. Había que tomarse un tren y luego patear unas veinte cuadras. Era grande, hermosa, tenía infinidad de árboles, todos llenos de pájaros de lo más extraños. Pero como íbamos a demostrar que estábamos hechas unas señoritas, a mi abuela no le quedaba otra que encerrarnos en la cocina. Para que no nos aburriéramos tanto, la bisabuela nos dejaba en compañía de Marta, la muñeca que camina y habla, rebautizada por nosotras como "la muertita". Mientras tanto, la abuela se encerraba en el living con la bisabuela, la tía Marina y dos o tres parientas más que ahora no recuerdo.  Nosotras, en la cocina, hurgábamos en los cajones hasta dar con un cuchillo de punta redonda que sirviera de destornillador, a fin de darle algo de vida a la Marta. Porque Marta no caminaba, no hablaba, y les juro que no era un problema de pilas.
A través de la puerta se escuchaba a las viejas meta reír y a nosotras nos entraba una curiosidad fatal. Íbamos hasta la puerta del living con absoluta prudencia y nos acomodábamos para espiar a través de la cerradura. No éramos los que se dice silenciosas, así que pronto nos descubrían. Sobresaltadas, pálidas, una con Marta bajo el brazo, la otra empuñando un cuchillo de punta redonda, un peligro. Mi abuela nos dejaba entonces entrar, a la voz de no se pueden estar quietas, che. Entonces nos acomodábamos en los sillones para participar de la reunión. Pero a partir de ese momento, la abuela, bisabuela, tía Marina y las otras mujeres, empezaban a hablar en código, improvisaban e inventaban palabras para que no les entendiéramos. Una fábrica de inventar metáforas. Cada tanto rompían a reír y mi abuela soltaba un me meo, me meo. Qué bronca nos daba no entender nada.
Al final de la tarde, ya nochecita, nos preparábamos para el regreso. Algunas veces, tía Marina entregaba a mi abuela un paquetito muy bien envuelto y le decía, para los tallarines a la putanesca, Cata. Y otra vez se largaban a reír. Y mi abuela, otra vez más, me meo, me meo. Imposible lograr que la abuela nos tradujera algo, siquiera en el tren de regreso. Cuanto más densas nos poníamos, más evasiva se volvía ella. La abuela, en el tren, miraba a través de la ventana y se ponía a tararear un tango.
Cociné tallarines a la putanesca con la esperanza de avivarme de algún secreto, pero me fue imposible encontrarle la gracia. Si algún cocinero con experiencia me pudiera explicar, se lo agradecería.


Ingredientes (para 4 o 5 parientas risueñas)
500 gramos de pasta seca
6 cucharadas de aceite de oliva
2 dientes de ajo
10 filetes de anchoas
2 latas de tomates peritas (o 12 tomates pelados, pasados por agua hirviendo)
200 gramos de aceitunas negras
Si queremos, también alcaparras
Aji picante

Come procedere:
Rehogar los dientes de ajo machacados y el ají picante cortado chiquito en aceite de oliva. Agregar los filetes de anchoas con un poco del mismo aceite que traen. Agregar el tomate picado. Dejar reducir unos minutos y agregar las aceitunas cortadas y las alcaparras. Cocinar un par de minutos más.
Aparte, prepar la pasta. Cuando esté al dente, colar, pasar por un chorro de agua fría y luego incorporar a la sartén con la salsa. Calentar un minuto y servir.

Mi abuela Cata y las mujeres que se reían ya no están. Sin embargo tengo de ellas un millón de recuerdos. Disculpen si los atosigo con ellos. No sé si será por la edad, tal vez me esté enfermando de melancolía, pero me hace muy bien recordarlos todos. Me despido con el tango que solía cantar mi abuela a la hora de evadir nuestras respuestas. Arrancado de La Pulpera,

Café de los Angelitos (1944) Catulo Castilo y José Razzano

¿Tras de qué sueños volaron?
¿En qué estrellas andarán?
Las voces que ayer llegaron
y pasaron, y callaron,
¿dónde están?
¿Por qué calle volverán?

viernes, 1 de julio de 2011

La invitada de Julio: la tía Pochi


Mi tía Pochi es única. No creo que muchos sobrinos tengan una tía como la nuestra (hablo en tercera persona porque mis hermanos comparten esta misma idea). Durante nuestra niñez fue la presta-rodillas para trepar por los árboles, referee de disputas entre hermanos y facinerosos del barrio, guía en el traspaso mur-ciÉ-Galo, a ¡murciéLago, murciéLaGo!, la que nos pasaba dos pesos por debajo de la mesa cuando la vieja amenazaba con un hoy, a la escuela, con mandarina, la cuenta finales de películas de terror, la que te esperaba con milanesas y papas fritas, la mejor cocinera de la familia, la única, la tía, la LA TÍA POCHI.
De ascendencia genealógica italiana y española (aunque ella dice, nó, es más bien francesa… mirame la nariz) y de naturaleza conciliadora (la de quien sabe apaciguar asperezas y conflictos familiares) hoy hace uso de todas sus virtudes y las traduce en este plato.
Sin más palabras que mi agradecimiento, los dejo entonces con la tía Pochi. Pero después nos la devuelven, eh?


Receta para una tía y 4 sobrinos (no nos quedaremos cortos, che?):
Por un lado del ring, tenemos el fricandó con setas (u hongos), una receta catalana (o francesa, tenemos una duda acerca de ello).


Fricandó con setas:
1/2 kilo de nalga (cortada para milanesas)
50 gramos de hongos secos
1 lata de tomates peritas enteros
1 lata de puré de tomates
3 cebollas cortadas finitas
Sal, pimienta, laurel, ají molido.
1 vaso de vino tinto

Calentar una sartén grande con aceite de oliva (o de maíz o girasol), agregar la cebolla cortada bien chiquita. Sudar (esto quiere decir que la cebolla no tiene que dorarse, sino "sudarse", seguro ustedes entienden mejor). Agregar las dos latas de tomates (la de tomates enteros, picados). Salpimentar, agregar una hoja de laurel y ají molido. Agregar los hongos (hidratados previamente 4 horas en agua). Dejar reducir la salsa unos 10 minutos.
Aparte, en otra sartén, con unas gotas de aceite, saltear la carne por los dos lados. Luego incorporala a la salsa. Agregar el vino tinto y dejar cocinar unos 10 minutos más a fuego lento.

Y por el otro lado del ring, 


Ñoquis de espinaca:
1 kilo de puré de papas.
1 chorro (según entiendan ustedes) de aceite de maíz
1 taza de espinacas cocidas, escurridas y picadas
Harina (cantidad necesaria, más o menos 1/2 kilo) mezclada con 1 cucharadita de polvo royal
Sal y pimienta
Mezclar el puré con todos los ingredientes (excepto la harina y el polvo royal). Agregar de a poco la harina con el royal mientras mezclamos con las manos. Amasar hasta conseguir una masa uniforme. Hacer rollitos, cortarlos y pasarlos por la ñoquera o tenedor enharinado. Poner a calentar el agua. Echar los ñoquis. Apenas suban a la superficie, retirar. Colar y echar encima un chorro de agua fría.
El polvo royal es para que los ñoquis no se peguen al paladar. Esto aviso para quién tenga que comer con prótesis. No se lo deseo a nadie pero no viene de más explicarlo.

A mi me gustaron las dos partes del plato. Sumado que esto fue acompañado por unos buenos vinos tintos, una torta de dulce de leche y chocolate y una siesta, creo que podría contarles cómo se forman las nubes en el cielo.
Me despido de ustedes sin cuento. Sobraría.
¡Un gran cariño a todos! ¡Y otro más grande de parte de mi tía Pochi!

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