Ayer, en mi edificio, se rompió el ascensor y tuve que subir por las escaleras. En vez de ir contando los escalones, como hace la gente normal, fui tratando de adivinar quién vivia en cada departamento según los olores que sentían en el pasillo. Como esto ocurrió cerca de las 9 de la noche, fue bastante fácil imaginarlo. Olor a milanesas fritas: la familia de bancarios; olor a puchero: la pareja de jubilados; churrasco pasado: el estudiante de agronomía; huevos rancheros y música estridente: el que se acaba de divorciar. Pero mi entretenimiento pronto llegó a su fin porque, apagada la luz automática del pasillo, me encontré a oscuras, completamente ciega. Mientras tanteaba peldaños con el pie, vi un reflejo amarillento que se escapaba por debajo de una puerta. Luego escuché un tamborilleo extraño, seguido de ruidos de cadenas y golpes contra la pared. Por último, un agudo y escalofriante maullido de gato (¡¿Magui?!). Estampada contra la pared, muerta de miedo, di manotazos hasta conseguir encender la luz. Vi en la pared la numeración de mi piso. Vi en la puerta alborotada la letra de mi departamento. Sí, sí, todo aquello provenía de mi casa. Transpiré, temblé, me desmayé y me recuperé antes de llegar al suelo, porque de pronto caí en la cuenta que todo este misterio doméstico tenia una buena explicación. "Me cacho en dié, otra vez me olvidé encendido el Kohinoor". El ciclón se había llevado por delante dos macetas, tres envases de cerveza, una lata de pintura al aceite y la canasta donde guardo las bolsitas del Coto. Eso sí, el trapo rejilla que habia dejado centrifugando desde la mañana temprano, estaba seco. ¡Qué cabeza la mía! Para bajar un cambio y recuperar el pulso, me puse a cocinar. Si en ese momento algún vecino iba subiendo escaleras, boludeando en vez de ir contando escalones, seguro adivinó que por la noche, en mi viejo wok, se cocinaba la receta que sigue:
Salsa agridulce:
1/2 taza de azúcar
1/4 taza de vinagre blanco
1/2 taza de agua
1/4 taza de salsa de soja
1 cucharada de ketchup
2 cucharadas de maicena
En una ollita poner a calentar todos los ingredientes menos la maicena. Dejar que caliente y evapore un rato para que espese un poco. Al cabo de 15 minutos aproximadamente, agregar la maicena disuelta en un par de cucharadas de agua y agregar a la preparación. Revolver continuamente hasta que espese (sin parar de mezclar para que no se agrume). Luego retirar y dejar enfriar.
Arroz yamaní:
2 tazas de arroz yamani
Aceite de oliva
1 morrón rojo
4 cebollitas de verdeo
250 gramos de champignones
1 zanahoria
Tofu (o pollo, como prefieran)
Salsa de soja
Sal, pimienta
Poner a cocinar el arroz en 4 tazas de agua por 25 minutos. Cuando esté listo, colar y reservar. Aparte, cortar todas las verduras en tiras finitas. Poner a calentar un wok o sartén profunda unas cucharadas de aceite de oliva. Agregar la cebolla, morrón, zanahoria y dejar cocinar un rato. Salar y pimentar para que suelten el jugo. Luego agregar los champignones. Agregar un chorro de salsa de soja. Cuando esté todo cocido, agregar el arroz y mezclar en la misma sartén. También podemos ponerle en ese momento unas cucharadas de salsa agridulce para que el arroz empiece a tomar sabor. Por último agregamos tofu o pollo salteado (o las dos cosas, vamos). Servimos agregando por encima la salsa agridulce y rociamos con unas semillitas de sésamo.
Y si hay algo más misterioso que la luz que se escapa por debajo de la puerta de un pasillo a oscuras, esas son las ventanas iluminadas de Roberto Arlt. Afanado de Narrativa Breve:
Las ventanas iluminadas
La otra noche me decía el amigo Feilberg, que es el coleccionista de las historias más raras que conozco:
-¿Usted no se ha fijado en las ventanas iluminadas a las tres de la mañana? Vea, allí tiene un argumento para una nota curiosa.
Y de inmediato se internó en los recovecos de una historia que no hubiera despreciado Villiers de L’Isle Adam o Barbey de Aurevilly o el barbudo de Horacio Quiroga. Una historia magnífica relacionada con una ventana iluminada a las tres de la mañana.
Naturalmente, pensando después en las palabras de este amigo, llegué a la conclusión de que tenía razón, y no extrañaría que don Ramón Gómez de la Serna hubiera utilizado este argumento para una de sus geniales greguerías.
Ciertamente, no hay nada más llamativo en el cubo negro de la noche que ese rectángulo de luz amarilla, situado en una altura, entre el prodigio de las chimeneas bizcas y las nubes que van pasando por encima de la ciudad, barridas como por un viento de maleficio.
¿Qué es lo que ocurre allí? ¿Cuántos crímenes se hubieran evitado si en ese momento en que la ventana se ilumina, hubiera subido a espiar un hombre?
¿Quiénes están allí adentro? ¿Jugadores, ladrones, suicidas, enfermos? ¿Nace o muere alguien en ese lugar?
En el cubo negro de la noche, la ventana iluminada, como un ojo, vigila las azoteas y hace levantar la cabeza de los trasnochadores que de pronto se quedan mirando aquello con una curiosidad más poderosa que el cansancio.
Porque ya es la ventana de una buhardilla, una de esas ventanas de madera deshechas por el sol, ya es una ventana de hierro, cubierta de cortinados, y que entre los visillos y las persianas deja entrever unas rayas de luz. Y luego la sombra, el vigilante que se pasea abajo, los hombres que pasan de mal talante pensando en los líos que tendrán que solventar con sus respetables esposas, mientras que la ventana iluminada, falsa como mula bichoca, ofrece un refugio temporal, insinúa un escondite contra el aguacero de estupidez que se descarga sobre la ciudad en los tranvías retardados y crujientes.
Frecuentemente, esas piezas son parte integral de una casa de pensión, y no se reúnen en ellas ni asesinos ni suicidas, sino buenos muchachos que pasan el tiempo conversando mientras se calienta el agua para tomar mate.
Porque es curioso. Todo hombre que ha traspuesto la una de la madrugada, considera la noche tan perdida, que ya es preferible pasarla de pie, conversando con un buen amigo. Es después del café, de las rondas por los cafetines turbios. Y juntos se encaminan para la pieza, donde, fatalmente, el que no la ocupa se recostará sobre la cama del amigo, mientras que el otro, cachazudamente, le prende fuego al calentador para preparar el agua para el mate.
Y mientras que sorben, charlan. Son las charlas interminables de las tres de la madrugada, las charlas de los hombres que, sintiendo cansado el cuerpo, analizan los hechos del día con esa especie de fiebre lúcida y sin temperatura, que en la vigila deja en las ideas una lucidez de delirio.
Y el silencio que sube desde la calle, hace más lentas, más profundas, más deseadas las palabras.
Esa es la ventana cordial, que desde la calle mira el agente de la esquina, sabiendo que los que la ocupan son dos estudiantes eternos resolviendo un problema de metafísica del amor o recordando en confidencia hechos que no se pueden embuchar toda la noche.
Hay otra ventana que es tan cordial como ésta, y es la ventana del paisaje del bar tirolés.
En todos los bares “imitación Munich” un pintor humorista y genial ha pintado unas escenas de burgos tiroleses o suizos. En todas estas escenas aparecen ciudades con tejidos y torres y vigas, con calles torcidas, con faroles cuyos pedestales se retuercen como una culebra, y abrazados a ellos, fantásticos tudescos con medias verdes de turistas y un sombrero jovial, con la indispensable pluma. Estos borrachos simpáticos, de cuyos bolsillos escapan golletes de botellas, miran con mirada lacrimosa a una señora obesa, apoyada en la ventana, cubierta de un extraordinario camisón, con cofia blanca, y que enarbola un tremendo garrote desde la altura.
La obesa señora de la ventana de las tres de la madrugada, tiene el semblante de un carnicero, mientras que su cónyuge, con las piernas de alambre retorcido en torno del farol, trata de dulcificar a la poco amable “frau”.
La ventana triste de las tres de la madrugada, es la ventana del pobre, la ventana de esos conventillos de tres pisos, y que, de pronto, al iluminarse bruscamente, lanza su resplandor en la noche como un quejido de angustia, un llamado de socorro. Sin saber por qué se adivina, tras el súbito encendimiento, a un hombre que salta de la cama despavorido, a una madre que se inclina atormentada de sueño sobre una cuna; se adivina ese inesperado dolor de muelas que ha estallado en medio del sueño y que trastornará a un pobre diablo hasta el amanecer tras de las cortinas raídas de tanto usadas.
Ventana iluminada de las tres de la madrugada. Si se pudiera escribir todo lo que se oculta tras de su vidrios biselados o rotos, se escribiría el más angustioso poema que conoce la humanidad. Inventores, rateros, poetas, jugadores, moribundos, triunfadores que no pueden dormir de alegría. Cada ventana iluminada en la noche crecida, es una historia que aún no se ha escrito.
Del libro En la noche. Historias después de hora.
Buenos Aires, Ediciones Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.
Estela, yo soy TAN miedosa que cuando estoy sola en casa por la noche (pasa seguido por culpa de los horarios absurdos de mi marido) enciendo todas las luces y cuando digo todas quiero decir TODAS, hasta la del cuartito de cachivaches. Llega mi marido (a eso de la medianoche) y tiene que apagar todas las luces (yo ya duermo), luego a la mañana siguiente me tengo que sorbir toda la cantaleta del ahorro de energía, blablabla.
ResponderEliminarTe he ya dicho cuando me gusta leerte?
Qué angustia!! pero me he reido con tus deducciones vecinales...
ResponderEliminarCreo que no soy muy miedosa, pero en una situación así... hasta infartaría!
Me encanta el arroz..
Has llegado a hacerme temblar del todo amiga!!!!....pero que te dejaste encendido???, no entendi que tipo de aprato puede producir semejante estropicio!!!!
ResponderEliminarQue tal va todo linda????
Tu arroz se ve maravilloso, me gusta cocinar con el wok y lo hago a menudo!..tomo tu receta!!!
Mil besitos linda Estela!!!!!
Gracias chicas por tan lindos comentarios. Jua, el aparato que produjo tan interesante estropicio fue un Kohinoor. No sé si lo tienen en España. Es un pequeño centrifugador. Si le acomodás mal la ropa, empieza a caminar solo por toda la casa y a llevarse por delante de la casa todo lo que encuentra... hasta donde llegue el cable, claro! Besos amigas!
ResponderEliminarRica receta y muy saludable se ve exquisita,una gran historia ,por una parte fue bueno que el ascensor no funcionara ,el ejercicio es bueno y hay que subir escalas,recuerda la dieta jeje,me encanta cocinar en wok,cariños y abrazos grandes
ResponderEliminarMujer, no estaría mal subir siempre por las escaleras, a no ser que te marees de girar por la escalerilla, siempre en el mismo sentido, porque vivas en un décimo piso, con darle a la luz cada tres pisos vale, ¿no? Y tienes razón, mi menda que es gente normal, cuenta escalones hasta que se descuenta por despiste, ni para eso valgo, ¡ya es triste!
ResponderEliminarPor otra parte, Estela, y como se suele decir, no hay mal que por bien no venga, pues tamaño desastre dio como resultado una magnífica introducción a esta receta de wok, y ya sabes que para cocinar así solo hace falta que suba mucho la temperatura… del wok.
A más ver, amiga.
Feliz fin de semana amiguita!!!!!
ResponderEliminarY no enchufes el aparatito ese!!!!!!:)
Muchas veces, cuando paso conduciendo por pueblos, me fijo en algunas ventanas y elucubro sobre las vidas que llevan detrás; suele entrarme una tristeza atroz y sin motivo,la peor.
ResponderEliminarNos encantará este arrocito, es diferente a lo que cocinamos.
Besos,siempre es un placer pasar por aquí.
Hola Estela!!! me has mantenido en vilo mientras subías las escaleras amiga! jajaja!!! me ha encantado leer ese relato! te iba a pregunatar lo mismo que Juana pero ya he visto tu respuesta...
ResponderEliminarY ese arroz Estela, tiene buenísima pinta! con esa salsa agridulce que has hecho tiene que ser una verdadera locura de sabor!!
Que tengas un maravilloso fin de semana amiga! :)
Hola Estela. Soy Ester desde Córdoba, ciudad andaluza al sur de España. Me encanta tu Blog. Lo he consultado en varias ocasiones y lo tengo en "favoritos". Hoy he sentido unas ganas tremendas de un arroz algo exótico y especial pero sencillo, así que mis hijos, marido y yo cenaremos bien gracias a tu deliciosa receta. Gracias por compartir tanto arte!!!
ResponderEliminarMuchas gracias, Ester. Me alegro que cocines algo de lo que fui posteando en este blog. Lo tengo medio abandonado, pero veo que la gente lo sigue leyendo. Besos y gracias por pasar!
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