jueves, 24 de febrero de 2011

Licuado de bananas


Supongo que todo el mundo sabe cómo se prepara un licuado de bananas. Y que seguro también saben que no es una receta que figure en un libro de cocina. Curiosamente, a alguna gente le sale mejor que a otra. Eso es inexplicable pero cierto.

Como se que alguna gente sigue este blog más por los cuentos que por las recetas, describo en dos oraciones cómo se hace un licuado de bananas e inmediatamente dejo paso al cuento de Daniel Salzano que es quien mejor lo explica.

Mis dos oraciones:
Oración primera: meter en el vaso de la licuadora una banana, dos cucharadas de azúcar, 3 o 4 cubitos de hielo y 1 vaso de leche. 
Oración segunda: pulsar el botón de arranque y dejar licuando un par de minutos.

No más oraciones para esta receta. 
Ahora sí. Los que esperan el cuento y la explicación verdadera, acá la tienen, caballeros:
Desde La Pulpera:
Caballero
Daniel Salzano
De todos los mozos del bar Sorocabana el que mejor preparaba los licuados era el primero de la izquierda, un tipo con el pelo ondulado y uñas de guitarrista que pelaba las bananas como si estuviera trasplantando un corazón.
Únicamente poniendo mucha atención podías advertir que utilizaba la misma cantidad de hielo picado y las mismas cucharadas de azúcar que los otros, pero que tenía una técnica distinta para pulsar el botón de arranque: en lugar de llevarlo del 0 al 1 y del 1 al 2, lo colocaba en un punto cuya graduación directamente no existía, una especie de 1,753426, que mantenía con la mandíbula tensa y el brazo contra la axila, como si escondiera un revólver.
Todo esto yo lo veía con la punta de los pies apoyada en el estribo de la barra y la mirada a la altura del filo del mostrador.
Con el mismo hielo y con la misma leche que los demás sacaban un vaso, él obtenía un vaso y medio. Después los colocaba sobre una servilleta de papel y te los acercaba diciendo servido, caballero.
Eso me mataba. ¡Caballero!
Hay una etapa en la vida de los hombres en la que no saben ni qué decir ni qué hacer. Bueno, en ese momento es muy importante que alguien te diga caballero.
La primera vez que me compraron un traje de pantalones largos me llevaron a la sastrería Belfast y el saco me quedaba bien pero el pantalón, no. Algo pasaba. Ni era yo ni era el pantalón, pero había algo que no funcionaba. Entonces el sastre, un viejo cuyo cigarrillo ardía como un torpedo, me susurró al oído:
–El bulto a la izquierda, caballero.
Eso me mataba. ¡Caballero!
A veces creo que esas cosas deberían enseñarlas en el colegio. Cinco por seis 30, cinco por siete 35, cinco por ocho 40, el bulto se carga a la izquierda, caballero.
Hay personas que comprenden todo aunque su única función sea preparar licuados de banana o marcar el ruedo de un pantalón con la boca llena de alfileres. En cambio, hay gente que haga lo que haga jamás comprende nada.
Muchas veces, al comenzar a escribir una crónica, pienso que puede haber un pibe observando por encima del hombro, con la punta de los pies apoyada en el estribo de la máquina. Siempre y cuando consiga mantenerme en 1,753426, no hay ninguna diferencia entre escribir un buen artículo y preparar un buen licuado. Esa parte de la profesión es la que me mata, caballeros.

viernes, 18 de febrero de 2011

Gazpacho de pepinos


De todo el reino vegetal hay sólo tres cosas que no puedo soportar: la sandía, el melón y el pepino. No sé qué es lo que tienen, pero con tan solo olerlos, me entran náuseas. Sin embargo, luego de haber escuchado que el pepino tiene muchísima vitamina E, que no engorda, quita las ojeras y te pone la piel como quinceañera (estas dos últimas cosas no las digo yo, las decía Michael Jackson), hice el esfuerzo por amigarme.  Empecé por probar diferentes recetas y el mejor  resultado fue este gazpacho. Sabe a pepino, pero a pepino bien (y que se me permita la contradicción). Una verdadera y sana delicia.


Gazpacho de pepinos
Ingredientes (para 2 personas)
2 pepinos
1 diente de ajo
2 yogures naturales sin azúcar (o griegos)
4 cucharadas de aceite de oliva
3 de vinagre
Una pizca de sal



Cortamos los pepinos en cubos (si no los pelan, les saldrá más espeso y menos fino). Los metemos en la procesadora o licuadora con los yogures, el ajo, sal, vinagre, aceite. Si es necesario, rebajamos con un poco de agua fría. Servimos frío con unas cascaritas de pepino picado o menta.
Recuerden que el yogurt debe ser natural sin azúcar y, en lo posible, entero. Si lo hacen con un yogurt endulzado, toda esta receta se irá por la borda.

Seguiré haciendo gazpacho de pepinos mientras dure el verano, más que nada para ver si se cumple la profesía de que se me van a ir las ojeras o que se me van a ir descontando los años :(
Hablando de todo un poco, quiero terminar esta entrada con un relato que me encanta. Es de Fabian Casas, un autor argentino del barrio de Boedo y, aunque no tenga mucho que ver con la historia de los pepinos o los gazpachos, combina a la perfección. Una buena receta siempre liga bien con un buen cuento.

La nave de los sueños
Fabian Casas

Finalmente, el Jedi compró auto. Fue sin querer. Resulta que le prestó la plata a un amigo. Y el amigo le devolvió un auto.
El Jedi medio que se asustó cuando escuchó la propuesta: "Te pago con un coche."
Después los Jedis de la cofradía de Berazategui le aclararon que los coches actuales ya no usan caballos para funcionar. Hay ciertas versiones de la enciclopedia galáctica donde el sistema solar ni figura. Es decir, hasta donde se sabe, en ninguna. Así que no es raro que el Jedi estuviera medio confundido sobre coches y autos. Y a lo mejor esto explica lo que sucedió luego. Porque, según lo que el Jedi siempre decía, él no quería tener auto.
—¡Loco, pero por veinte lucas te llevás una nave! —le dijo su amigo. Y a su manera, algo de razón tenía.
La generosidad de la oferta lo aplastó y le castró todo prurito contra la adquisición de automóviles. El Jedi se subió al auto repartiendo sonrisas. Su amigo lo acompañó en el primer viaje. El Jedi condujo el Renault por las calles de la ciudad, bajo la mirada complacida de su compañero.
—Te gustó, guacho. ¡Decí la verdad!
El Jedi dijo que sí, que la cosa prometía. El confort era estupendo y las ruedas giraban suavemente mientras propulsaban el vehículo hacia una zona despoblada.
Cuando llegaron a las afueras de El Pato, se internaron por un camino vecinal que discurría entre campos sembrados de girasoles.
—¡Pisalo nomás, vas ver cómo anda! ¡Esto vuela, loco!
El Jedi buscó el botón de ignición, pero no lo encontró. Así que le preguntó a su amigo cómo hacía para despegar.
El amigo lo miró.
—¡Pisalo! Apretá el acelerador, nomás.
Cuando iban a una velocidad algo excesiva para seguir pegados a la tierra, el Jedi volvió a preguntar cuándo despegaría el auto.
El amigo le mostró un gesto de preocupación. Le miró la cabeza, más precisamente el punto donde la frente se convierte en cabellera, y luego nuevamente a los ojos.
—¿Cómo que querés despegar, animal?
—¿Pero no va a volar? ¿Acaso no es una nave? - preguntó el Jedi.
Su amigo le devolvió un gesto indescriptible.
Ahí se percató el Jedi de que esa nave plateada no despegaría nunca. Había invertido sus ahorros en un vehículo condenado a arrastrarse por siempre sobre la superficie sólida del planeta.
Volvieron en silencio, andando despacio por la Ruta 2.
Hoy en día suele verse al Jedi yendo de allá para acá, manejando su auto. Escucha la radio, lleva amigos a las fiestas e incluso transporta bafles y consolas de sonido. A bordo, todo es sonrisa y diversión. Pero quien presta atención, podrá ver que a veces hay un dejo de tristeza en el festejo.
En esos momentos el Jedi se relaja, afloja le velocidad y mientras conduce suavemente por la avenida Mitre, emite para sí un ruido imperceptible con los labios.
Simula el añorado rumor de un motor de iones, rumbo a las estrellas. 

lunes, 14 de febrero de 2011

Tarta de cerezas


Adelantandonos a la fresca que pronto llegará, paso una receta para las gorditas y los gorditos que adoran sentarse a leer en los cafés en las tardes de otoño. Se trata de una receta muy fácil de hacer y muy rápida en desaparecer.

La masa:
Para hacer la masa tenemos dos opciones. La que engorda "y alimenta"  y la otra, la descarada. La versión más liviana es esta: batir dos huevos con un poco de azúcar y ralladura de limón, agregar 1 taza de harina (que puede ser integral, de algarroba, leudante o mezcla), revolver bien, llevar a una tartera y esperar a que esté preparado el relleno para meter al horno. La segunda versión, la que engorda sin trampas, es esta otra. Pisar con un tenedor 150 gramos de manteca. Agregar 1/2 taza de azúcar y seguir revolviendo y pisando hasta que se forme una pasta homogénea. Agregar ralladura de un limón, un huevo (o una yema) y luego 1 taza de harina (como la anterior, del tipo de harina que más deseen, pero este segundo caso, la que le va mejor es la 4 ceros... ya estamos jugados). Forrar una tartera enmantecada, estirar la masa y dejar reposar en la heladera un rato.

El relleno (para cualquiera de las dos masas): 
2 manzanas (verdes o rojas), jugo de medio limón, 50 gramos de manteca, 250 gramos de cerezas, azúcar, nueces, canela, azucar impalpable.
Pelamos las manzanas y las dejamos macerar con el azúcar y el jugo de medio limón. Luego descarozamos las cerezas y agregamos a la preparación anterior; también las nueces picadas, la canela y la manteca cortada en pedazos chiquitos.
Acomodamos el relleno sobre la masa y llevamos al horno por media hora, o un poco más. Retiramos y dejamos entibiar. Podemos espolvorear con azucar impalpable, canela o crema de leche sin batir. A conciencia... o sin ella.

Una delicia para las gordas y los gordos de cuerpo y alma.
Como el tema de las calorías está muy presente en esta receta y da la  casualidad que hoy, 14 de febrero, se festeja el día del amor y la amistad, les dejo un precioso cuento (mejor dicho, una carta), que fue finalista del III Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor en el año 2005.

Mi gorda, de Eloy Serrano Barroso
Qué pronto se ha hecho tarde, mi gorda. Pero te debo esta carta; decirte las cosas que no te dije, o decírmelas a mí. Así es como te llamaban cuando tú no les oías: LA GORDA, inflando la 'o' y la 'a'. Nunca me gustaron las gordas. Ya de niño me daban repelús. Qué extraña palabra: arañas recorriendo la piel.
Pero tampoco era eso; como madres prematuras las gordas, tan blanditas, tan de apretujar, de amasar. Me gustaba la carne blanda en el codo de mi madre, pero era mi madre. Las madres sí, las madres mejor gordas.
El Antoñito nos presentó. ¿Pili? Pili no es nombre de gorda, pensé, las íes son flacas. Y el Antoñito, con ojos de sapo, partiéndose de risa para sus adentros, porque sabía que a mí las gordas no me gustaban, qué cabrón. Para ti la gorda para mí la modelo, me decía con los ojos. Y yo esforzándome para que no se me notara en la cara y no ofenderte, porque una cosa es que no me gusten las gordas y otra ser un cabrón como el Antoñito, siempre riéndose de todo el mundo, como si él fuera un Adonis y no el adefesio que es, con sus ojos saltones y la saliva como huevos de insecto en la comisura de los labios.
No, no me gustan las gordas, y tú eres gorda. Aquel primer día salías de la piscina con el pelo húmedo, todavía las gotas cayéndote por la cara redonda, de ensaimada crujiente. No se ha quitado el flotador, recuerdo que pensé al verte, que pensó el niño idiota que hay en mí. Y para colmo, a tu lado una especie de Barbie Morritos, con el cuerpo de plástico y los labios a juego con los pechos, inflados de lujuria los unos, henchidos de soberbia los otros. La bella y la bestia, recuerdo que pensé, que pensó mi niño cruel e infame.
Y nos sentamos los cuatro en la terraza de un bar, y la tarde fue cayendo, y la bella cada vez más aerodinámica, pero menos bella. En cada gesto, en cada palabra se le desprendía la belleza como polvo de estrellas, que iba pasando a ti, iluminando tu cara. Y te reconocí también bella, pero de una belleza inflada, sin facciones. Y entonces me dieron ganas de golpear allí mismo al hijoputa del Antoñito, siempre mirando a las mujeres como a ganado, como a cosas de usar y tirar. Pero era a mí a quien quería golpear, a mí, que a lo peor no era muy distinto de él.
Sí, que no se me notara era lo que yo quería. Sólo mirarte a los ojos, a tus manos de mazapán, para no distraerme en tu cuerpo. Y ocurrió que al terminar la tarde ya me había perdido en la profundidad de tus ojos negros, en la melodía de tu risa flaca, aunque no dejaba de decirme no puede ser, no puede ser, que es gorda, que es gorda, para no enamorarme. Y lo confieso, miraba las rodillas perfectas de la Barbie, sus pechos de almidón, para ver si el instinto me rescataba del amor que ya me iba golpeando.
Pero al llegar la noche, se fueron juntos la Barbie y el Antoñito. Él con gesto burlón, guiñándome un ojo, otra vez como si me dijera 'para ti la gorda, para mí la modelo'. Y allí nos quedamos los dos, rodeados de gente, pero cada vez más solos, más tú y yo, hasta que se acercó el camarero y nos dijo 'vamos a cerrar', porque ya era de madrugada. Y al mirar a nuestro alrededor, descubrimos de golpe las mesas vacías, como si un viento mágico se los hubiera llevado a todos y las horas fueran minutos. Y tú dijiste 'Ay'. Y yo respondí 'Uff', y te acaricié la mano.
A la mañana siguiente te llamé muy temprano, antes de que fueras al trabajo. "Esta noche has entrado en mi sueño", te dije. Y tú, con esa guasa tan tuya, me preguntaste "¿y he cabido?" Y no sólo no habías cabido, sino que empezabas a llenarlo todo, y el mundo entero parecía que estaba aún por estrenar, para que tú le dieras el significado que antes no tenía. Y esa mañana, mi cocina tuvo un lustre imposible y las magdalenas, ya caducadas, se esponjaron nostálgicas en el café humeante, y en la puerta del ascensor sonreí al estúpido con chándal que tengo por vecino.
Habíamos quedado para la tarde en tu casa. Como te gusta mucho Humphrey Bogart, en el achicharrante mes de agosto me presenté con gabardina, sombrero y un cigarro en la boca. "¿Ha refrescado?", preguntaste al abrirme la puerta, y no había ironía en tus palabras. Luego, a la media hora descubrías el disfraz y empezabas a reír. Y al Humphrey Bogart de pacotilla le tembló el cigarro en la boca. Eras así, joder, con esos despistes que me desarmaban.
Las paredes las tenías pintadas de verde, de un verde elegante. "Es el color de la esperanza", me dijiste, un pelín cursi. Y luego me fuiste enseñando la casa, y te fui conociendo a través de los objetos, porque cada uno de ellos contaba algo de ti. Esa manía tuya por los símbolos, por los significados. "Nada en este mundo es casual, todo tiene un porqué", me aseguraste cuando quise calzar la mesa coja que tenías en el salón. "Ni se te ocurra; es mi mesa cojita, le quitarías su personalidad". Y no me dio tiempo a replicar, porque ya me estabas desnudando, quizá para descubrir lo que yo significaba. Pero yo tenía miedo de desnudarte a ti, de que tu cuerpo gordo anulara mi deseo, y me dieron ganas de inventar una excusa y salir corriendo. Pero todo era tan natural contigo, que ya estaba besando tus pies gordos, tus rodillas gordas, tu vientre gordo, ¡tus pestañas gordas!, sí, tus pestañas gordas, te dije, y nos reímos. Ah, mi gorda.
Luego vinieron otras tardes, siempre escondidos en tu casa o en la mía, porque a mí me avergonzaba que nos vieran juntos. Tú lo adivinabas, pero no decías nada, quizá confiabas en que tu amor gordo, enorme, acabara por vencerme. "¿Me quieres un poquito?", preguntabas. "Sí, mujer, cómo no te voy a querer", te respondía, como si me costaran las palabras. Sólo en el dormitorio, sin el mundo, sin los ojos ajenos, se detenía el tiempo y yo me perdía en tu cuerpo, olvidándome de mí, del cobarde que soy.
En una de mis visitas a tu casa, dejé un cepillo de dientes en el cuarto de baño, y tú, con esa manía por las señales, pensaste que era como poner una bandera en una tierra conquistada, y me abrazaste loca de contenta, pero yo, con los brazos caídos y como un gilipollas, me puse a hacer gárgaras frente al espejo, doblemente gilipollas. Porque no quería ser tu novio de cuerpo entero, sólo caminar de perfil a tu lado en las inevitables salidas, como si no fuera contigo, como si en cualquier momento fuéramos a perder el paso y a desencontrarnos. Hubiera dado la vida por ti, pero no quería pasear contigo de la mano. La gorda y el flaco. Así de imbécil era yo.
Y llegó el día fatal, de cristales rotos sobre el calendario. Llovía. Ahora llueve siempre que te recuerdo, siempre lloviendo en el recuerdo, que es lo único que me queda, todo yo cubierto de nubes grises, la lluvia golpeando las entrañas y tu mirándome como un sol cuajado de sonrisas, en el recuerdo, con tu gorda generosidad, tu gorda simpatía, tu amor gordo. Yo escondido en los soportales de la plaza, el olor a orín de los pilares. Un meón, el cobarde novio de la gorda. Vienes levantando la cabeza, buscándome, y no ves el coche que se salta el semáforo. Se te viene encima y no lo ves. "Te veo a ti aunque no estés", me decías siempre con tu voz cálida como de pan reciente. No lo ves y el coche te lanza por los aires. Chirrían los frenos, gritos, carreras. Salgo de mi escondrijo. Aspavientos de la gente. Todos con ojos de sapo como el Antoñito. El espectáculo de la muerte. Abran paso, abran paso, suplico, con las piernas temblando, que es mi novia que es mi novia, grito, ¡a buena horas!, que es mi novia. Pero las palabras llegan tarde, descoloridas, lívidas. Estás en el suelo y ya no respiras; se te congeló la sonrisa. Y allí, a tu lado, entre la gente apelmazada, todas las niñas gordas de mi infancia me señalan con el dedo, acusándome. Y ya tarde, demasiado tarde, beso la flor roja que brota de tus labios, los labios de mi gorda, de mi amor, pensé, piensa el hombre triste en que me he convertido.

miércoles, 9 de febrero de 2011

¡¡Agradecimientos infinitos a La cocina de Babel!!

Quiero agradecer a mi amiga, cocinera, colega y bloggera (a quien no conozco personalmente pero igual adoro -es una genia, la verdad) por haberme levantado la moral y la estima con el STYLISH BLOGGER AWARD. JUANA, muchas pero muchas GRACIAS.
La prueba de veracidad de este premio -y las recetas de Juana- pueden verlas en LA COCINA DE BABEL que, por cierto, es el blog más recomendado por Con el tenedor en la mano.

¡GRACIAS JUANAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!

domingo, 6 de febrero de 2011

Cebiche peruano


La cocina peruana es muy sabrosa, olorosa y colorida. La receta más representativa de Perú es el cebiche (así se escribe según la Real Academia Española, aunque también se puede escribir seviche, ceviche o sebiche). Según diversas investigaciones, el nombre puede derivar de "sea beach", de la conjunción de  "encebollado" y "limón",  de la palabra árabe "sibech" (comida ácida) o, por  sus  hipotéticos efectos afrodisíacos (y "de levanta muertos"), de la derivación de "cebo para atrapar hombres" e incluso de "pólvora con el que se ceba  su arma de fuego". Sin dudas, un plato fuerte para los lingüistas.
Tradicionalmente se hace con bonito, aunque se puede utilizar cualquier pescado blanco (a excepción de la merluza, que se desarma). 

Ingredientes (para una entrada de 4 personas):
2 filetes de pescado blanco (bonito, corvina, salmón blanco, lenguado u otro)
2 limas (o limón verde)
1 diente de ajo
1 cebolla morada
Cilantro
Jengibre rallado o cortado en rodajas finas
Maíz amarillo
Una pizca de ají picante (aunque el "calavera" lo reemplaza por salsa tabasco)
Pimienta y sal
Procedimiento:
Lavar el pescado y cortarlo en cubos. Agregar el jugo de las limas (o limones), sal, pimienta y el diente de ajo picado. Llevar a la heladera una hora. Al cabo de ese tiempo, agregar la cebolla morada cortada en tiras, el cilantro picado, jengibre rallado o cortado en rodajitas finas y el ají picante. Meter en la heladera una hora más. A la hora de servir, agregar granos de maíz amarillo (ya cocidos) y, si quieren, unas papas cocidas cortadas en cubos.

Así como he dicho que la cocina de Perú es muy sabrosa, olorosa y colorida, también lo es su literatura. Me despido con un cuento de un autor peruano, especialista en microrrelatos de terror. ¡Y buen provecho para todos!

El mounstro de la laguna verde (extraído de "Ajuar funerario").
De FERNANDO IWASAKI
Comenzó con un grano. Me lo reventé, pero al otro día tenía tres. Como no soporto los granos me los reventé también, pero al día siguiente ya eran diez. Y así continué mi labor de autodestrucción. En una semana mi cara era una cordillera de granos, pequeñas montañas nevadas de pus, minúsculos volcanes en podrida erupción. Los granos de los párpados no me dejaban ver y los que tenía dentro de la nariz me dolían al respirar. Pero seguí reventándolos con minuciosa obsesión. No me di cuenta de que me habían saltado a los dedos y a las palmas de las manos hasta que sentí ese dolor penetrante en las yemas. La infección se había esparcido por todo mi cuerpo y los granos crecían como hongos por mi espalda, las ingles y mi pubis. Si cerraba los brazos se reventaban los granos de mis axilas. Un día no pude más. Me miré al espejo por última vez y dejé sobre la mesa del comedor mi carné de identidad. Después me perdí en la laguna.

 

martes, 1 de febrero de 2011

Salsa de cilantro


La semana pasada compré cilantro para hacer una receta un poco complicada pero justo ese día también se me ocurrió empezar a pintar la casa.  Descarté la idea de preparar una gran receta porque pintar  parece fácil pero no lo es. Hay que lijar antes, sabían? :) Por otro lado, si uno deja un manojo de cilantro en un vaso con agua, saludando en la heladera, a los dos o tres días la cocina empieza a oler muy mal. Es que esta hierba se marchita muy rápidamente. 

Buscando en internet, encontré la receta de una salsa de cilantro muy rápida, usada principalmente como aderezo de carnes asadas, maricos y pescados. Queda perfecta también en ensaldadas de hojas verdes y paltas. Se hace preferentemente en mortero pero también puede prepararse en procesadora o minipimmer.

 
Ingredientes:
2 cucharadas de mayonesa
1 manojo de cilantro bien lavado y escurrido (y sin cabos, solo las hojas)
1 cucharadita de azúcar
1 cucharada de vinagre blanco
aceite de oliva (a piacere)
sal y pimienta

Procedimiento:
Machacar o procesar todos los ingredientes menos el aceite. Cuando se forme una pasta, agregar el oliva y guardar en un frasco de vidrio. Para que la salsa dure al menos dos o tres días, es conveniente esterilizar el frasco (y además, haber limpiado bien las hojas de cilantro), sino se pondrá primero amarga y después fea.

Para terminar, he decidido pasar -en vez de un cuento- las máximas de mi hermano Santiago Getino. Todo empezó porque le pedí un par de consejos sobre el tema de la pintura. Seguí algunas instrucciones pero, al ver que no era tan fácil como él explicaba, le mandé un mail diciendo: "todo bien Santi, pero la pintura salpica". Y esto es lo que respondió:

Temu,
Me imagino tu sorpresa cuando sentiste la salpicadura de la pintura. Ya que no sabías eso, me obligás a informarte de otras cosas:
-Si pisas baldosas flojas un día de lluvia, te salpican, igual que la pintura.
-Si es el mismo día, usá paragüas, porque el agua moja.
-Si parás un colectivo con el brazo extendido, recordá bajarlo cuando se acerca, si no te lo saca.
-El botón "OFF" del control remoto no hace que el aparato arroje insecticida.
-El cuchillo se agarra por el mango... si no te cortás.
-La cuchara no corta, solo el cuchillo. Y recordá lo anterior. 

Espero que estas cosas te ayuden, si querés saber algo más, avisame con tiempo.
Besos, Santi.
PD: "Te arrancaron verde de la planta". Es una frase de Felisberto Hernandez. Se que te gusta.
Mi hermano sí que es sabio a la hora de dar consejos. Por eso lo quiero tanto.

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