domingo, 26 de febrero de 2012

Cheescake de cerezas sin horno


Estuve averiguando y, al parecer, hay 5 clases de sabores: dulce, amargo, salado, agrio y umami. Este último fue reconocido en 1908 por un japonés apellidado Ikeda.
Jugando con el google, traté de encontrar la relación de los sabores con la psiquis y esto es lo que encontré (ninguna fuente es confiable, aclaro):
Dulce indica alto contenido de energía. El exceso de azúcar provoca un “afán no reconocido de realización amorosa”. También indica gula, pecado, exuberancia.
Amargo alude situaciones tóxicas, propio de personas irritables, de baja autoestima, con gran desorden en la psiquis y en la casa. Amarga es la cerveza, el café, el fernet sin coca cola, el campari, las almendras y el cianuro.  
Salado indica alto contenido en sales (elemental, Watson). Quien se excede con la sal es propenso a las adicciones, distorsiones de la realidad y del tiempo. 
Ácido indica corrosión en el tracto digestivo. A su vez, desesperanza, bloqueo y creatividad reprimida.
Al último sabor, el umami, no le encuentro relaciones con el google. Pero sí una especie de definición, que es: combinación de los cuatro sabores clásicos. Presumo, entonces, que vendría a significar la conjunción de todas estas patologías.
Todo tiene que ver con todo, dijo Pancho Ibañez, así que desde hoy (y por cinco entradas -incluyendo esta-) Con el tenedor en la mano va a intentar hacer su propio juego de relaciones. Una entrada por cada sabor, cuya y receta y cuento (o poema) tengan el mismo gusto.
Esta entrada va dedicada a lo dulce:

Para la base: 
300 gramos de galletitas dulces (preferentemente)
150 gramos de manteca pomada o derretida
Ralladura de limón
Molemos las galletitas con la ayuda de un palote; mezclamos esta harina con la ralladura y la manteca. Forramos la base de un molde desmontable con esta masa, apretando bien con los dedos y llevamos a la heladera por un buen rato. Luego horneamos 10 minutos y reservamos en un lugar fresco.

Para el relleno:
800 gramos de queso finlandia o philadelphia
1 1/2 sobre de gelatina sin sabor
200 gramos de crema de leche batida
1/4 taza de azúcar
3/4 taza de almibar de cerezas (pueden ver la receta clickeando acá)
Mezclamos el queso con el azúcar y la crema semibatida (o batimos todo junto). Hidratamos la gelatina con el almibar de las cerezas y llevamos fuego bajo por 5 minutos, hasta que se desintegre. Reservamos. Cuando esté tibia, agregamos a la preparación anterior y revolvemos bien o batimos un minuto. Cubrimos la base con esta crema. Llevamos a la heladera por lo menos 4 horas.

Para la cubierta: 1/4 taza de almibar de cerezas, cerezas en almibar (clickeando acá); 1/2 sobre de gelatina sin sabor; 1 cucharadita chica de jugo de limón. 
Hidratamos la gelatina en el almibar. Agregamos el jugo de limón y las cerezas. Calentamos un par de minutos, hasta que se desintegre la gelatina. Luego, sobre la tarta ya fría y estacionada, cubrimos con este almibar. Dejamos solidificar un par de horas más.


Como todo tiene que ver con todo y, a su vez, no hay nada que sea absolutamente puro, creo que como  esta tarta es principalmente dulce, pero también ligeramente agria (por las cerezas y el limón) e incluso salada en el centro (por el queso), le corresponde el sabor del poema que paso a continuación.
Pero antes, van las gracias a “En mi propia lengua” por haberme acercado a este autor y a esta lectura.
Del escritor sanjuanino Jorge Leónidas Escudero, que a sus 92 años le sigue dando con talento, destreza y gracia a la escritura:

La Medecina

Les diré que me encuentro adolorido
por mujer que me desposeyó de ella,
quitó lo que me daba
y me en casi sin aire deja
o como naranja sprimida.
Me deshojó de su árbol como si a usté
de pronto lo dejan sin agarrarse de algo,
como que se me cayeran los pantalones
en medio de un baile como de urgencia
necesitar ir a mear y no hallar dónde.
Así de desvalido.
Me hice ver con un méico y recetó
el desapego hombre, el desapego,
cambie de costumbres póngase
una tela metálica al pecho
así no se le incrustan mariposas dañinas.
En ningún peor caso me he visto;
pero aseguran los intrusos ques buena medecina
visitar lejanos países. Bien,
¿pero a dónde he ir que no mesté sperando
la susodicha esa para castigarme
solamente porque la quiero?

domingo, 19 de febrero de 2012

La cereza del postre


Hace algunas semanas un amigo organizó un festejo con motivo de su cumpleaños. Recién estábamos empezando por los vinos cuando sonó una señal de alarma: esto que se mueve en el piso pareciera ser una rata. Y ERA. ¡Qué horror!, dijimos todos, pero no así como suena escrito, sino mucho peor, con gritos, escenas, esas cosas.
Se inició una corrida en donde todos (o casi todos) buscaban silla en donde pararse. El más valiente (por esta vez, Astor) trajo una escoba de la cocina y a partir de entonces empezó la verdadera fiesta. Se hizo luz en el centro del patio, para que iluminara a los tres o cuatro caballeros que pretendían hacerle frente al pobre animal, bajo promesa "no la vamos a aplastar", como si tal declaración fuera a tranquilizar a los miembros de la sociedad protectora de animales.
La rata no tenía donde esconderse porque en el patio no había muebles. Tampoco podía salir porque la puerta de la casa estaba cerrada. No podía meterse en la cocina, unas cinco amigas bloqueaban la puerta a los gritos pelados. Entonces la rata empezó a correr de un lado a otro, alterada, inaugurando la pista que Astor había preparado para el baile.
Las mujeres, paradas sobre las sillas, tratábamos de examinar la situación: "mide lo mismo que un gato", "las palomas tienen más gérmenes y bacterias que las ratas, son peores"; "¿qué es lo que realmente nos causa repulsión?"; "el miedo a las ratas es una construcción cultural" (por una que estaba leyendo a Foucault). La única que prestaba atención a estas digresiones era la rata, que de vez en cuando soltaba “déjenme de joder, soy un sujeto con derechos”.
La corrida duró una media hora (exactamente el tiempo de ejercicio diario recomendado por los médicos) y fue protagonizada por Astor, el Polaco, Mariano y Aníbal. Era como un karaoke pero en vez de usar micrófono, los cantantes usaban escoba. Al fin uno de ellos (no se quién porque yo cerré los ojos) logró imprimirle un escobazo, facilitándo con ello su elegante salida y posterior despedida hacia el pasillo de afuera (ahora que le dí voz a la rata, ya no la puedo maltratar).
Se hizo largo y penoso silencio... hasta que Marcela interrumpió: las ratas nunca andan solas, ahora hay que encontrar a la compañera. Otro largo silencio. Un breve momento de reflexión. Una decisión unánime: nos vamos todos. 
Astor nos acompañó con la escoba hasta la puerta y encogiendo los hombros dijo, “y... qué voy a hacer?”. Y, no sé… soltó Marcela, conseguite un gato. Pobre Astor. Un cumpleaños que recordará para siempre.
Gracias a esta introducción (verdadera), yo zafo de pasar una receta. Si alguno llegó hasta acá seguro ya perdió el apetito. Así que dejo el primer paso de la receta que continuará... Es la cereza del postre. La receta del postre queda para la próxima semana.


Cerezas en almíbar
1/2 kilo de cerezas
 3 tazas de agua
 2 de azúcar
 1 gota de limón

En una olla grande, poner a calentar el agua, el azúcar y la gota de limón. Cuando hierva, agregar las cerezas. Dejar sobre el fuego seis o siete minutos y luego apagar y reservar por unas horas. Pasar las cerezas a un frasco y, en una ollita, poner a calentar el jugo. Calentar en fuego mínimo un buen rato, hasta que el almibar espese bien (más o menos hasta que quede la mitad). Cubrir nuevamente las cerezas con el jugo y dejar estacionar.

Como no tengo cuento de ratas, me despido con uno de gatos.  Desde Documenta mínima:

EL GATO Y LOS PÁJAROS

   Al oír que los pájaros de una pajarería estaban enfermos, un Gato fue a verlos, les dijo que era médico, y que los curaría si le dejaban entrar.
—¿A qué escuela de medicina perteneces? —preguntaron los Pájaros.
—A la de Miaulopatía —dijo el Gato.
—¿Has practicado alguna vez la Largodeaquilogía? —inquirieron los pájaros, parpadeando débilmente.
   El Gato captó la indirecta y se fue.

Ambrose Bierce, Fábulas fantásticas, Valdemar, Madrid, 1999, 160 páginas.

viernes, 10 de febrero de 2012

Empanadas de atún


Cinco tortugas van a un picnic. Para comer, sólo llevan latas en conserva. Hacen unos largos en la laguna y al mediodía les entra hambre. Se acomodan todas sobre un mantel y de pronto caen en la cuenta que se olvidaron el abrelatas. Así que una de ellas dice, “hagamos un trato: yo voy a buscar el abrelatas pero ustedes me prometen que no van a hacer nada hasta que yo regrese”.
"Macanudo", dicen al unísono las cuatro tortugas.
Pasa un año, pasan dos, pasan tres, cuatro, diez años y nada. La tortuga que fue a buscar el abrelatas no aparece. Una de las tortugas del grupo dice,“yo no aguanto más de hambre, a ver cómo hacemos para abrir las latas”. Y entre todas se las ingenian y logran abrir las latas. Pero de repente, apenas empiezan a comer, la tortuga que se había ido a buscar el abrelatas, sale detrás de un árbol y dice “yo sabía, yo sabía, yo sabía que no me iban a esperar!”
(Este chiste fue robado de una página que ya no recuerdo).

¿Alguien andaba necesitando una receta para los días de picnic? Acá va una buena idea para no llevar latas.

Ingredientes:
2 latas de atún
12 tapas de empanadas
2 cebollas blancas
3 tomates pelados peritas
1 hoja de laurel
1 ají morrón
Aceite de oliva
Pimienta, pimentón y sal


Procedimiento:
Picar las cebollas bien chiquitas. Sofreírlas en aceite de oliva. Agregar el ají morrón cortado en juliana. Salar y pimentar. Cuando la cebolla esté transparente agregar los tomates pelados cortados en cubo y una hoja de laurel.  Agregar el pimentón. Apagar el fuego. Agregar el atún (sin el agua de la lata; en caso que tengan atún al aceite, descartar el mayor aceite posible), mezclar bien, cocinar unos minutos más y apagar el fuego. Rellenar las empanadas y cerrar bien (aplastando los bordes con un tenedor, o haciendo el repulgue). Pintar las empanadas con huevo y agregar por encima semillas de sésamo o azúcar. Llevar al horno por 15 minutos.

Empezamos con un chiste y terminamos con otro. Importado desde La pulpera, con ustedes:

El chiste:
Una pareja con diez años de casados desayuna leyendo el diario un domingo.
-Escuchá esto, -dice el marido y lee: “Como protesta contra la prostitución en Nueva Zelanda, las mujeres llevan a cabo una original medida. Pagan a sus hombres cien dólares cada vez que hacen el amor”, -¡Ya mismo saco pasajes para Auckland!
-¡Dale, vamos! Yo te acompaño.
-Se puso celosa, se puso celosa...
-Para nada. Quiero ver cómo te arreglás para vivir con cincuenta dólares al mes.

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