viernes, 27 de mayo de 2011

Sopa de cebollas


Hay días en los que una se levanta de la cama y al rato se pregunta y para qué. En general esto sucede cuando la sensibilidad está lo suficientemente recargada para que cualquier imprevisto sea recibido como un  latigazo. Si bien es verdad que la vida tiene sus altibajos y que hay que aprender a transitar la tristeza con la misma decencia que la alegría, también es cierto que andar deprimido es indiscutiblemente perjudicial. La angustia tiene la particularidad de apiñarse en la frente, llenándola de arrugas, nada bueno para quien haya pasado la barrera de los 35 años. Algunos médicos dicen que para evitar que estas tensiones se reflejen en la cara, lo mejor que se puede hacer es… llorar! Hay muchos métodos para hacerlo, cada cual tiene el suyo propio. Yo suelo tirarme a ver una película de estas que me destripan el alma, como ser Bailarina en la oscuridad, Forrest Gump o Made in Lanús. Pero hay una técnica mucho más vieja y efectiva que es la de pelar y cortar cebollas. Y si por casualidad nos encontramos en esta circunstancia, llorando a moco tendido a causa del ácido sulfúrico de una maldita hortaliza, ya relajando las facciones de la frente y cayendo en la cuenta que no teníamos un verdadero motivo para amargarnos, empezando hasta a sonreír, aprovechemos esta parva de cebollas cortadas en rodajas tan finas, para hacer una riquísima sopa. Vamos a la receta:

Ingredientes:
4 potentosas cebollas
1 cucharada de azucar
1/4 taza de vino blanco
1/2 litro de caldo
1/2 litro de leche
3 cucharadas de maicena
3 cucharadas de manteca
2 cucharadas de aceite de oliva
Queso rallado
Sal, pimienta y nuez moscada

La parte donde más se llora:
Rehogar la cebolla en manteca y aceite. Cuando esté dorada, salamos, pimentamos y agregamos la cucharada de azúcar. Luego el vino blanco y a los pocos minutos, el caldo caliente. Retiramos del fuego y procesamos. Volvemos a llevar a la olla y agregamos la maicena previamente diluida en la leche. Calentamos hasta que espese. Servir caliente y por encima agregar nuez moscada, pimienta, queso y, si quieren, también crutones. Panza llena, corazón contento, dicen.
Y si no podemos llorar ni con la cebolla, ni con la película, ni con nada, tomemos nota de las instrucciones que siguen. Desde la página Rincón del Poeta:

Instrucciones para llorar
De Julio Cortázar
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.
Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.
Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

lunes, 23 de mayo de 2011

La invitada de mayo: la abuela Carmen


La invitada de mayo, como bien dice el título, es la abuela Carmen, quien dentro de muy poco tiempo soplará 90 velitas (¡a ver quién se anima a hacer la torta!). La receta que nos presenta es la más requerida, reivindicada y aplaudida por la familia entera: la de los CRÚSTELES.
Carmen puso mucho empeño para que yo aprendiera a hacerlos como los hace ella, a fin de que nadie le hinche más las bolas (textuales palabras). Por mi parte, si bien estoy satisfecha de haber aprendido el truco, lo que me puso contenta no fue eso, sino el haber logrado que los hiciera una vez más. Porque quien haya probado un crústel de Carmen sabe que son irresistibles. No hay fuerza de voluntad que aguante. Todos empiezan y ninguno para. Y si sobran, a la hora de dividirlos, hay pelea.
Según cuenta Carmen, la receta proviene de Calabria, Italia (de donde eran sus padres), y desde que ella tiene memoria, siempre fueron dulces muy populares, sobre todo porque son muy económicos de hacer.  Para preparar 150 crústeles (que es lo que nos salió con estos ingredientes), hay que invertir 25 pesos. Es decir, 15 centavos por crústel. Un regalo. Vamos a la receta:

Ingredientes
Para la masa:
1 kilo de harina 0000
1 pizca de sal
½ litro de agua
¼ de aceite de girasol
Para la cocción y terminación:
1 litro de aceite de girasol para freír
1 litro de miel de abejas
Coco rallado o grageas de colores

Procedimiento:
En una ollita se ponen a calentar el ¼ litro de aceite con el 1/2 litro de agua. Mientras tanto, mezclar la harina con la pizca de sal. Acomodarla sobre la mesada en forma de corona.


Cuando el agua y el aceite hiervan, echar de a poco en el hueco de la harina e inmediatamente empezar a amasar. Quema, así que con cuidado (pueden enguajarse las manos en agua fría de vez en cuando). Amasar un buen rato, hasta obtener una masa suave y uniforme. Separar en bollitos, estirarlos formando cilindros de 1 cm de diámetro y luego cortar en bastones de 5 centímetros de largo.


Calar los bastones en una canasta enharinada, como si fueran ñoquis. Hay que apretarlos bien, tienen que quedar con bastante aire en el centro, sino salen duros y pesados. Luego ponemos a calentar el litro de aceite a fuego fuerte. Cuando esté muy caliente, bajamos a fuego mediano y, de a tandas, ponemos a freír los crústeles. Apenas estén dorados, retirar con espumadera y llevarlos a una bandeja forrada en servilletas de papel. Tienen que quedar ligeramente dorados, no como estos que ven en la foto, que se nos pasaron un poco de tiempo por estar escuchando a Victor Hugo Morales.

Al terminar de freír los crústeles, los dejamos entibiar. Ponemos a calentar el litro de miel en una olla. Cuando esté bien caliente, metemos de a tandas los crústeles, los dejamos unos segundos de cada lado, como para que se empapen de miel por todos los costados y luego los retiramos con espumadera y llevamos a bandeja. No conviene apilarlos, si hacen esta cantidad van a necesitar dos o tres bandejas grandes. Si se pegan demasiado, después puede que al tratar de separarlos con los dedos, se rompan.
Los crústeles se comen tibios o fríos. Se recomienda no comer más de seis o siete, aunque uno siempre se queda con ganas de comer muchos más.

Me estuve fijando en internet y solo encontré una receta de crústeles. Tal vez en otros lugares se conozcan con otro nombre. En esta otra receta que leí, había algunas diferencias respecto a la de Carmen, así que pregunté para quitarme todas las dudas:


Con el tenedor: ¿A la ollita con agua y aceite, no hay que agregarle también oporto?
Carmen: De ninguna manera.
Con el tenedor: ¿Podemos volver a bañar los crústeles con la miel que nos queda en el fondo de la olla (la que sobra, digamos)?
Carmen: ¿Vos estás loca?
Con el tenedor: ¿Vos le pondrías ralladura de limón o de naranja a la masa?
Carmen: Nena, por qué no te vas lavando las ollitas?
Y ahí me agarró el apuro y dejé de preguntar. Si queremos hacer los crústeles como los hace Carmen, hay que seguir sus consejos, no hay otra.
Terminada la visita y al momento de despedirme, Carmen dijo que, de ahora en más, me cedía la responsabilidad de seguir haciendo crústeles para toda la familia. No quise responder en ese momento, sonreí, saludé, y me fui con mi mejor cara pensando, ni loca. Que los crústeles los siga haciendo Carmen, que es a quien mejor le salen.

lunes, 16 de mayo de 2011

Flan de caqui


Si se preguntan qué es la felicidad, les anticipo que hay demasiadas e inciertas teorías. León Tolstoi decía que "el secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere sino querer siempre lo que se hace". Antonio Gala, por su parte, escribió que "la felicidad es darse cuenta que nada es demasiado importante". Escépticos como Goethe, en cambio, opinaban que "todo se soporta en la vida, con excepción de muchos días de continua felicidad." Y yo, como puedo darme el lujo de ser cursi, opino que la felicidad está escondida debajo del cabito de un caqui. Seguramente todos conocen lo que es un caqui, pero se que a nadie se le hubiera ocurrido esta hipótesis (mi psicoanalista dice que podría patentar la idea, si es que me hace feliz). Es que nada más ver ese intenso color anaranjado, apretado de líneas finas verdes, que al cortarlo transversalmente devela una estrella de ocho puntas, una no puede menos que decir, "acá hay algo". Bella, bella, bellísima fruta. Y no es que me guste -es demasiado dulce para mi paladar-, es que mirarla me da felicidad. Cerrando esta introducción quisiera, antes de irme a almorzar un florero, pasarles la receta referida:

Flan de caqui
Ingredientes:
-4 caquis bien maduros
-100 gr. de azúcar
-2 vasos de leche
-100 cm3 de crema de leche
-4 huevos
-canela en polvo
-sal

Procedimiento:
Caramelizar el molde con la mitad de azúcar y una pizca de agua. En una ollita calentar la leche y la crema hasta que hierva. Retirar del fuego. Pelar los caquis y trocearlos. Hervirlos por unos 5 minutos en agua. Luego colarlos y procesarlos.
Batir los huevos con el azúcar y una pizca de sal y otra de canela. Agregar la preparacion a la leche, luego el pure de caqui y volver a batir. Llevar al molde caramelizado y cocinar a baño maría por unos 45 minutos. Cuando entibie, meter en la heladera hasta que enfríe y solidifique.
También se puede hacer con maracuyá, papaya o cualquier otra fruta que les de felicidad.
Continuando con el tema que nos compete, preguntamos a Groucho Marx qué es esta emoción que nos embriaga de alegría y esto es lo que nos respondió: "hija mía, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…". Si no nos conforma la respuesta, Jules Renard aporta otro consejo: "si el dinero no te da la felicidad, devuélvelo."
La última opinión se la dejamos al autor del cuento que sigue. Desde la página Internacional Microcuentista, con ustedes:

La felicidad
De Andrés Neuman
Me llamo Marcos. Siempre he querido ser Cristóbal.
No me refiero a llamarme Cristóbal. Cristóbal es mi amigo; iba a decir el mejor, pero diré que el único.
Gabriela es mi mujer. Ella me quiere mucho y se acuesta con Cristóbal.
Él es inteligente, seguro de sí mismo y un ágil bailarín. También monta a caballo. Domina la gramática latina. Cocina para las mujeres. Luego se las almuerza. Yo diría que Gabriela es su plato predilecto.
Algún desprevenido podrá pensar que mi mujer me traiciona: nada más lejos. Siempre he querido ser Cristóbal, pero no vivo cruzado de brazos. Ensayo no ser Marcos. Tomo clases de baile y repaso mis manuales de estudiante. Sé bien que mi mujer me adora. Y es tanta su adoración, tanta, que la pobre se acuesta con él, con el hombre que yo quisiera ser. Entre los fornidos pectorales de Cristóbal, mi Gabriela me aguarda ansiosa con los brazos abiertos.
A mí me colma de gozo semejante paciencia. Ojalá mi esmero esté a la altura de sus esperanzas y algún día, pronto, nos llegue el momento. Ese momento de amor inquebrantable que ella tanto ha preparado, engañando a Cristóbal, acostumbrándose a su cuerpo, a su carácter y sus gustos, para estar lo más cómoda y feliz posible cuando yo sea como él y lo dejemos solo.

Del libro Alumbramiento. Páginas de Espuma, Madrid, 2006 y Buenos Aires, 2007.

martes, 10 de mayo de 2011

Risotto de azafrán y mejillones


Para hacer bien este risotto debemos tener a mano dos amigos internacionales. Yo usé arroz carnaroli traído de Italia (especiales gracias a Carlos Shumbo), azafrán español (mis recuerdos a La Tita Ravana) y mejillones de verdad, abiertos con mis propias manos (siguiendo los consejos de mi inseparable amigo Carlos Daniel Abrelatas). A propósito, muchos de mis amigos tienen en sus álbumes la típica foto de estas donde la familia posa en la playa con un balde de mejillones pescados por ellos. Hace muchos, muchos años, mi familia quiso hacer un retrato similar. Fuimos al muelle a pescar con mediomundo y cuando ya teníamos tres o cuatro cornalitos en la red, mi abuela le pasó la cámara a un guardavidas para que nos hiciera la foto. Sucede que la cámara (de las de antes) tenía un error de paralaje y salimos todos con la cabeza cortada. La metáfora fue tomada con mucha seriedad y desde entonces, si es marisco o pescado, envasado o congelado. Pero mejor vamos a la receta:

Ingredientes (para 2 personas de buen comer y beber):
1 cebolla blanca
3 cucharadas soperas de manteca
1/4 taza de aceite de oliva
2 tazas de arroz carnaroli
1/2 vaso de vino blanco
4 tazas de caldo de pollo
Azafrán
1 lata de mejillones al agua
100 gramos de queso parmesano rallado.

Manos a la obra:
En una olla poner a calentar 2 cucharadas de manteca y el aceite de oliva. Luego incorporar la cebolla bien chiquita. Apenas esté trasparente, agregar el arroz. Revolver constantemente. Agregar el vino blanco y seguir revolviendo (que sino se pega!). Luego el azafrán. De a poco, ir añadiendo el caldo (de a chorritos y durante 20 minutos). Cuando el caldo esté a punto de consumirse y el arroz esté listo, apagar el fuego, agregar los mejillones, el queso parmesano y una cucharada de manteca. Tapar la olla y dejar descansar por 5 a 10 minutos.

Un plato muy sencillo y delicioso. Y como decía mi abuela, si te sale bien ya te podés casar (¿o lo decía mi bisabuela?). A propósito de ello, me despido con un deleitable postre colombiano.  Usurpado de la página  Internacional Microcuentista, con ustedes:

Ratona, matrimonio y enamorado
Humberto Jarrín
—Sabe una cosa —le confesó la Ratona a su interlocutor de turno mirándole seductoramente a los ojos—, sé que apenas acabo de conocerlo pero no me resisto a declararle que estoy enamorada de usted.
—¿Es lo que se llama un amor a primera vista? —Preguntó el galán con juguetona vanidad.
—No sé si así se llame, en realidad nunca he estado interesada en los nombres de esto o aquello, respondo por lo que siento.
—¿Sí?
—Sí. Y podríamos casarnos, y tener una cuevita que tú te cuidarás de mantener, y tendríamos muchos pero muchos hijos aprovechando mi ardorosa y prolífica naturaleza, y...
—Este... Bueno..., no niego que lo encuentro muy halagador y sugerente, que hasta me gustaría, pero sucede que somos diferentes.
—¿Cómo diferentes? ¿Acaso tiene usted una cierta debilidad, no es usted, en el amplio y completo sentido de la palabra, un Ratón?
—No.
—¡¿No?!
—No. Soy un Murciélago.
—Vaya, disculpe usted, señor. Y adiós.
—No hay cuidado. Que le vaya bien. Y en verdad siento no haber clasificado.
En tanto la Ratona visiblemente desilusionada se aleja, el asediado casadero se queda cantando muy contento pues una vez más, con ese viejo estratagema de hacerse pasar por un Murciélago ha logrado conjurar con éxito el recurrido y acechante fantasma del matrimonio.

jueves, 5 de mayo de 2011

Sopa de jitomates mexicana


Bueno, como no soy muy leal en la cocina, esta receta dice ser pero no es "mexicana". Comencé por leer la receta y, al ver que me faltaban algunos ingredientes, la amoldé a mi gusto. Por empezar, no es de jitomates, es de tomates (ya que estamos en Argentina). Después reemplacé el cilantro por la albahaca. Por otra parte no le puse picante (aunque si unas gotas de salsa tabasco... ay, pero qué audaz!). Por último, en vez de ponerle por encima unas gotas de jugo de limón, como hacen los mexicanos,  le agregué queso parmesano rallado. En fin, una pinche sopa, pero riquísima!

Ingredientes:
4 cucharadas soperas de aceite de oliva, 2 de manteca, 2 dientes de ajo, 2 ramas de puerro, 1 kilo y medio de tomates maduros, pelados y sin semillas, 1 litro de caldo de  pollo, chile serrano (para los guapos de endeveras -para los otros, unas gotas de salsa tabasco o simplemente... nada-), sal, pimienta y cilantro (o mejor dicho, albahaca).

Preparación:
En una olla calentar la manteca y el aceite. Añadir los dientes de ajo e inmediatamente, antes de que se doren, los puerros y los tomates cortados en cubos. Apenas empiecen a dorarse, agregar el caldo. Dejar cocinar unos 15 minutos, hasta que espese un poco y, antes de apagar el fuego, agregar las hojas de cilantro o albahaca. Luego procesar en minipimmer o licuadora. Por encima,  echar queso parmesano y una pizca de algo que pique y se aguanten. Lo que sí recomiendo agregar es unas gotas de jugo de limón, que realzan el picor y el sabor de la sopa. Ese es un truquito que aprendí en México varios años atrás y me fascina.

Terminamos esta sencilla receta con un cuento veramente mexicano. El autor es Adolfo Castañón, un escritor (según sus propias palabras) "gastrófilo", quién tiene  editado -además de diversos de ensayo y poemas- un libro de cocina titulado "Grano de sal y otros cristales". Ahora sí, el bellísimo cuento de este autor, extraído de la revista Ficción Minima:

A LA ORILLA DEL MAR DE LAS IGUANAS
Adolfo Castañon
Durante la primera mitad de su vida, la hembra del coelurosario —iguana gigante de cola hueca— se reproduce furiosamente y llega a tener hasta veinte veces camadas de crías que a su vez, al llegar, a la madurez, se entrega a la reproducción con igual furia que sus progenitores, cuando ya no pueden reproducirse, ni tienen que velar por la sobrevivencia de sus crías, pasan las horas y los días emitiendo un monótono canto de celebración de sus descendientes y de los descendientes de sus descendientes... En ciertas fechas del año, las viejas iguanas de cola hueca se reúnen para entonar una especie de canto colectivo que suena a lo lejos como el ruido de una tempestad marina.

domingo, 1 de mayo de 2011

Sorbete de granada


¡Feliz día del trabajador!  La fecha de hoy no debiera festejarse sino conmemorarse. A pesar de ello, yo celebro el tener un día feriado como se debe para poder recuperar energías, sueño y buen humor. Hoy está lluvioso y tras la ventana las cosas se ven como mustias, lentas, melancólicas (qué bajón). Amago a empuñar el limpiavidrios pero me detengo. Hoy en esta casa hoy no se limpia, se descansa. Me acomodo en el sofá  y pienso en las tres mejores maneras de disfrutar una tarde de otoño como esta:  o le doy play a Triste de Paul Bley, o retomo por cuarta vez el desquiciado Ulises de Joyce o me torturo una vez más con  El Sacrificio de Tarkovsky.  Pienso poco y decido rápido. En la tele dan una peli de estas en donde todos se cagan a tiros. Perfecto. ¡Qué buen plan!

Sorbete de granada para una tarde lluviosa
Ingredientes:
5 granadas
1/3 de taza de azúcar (impalpable)
Unas gotas de jugo de limón

El trámite es sencillo:
Cortar las granadas al medio y exprimir (como se exprimen las naranjas). Colar el jugo para que no queden semillitas y llevar a una olla con el azúcar y las gotas de limón. Dejar que se consuma el jugo hasta que llegue a punto almibar. Enfriar en el freezer por un par de horas. Cuando esté firme, pasar por procesadora o rallar con una cuchara hasta formar un frapé. Servir inmediatamente, antes que despachen a Henry Fonda.

Como sigue y sigue lloviznando y tengo ganas de escribir, he dedidido atormentarlos (si es que alguno tiene tiempo y ganas) con la historia (verídica) de Juan Baigorri Velar, "el hombre que hacía llover". De todas las biografías sobre inventores que haya escuchado o leído en mi vida, esta es mi favorita: 
A principios de S XX, Juan Baigorri Velar, un ingeniero argentino especializado en geofísica, descubrió que uno de los aparatos inventados por él (que medía el potencial eléctrico y las condiciones electromagnéticas de la tierra), cargado de reactores químicos y conectado a una batería, provocaba lluvias en el lugar donde se encontrara. Baigorri realizó una cruzada por diversas provincias argentinas -en lugares donde acechaba la sequía- para probar que podía hacer llover. La noticia se esparció como gota de chubasco por todos sitios, provocando risas, desconfianza y recelo en la opinión pública, prensa e instituciones meteorológicas. Un buen día (un 28 de diciembre, si no me equivoco) el diario Crítica lo desafió a hacer llover entre el 2 y 3 de enero de 1939. El Director del Servicio de Meteorología Nacional, que no paraba de gastar a Baigorri –sosteniendo que todo se trataba de un invento infame o de la obra de la casualidad-  le envíó de regalo un paraguas y una tarjeta con el texto “para que lo use el 2 de enero”. El sarcasmo del meteorólogo provocó honda cólera en Baigorri quien, restregándose las manos, se preparó para la contrapartida y escribió “como respuesta a la censura a mi procedimiento, regalo, por intermedio de Crítica, una lluvia a Buenos Aires para el 3 de enero de 1939”.

El 1ro. de enero fue un día caluroso y húmedo. Por la noche, despejado. La mañana 2 de enero, la veleta de gallo no acusó recibo. Pero hacia la noche, el cielo ennegreció súbitamente. Se levantó un viento furioso que desencadenó en una de las tormentas eléctricas más furiosas que cualquiera de aquella época pudiera recordar (¿alguien me sigue?).
El 3 de enero el diario Crítica cambiaba el título principal de la quinta edición: "Como lo pronosticó Baigorri, hoy llovió"; "Baigorri consiguió que tres millones de personas dirijan sus miradas al cielo".
Al poco tiempo Baigorri era convocado desde las más insólitas localidades para hacer desatar tormentas eléctricas por doquier. Mucho hizo llover Baigorri hasta que un buen día se cansó. Guardó el cacharro y no volvió a usarlo jamás.
Con el tiempo la gente se olvidó del "hombre que hacía llover". Baigorri murió solo, pobre, en la habitación del departamento de un amigo, en el otoño de 1972. Durante el entierro, en el cementerio de la Chacarita, fue despedido por una copiosa lluvia.
Otro trabajador incomprendido, como si en esta tierra tuvieramos pocos. Más cosas pueden leer en la muy interesante nota publicada en Radar.
¡Hasta la próxima y feliz -aunque plomizo- domingo del trabajador!

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