Si un día usted despierta y su imagen no se refleja en el espejo, por experiencia personal le digo que puede ser a causa de cinco cosas. La primera es que le corrieron la pared de lugar y usted no se dio cuenta. La segunda es que usted está ahí ahora, realmente reflejado en el espejo, pero no puede verse porque no encendió la luz. La tercera probabilidad –una suposición más rebuscada- es que usted estuvo ahí, pero no pudo reconocerse a tiempo porque antes de accionar la canilla (o grifo) para lavarse la cara, le dio pausa al despertador y tendrá que esperar un buen rato a que el espejo vuelva a hacer foco en su persona (en criollo, que se quedó dormido). Si usted resuelve que ninguna de estas tres primeras hipótesis es verdadera, sepa que tiene todos los números de la lotería para que lo suyo encaje en la cuarta deducción: usted es un vampiro. Qué problema. Los vampiros nunca sea adaptaron bien al sistema solar. Drácula, Nosferatu, Carmilla, ninguno de ellos terminó bien.
Si no puede aceptar esta triste realidad, pruebe de refutar la hipótesis comiéndose una cabeza de ajo en el desayuno. Si le da náuseas hacer la prueba toda junta, vaya de a poco, diente por diente, incluso combinándolos en la comida.
El diente número uno:
Ingredientes
1 taza grande de rúcula fresca
15 almendras peladas
1 diente de ajo
100 cc. de aceite de oliva extra vírgen
5 cucharadas de queso parmesano rallado
Sal
Instrucciones
Para pelar las almendras: hervir diez minutos en ollita con agua. Retirar y colar. Con los dedos, quitar la piel.
Llevar a mortero la rúcula, el ajo, las almendras peladas y la sal. Machacar hasta que todo se desintegre. Cuando esté hecha una pasta (o hasta donde llegue la paciencia al vecino de abajo), agregar el aceite de oliva y el queso rallado. Mezclar bien.
Una salsa que puede andar perfecta con cualquier pasta seca, incluso puede repetir este plato varias veces durante el día.
Si pasó la prueba de la cabeza de ajo y usted afirma que no es un vampiro, pero aún no puede verse en el espejo, Con el tenedor en la mano le acerca la quinta hipótesis. Desde minificciones, Orlando Van Bredam, se la cuenta muy bien:
Olvido
Lo terrible sucede una mañana de éstas. Usted sale de su casa y olvida la cara en el espejo. Anda todo el día sin saberlo. Es decir, que nadie se lo dice. Nadie le reprocha tanta lisura, esa página neutra en lugar del rostro. En realidad, usted piensa que nadie lo mira ni lo ha mirado nunca, preocupados como están los demás por sus propias arrugas.
Pero no es así. Ellos murmuran. Y el murmullo crece como una música indeseable. En voz baja, con guiños cómplices y esquelas anónimas que cruzan la oficina, conspiran contra usted.
Tampoco sus vecinos o su mujer o sus hijos le señalan el olvido. Nadie parece advertirlo. Tampoco usted, lógicamente, que al mirarse nuevamente en el espejo, recupera la cara perdida.