viernes, 26 de agosto de 2011

Tarta de queso y miel


Cuenta una fábula que, cierto día de verano, un oso latifundista salió en busca de miel y pronto se encontró con un enjambre. Exaltado, dijo a las abejas, “denme un poco de esa rica miel”. Las abejas proletarias respondieron, “nop, esa miel es nuestra, llevamos trabajando todo el año para rellenar un tarro, oci-oso”. El oso, enfadado por la respuesta insurrecta, agarró un palo y empezó a darle golpes al panal hasta que éste cayó. Las abejas revolucionarias lo corrieron por la llanura entera, picoteándole la espalda peluda y las orejas. El oso encontró un río y en él se sumergió, quedando con la boca para afuera, recitando unas teorías de David Ricardo. La moraleja, si no me equivoco, es que se deben pedir las cosas bien, sin abusar de la superioridad física o del rango que una o uno, por eventualidad, pueda tener en la vida. Mucho tenemos que aprender de las abejas.
Por esas cosas del destino, hoy me encuentro recordando esta alegoría frente a la góndola de un supermercado. Cientos de pequeños envases de miel, etiquetados con el dibujo de una abeja gorda y sonriente, sugiriendo con el dedo gordo “todo está bien”. Por ocho pesos, cuánto significado se lleva una a la casa. Pero adónde iba, señoras y señores? Sí, a la cocina:

Para la masa:
200 gramos de harina
1 cucharada de polvo royal
1/2 cucharadita de sal
5 cucharadas de azúcar
1 cucharada de canela
1 yema
100 gramos de manteca
50 cc de agua fría

Para el relleno:
400 gramos de queso crema
100 gramos de azúcar
Ralladura de limón
3 claras de huevo batidas a punto nieve
Miel (cantidad que quieran, porque es para la cubierta)
Pasas de uva
Procedimiento:
Pisar la manteca con el azúcar, la canela y la sal. Agregar la yema y mezclar. Luego, añadir la harina mezclada con el royal e integrar con las manos. Amasar mientras vamos agregando de a poco el agua fría, hasta obtener una masa uniforme. Reservar en la heladera por media hora.
Mientras tanto, mezclar el queso crema con el azúcar y la ralladura. Luego integrar las claras con movimientos envolventes. Cubrir la tarta con este relleno y llevar al horno mediano por media hora. Retirar del horno y cubrir de miel y pasas de uva.

Así como las abejas de panal tienen que cuidarse de los osos, los osos de las formas y la miel de tarro de  las mujeres y las moscas, la moraleja entonces: a cerrar bien la tapa.
Me despido con un relato que me viene como anillo al dedo (después de probar -a pesar de mis prejuicios- un vino patero, cualquier cuento me queda bien). Hasta la próxima semana, hic!

El funeral, de Slawomir Mrozek
(Extraído de Documenta mínima)

Durante un paseo, me uní a un cortejo fúnebre. Siempre anima más que vagar uno solo y sin rumbo. No sabía a quién estaban enterrando, pero ¿qué importaba? Nosotros, los humanos, formamos todos una gran familia.
Además, siempre se puede preguntar. Mi vecino de la izquierda del cortejo tampoco lo sabía.
—Voy a la tintorería a recoger un pantalón. He visto un funeral y puesto que me pilla de camino me he unido. Sólo hasta la esquina y después tuerzo.
Pregunté, pues, al vecino de la derecha.
—¿Que de quién es el funeral? Y yo qué sé, ¿acaso muere poca gente? El banco no abre hasta las nueve, así que tengo un poco de tiempo todavía.
El tercero, que caminaba unos pasos atrás, tampoco era capaz de informarme.
—Yo no soy de aquí, soy un simple turista. Pero pregunte a esa señora con velo negro, la que camina detrás del féretro. Tiene pinta de ser la viuda y debe de saberlo.
En ese momento empezó a llover y abandoné el cortejo. No voy a mojarme por alguien a quien ni siquiera conozco personalmente.

La mosca, Acantilado, Barcelona, 2005, 136 páginas.

viernes, 19 de agosto de 2011

Sangüich d´anchois et avocat


Muy bien. He conseguido convertir una receta de sandwich en un platillo gourmet. Y todo gracias a la aportación de la receta de L´Exquisit más la colaboración de dos o tres palabritas en francés que, en en materia de gastronomía, cuánto ayudan! Dejando de lado las fuentes y el título marketinero, la verdad es que esto será un sanguche de combinación peligrosa... pero qué nivel! Carlos Sacaan lo garantiza.

Para 4 sanguchitos:
4 panes (negros, integrales o de centeno)
1 palta
8 anchoas en conserva
1 tomate cortadito en rodajas finas
1/2 cebolla cortada en rodajas finas
Aceite de oliva
1 cucharada de mayonesa
1 gotas de jugo de limón
Pimienta y sal



Armado:
Pisar la palta con unas gotas de limón, sal, pimienta, un poco de aceite de oliva y una cucharda de mayonesa hasta tener un puré. Cortar la cebolla y el tomate en rodajas muy finas.
Cortar el pan al medio y rellenar con la palta, el tomate y la cebolla. Aliñar con un poco de sal y aceite de oliva. Agregar un par de filetes de anchoa por cada sandwich.

Una idea exquisita. No es cuento. Lo que sí es cuento es el que sigue. Extraído de Narrativa breve, con ustedes:  

EL PAN AJENO
Varlam Shalámov
Aquel era un pan ajeno, el pan de mi compañero. Éste confiaba sólo en mí. Al compañero lo pasaron a trabajar al turno de día y el pan se quedó conmigo en un pequeño cofre ruso de madera. Ahora ya no se hacen cofres así, en cambio en los años veinte las muchachas presumían con ellos, con aquellos maletines deportivos, de piel de “cocodrilo” artificial. En el cofre guardaba el pan, una ración de pan. Si sacudía la caja, el pan se removía en el interior. El baulillo se encontraba bajo mi cabeza. No pude dormir mucho. El hombre hambriento duerme mal. Pero yo no dormía justamente porque tenía el pan en mi cabeza, un pan ajeno, el pan de mi compañero.
Me senté sobre la litera... Tuve la impresión de que todos me miraban, que todos sabían lo que me proponía hacer. Pero el encargado de Día se afanaba junto a la ventana poniendo un parche sobre algo. Otro hombre, de cuyo apellido no me acordaba y que trabajaba como yo en el turno de noche, en aquel momento se acostaba en una litera que no era la suya, en el centro del barracón, con los pies dirigidos hacia la cálida estufa de hierro. Aquel calor no llegaba hasta mí. El hombre se acostaba de espaldas, cara arriba. Me acerqué a él, tenía los ojos cerrados. Miré hacia las literas superiores; allí en un rincón del barracón, alguien dormía o permanecía acostado cubierto por un montón de harapos. Me acosté de nuevo en mi lugar con la firme decisión de dormirme.
Conté hasta mil y me levanté de nuevo. Abrí el baúl y extraje el pan. Era una ración, una barra de trescientos gramos, fría como un pedazo de madera. Me lo acerqué en secreto a la nariz y mi olfato percibió casi imperceptible olor a pan. Di vuelta a la caja y dejé caer sobre mi palma unas cuantas migas. Lamí la mano con la lengua, y la boca se me llenó al instante de saliva, las migas se fundieron. Dejé de dudar. Pellizqué tres trocitos de pan, pequeños como la uña del meñique, coloqué el pan en el baúl y me acosté. Deshacía y chupaba aquellas migas de pan.
Y me dormí, orgulloso de no haberle robado el pan a mi compañero.

Relatos de Kolymá (1978), trad. Ricardo San Vicente, Madrid, Mondadori, 1997, págs. 461-462.

viernes, 12 de agosto de 2011

Milanesas de merluza y cilantro al horno


Esta será una introducción sencilla porque la receta es muy fácil y no necesita demasiada explicación. La verdad es que nadie considera a las milanesas de merluza como una verdadera "receta". Va dedicada a la gente desfachatada que un buen día despierta y dice "quiero aprender a cocinar", al día siguiente corre a la librería a comprar su primer libro de cocina tapa-dura y, tres o cuatro días después, asegura que si su padre o madre lo hubiera dejado, hoy sería piloto, bailarina del Colón o domador de leones de circo.
Entonces, les presento la receta de las milanesas de merluza, nada más y nada menos que el segundo escalón para quien ha alcanzado conquistar la sistemática del sandwich (el paso número uno en la cocina).
Para no quedar como una cara dura integral, hice alguna pequeña variación a la receta original.
Ingredientes:
Se hace con merluza (¡qué descubrimiento!), cilantro, ajo, huevo y rebozador (o pan rallado).
Sencillo: se baten los huevos con un diente de ajo y cilantro bien picados, se pasan los filetes y luego se rebozan, apretando bien con la palma de las manos para que no se despegue. Los freímos o mandamos al horno. Y mientras se cocinan, a barrer la cocina, que seguro buen chiquero habrá quedado.
Si se aprenden bien esta receta, ya pueden pasar al tercer nivel (el de Con el tenedor en la mano), o bien buscar, pensar e imaginar, en qué oficio quisieran desenvolverse mañana. Tal vez, como Ismael, darse al mar y ver la parte líquida del mundo. Y si así es, qué mejor estímulo que la maravillosa introducción de Moby Dick. ¡Hasta la próxima receta!

MOBY DICK
De Herman Melville
(traducción de Enrique Pezzoni)

Pueden ustedes llamarme Ismael.  Hace algunos años –no importa cuántos, exactamente-, con poco o ningún dinero en mi billetera y nada en particular que me interesara en tierra, pensé en darme al mar y ver la parte líquida del mundo.  Es mi manera de disipar la melancolía y regular la circulación.  Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga; cada vez que en mi alma se posa un noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me sorprendo deteniéndome, a pesar de mí mismo, frente a las empresas de pompas fúnebres o sumándome al cortejo de un entierro cualquiera y, sobre todo, cada vez que me siento a tal punto dominado por la hipocondría que debo acudir a un robusto principio moral para no salir deliberadamente a la calle y derribar metódicamente los sombreros de la gente, entonces comprendo que ha llegado la hora de darme al mar lo antes posible.  Esos viajes son, para mí, el sucedáneo de la pistola y la bala. En un arrogante gesto filosófico, Catón se arroja sobre su espada; yo, tranquilamente, tomo un barco.  No hay nada de asombroso en esto.  Pocos lo saben, pero casi todos los hombres, sea cual fuere su condición, alimentan en un momento dado esos sentimientos que me inspira el océano.

viernes, 5 de agosto de 2011

Camarones con jengibre, chile y miel


Estoy un poquito corta de tiempo últimamente y eso se nota en mi cocina y también en mis introducciones. Esta es una receta que se prepara en 15 minutos, es para una sola persona (no tuve tiempo de calcular el doble), se come -cucurucho de cartón en mano- por la calle, y se escribe en tres minutos treinta. Corta, breve, rapidísima de hacer y, al mismo tiempo, sana, picante, aromática, sabrosa y deliciosa receta (en adjetivos no escatimo). Si alguno tiene más tiempo para disfrutarla, sepa que es mejor acompañarla con arroz blanco, servida en plato, sentado en silla o banco, botella de vino en mesa y en compañía de pariente o amigo.

Ingr. (por apurado)

250 grs. de camarones pelados y cocidos
3 cucharadas de aceite de oliva
1/4 de cebolla rallada
1 diente de ajo machacado
2 cucharadas de jengibre rallado
Chiles disecados cortados chiquitos (cantidad a nivel de atrevimiento)
3 cucharadas de miel
2 cucharadas de salsa de soja (o 4 de vino blanco)
Sal y pimienta

Proc.:

Calentar el aceite en sartén o wok. Agregar el ajo machacado, el chile (o ají picante) y la cebolla rallada. Salar y pimentar. Apenas la cebolla empiece a tomar color, agregarle el jengibre, la miel, la salsa de soja (o vino blanco) y los camarones. Saltear por 5 minutos y servir o comer inmediatamente, que estos camarones son más ricos cuando están calentitos y crocantes.

Corta de recetas. Corta de palabras. Corta, muy corta de cuentos. Pero por cortos cuentos, cortísimos, éstos, los mejores:

La hormiguita viajera. 
La hormiguita viajera se escapó del cuento que lleva su nombre. Negra, en bolas y sin documentos no pudo llegar muy lejos. Llegó hasta acá.

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