sábado, 24 de diciembre de 2011

¡Chin-chin! ¡Sangría!


¡Feliz noche buena! ¡Feliz navidad! ¡Feliz fin de año! ¡Feliz año nuevo! ¡Feliz Y Dades!
Dejo, a quien tenga ganas, en la lectura de una receta muy compañera. Chin-chin.
Besos y abrazos.

Del libro Cocina Ecléctica de Juana Manuela Gorriti (1818-1892).
Primera edición, Buenos Aires, Félix Lajouane Editor (Librairie Générale), 1890.

Helado de sangría:
Con el encanto misterioso que, según antiguas crónicas, encierra esta sencilla confección, diz que madame Scarron, -después la célebre marquesa de Maintenon- curó a su marido de la embriaguez. El paralítico, para distraerse, en su inmovilidad, dio en beber, y diariamente se embriagaba. Maldita la gracia que hacía esto a una dama, desde ya, tan acicalada como madame Scarron. Pero qué hacer. Necesario era contemporizar con aquella naturaleza humana en el pobre infirme que a ratos se aburría. Mas ¿para cuándo, la astucia diplomática de la mujer, sino para estos casos supremos? Madame Scarron sabía cuanto gustaba a su marido la sangría congelada; y queriendo darse cuenta de que era bien servido, la confeccionaba ella misma.
De repente Scarron vio llegar, por una calurosa jornada de Julio, la hora del medio día, sin la espirituosa y refrescante copa que su esposa le presentaba. Esta llegó y se sentó a su lado... pero con las manos vacías.
Scarron la miró, creyendo que algo de extraordinario había acontecido. Nada: su mujer tenía su aire plácido y serio.
El paralítico se atrevió a más, y preguntó por su refresco.

-¡Ah! querido amigo, -dijo madame Scarron con voz temblorosa,- anoche en casa de Ninon he oído, en una disertación científica entre dos célebres médicos, algo que ha sido para mi un aviso providencial. Dicen que la aproximación de las sustancias que el vulgo humano llama vino, agua, hielo, 150 azúcar, limón, canela y moscada, forma un todo extraño, que desde que es absorbido, se torna despótico, celoso de toda asimilación de su género, si llega sin circunstancias atenuantes, y destruyendo al fin, no a su contendor, sino al recipiente que los recibe.
Pensad cuantos combates habían de -muy luego- comenzar a torturarlo, antes de su final destrucción, si yo no acudo a impedirlo. De hoy más, he desterrado a ese enfadoso déspota, para dejar libre paso y tranquila residencia a esos otros amables huéspedes que vienen a alegraros.
Su propia experiencia, o la Lenclos, había enseñado a esta mojigata que el hombre es un espíritu de contradicción ¡Quién sabe! Lo cierto es que, excepto los dos vasos de vino del Rhin, correspondientes a sus comidas, la sangría congelada reinó sola en los dominios de Scarron.
Y vosotras, que leáis este libro, y que tengáis de combatir el terrible enemigo que derrotó la Scarron, le agradeceréis esta receta, y a mí, el habérosla trasmitido:
Se cortarán muy delgadas las cáscaras de seis limones maduros, y se pondrán en infusión por dos horas, en la cantidad de agua correspondiente a tres vasos, junto con trozos de buena canela y el azúcar suficiente para bien endulzar.
Se cuela por tamiz; se baten dos claras de huevo y se le mezclan con un polvo de moscada. Se vierte sobre todo esto una botella de buen vino tinto: borgoña o burdeos, y se hiela con el proceder de costumbre.
Yo, que la Scarron, habría, a tiempo oportuno, atenuado ese rigor; y en invierno, en vez de la heladera, el rico líquido habría ido en la ponchera a dar en el fuego un hervor, y convertido en un exquisito ponche, sobre una bandeja de plata y en copa de medio litro, la habría llevado a mi pobre paralítico para calentar sus enfriados huesos.
Mercedes Cabello de Carbonera (Lima).

domingo, 18 de diciembre de 2011

Mermelada de cebollas


Quien parte cebolla, de pena no llora.
(refrán popular)

Hace algunos días leí que un equipo de científicos, algunos de ellos japoneses, otros de Nueva Zelanda, se encerraron en un laboratorio con el objeto de modificar genéticamente a una cebolla:
-Hay que anular el disulfuro dipropilo- dijo un japonés.
-¿Y eso qué es?- preguntó el neozelandés.
-Lo que te hace llorar, m´hijo- digo yo, porque lo leí en wikipedia.
Qué triste. ¿Hacia dónde va la genética?
El experimento, al momento, no tuvo el éxito esperado. La misma nota decía que los científicos, reunidos para probar los resultados, frente a periodistas, fotógrafos y genetólogos, se pusieron a picar cebolla sobre un largo mostrador. A los pocos minutos de empezar, seis o siete de ellos se retiraron por la puerta trasera moqueando. Un bochorno. El público quedó absorto. El científico más viejo de todos rompió el silencio y, cuchilla en mano, dijo:
-Aún quedan algunos detalles.
Luego miró hacia la puerta del fondo de soslayo, como queriendo decir, “ya van a ver, cobardes”.
Si mi opinión vale de algo, que detengan la investigación. A mí no me importa llorar por una cebolla. Sobre todo si el emprendimiento es hacer esta increíble receta:

Lo que lloré (por un frasco)
4 cebollas blancas grandes
Pimienta en grano y 1 clavo de olor
1 cucharadita de jengibre en polvo
3/4 taza de vino oporto
3/4 taza de azúcar
1/4 taza de aceite de oliva
Sal

Se me pianta un lagrimón:
Calentar el aceite de oliva en una olla grande a fuego mediano. Cortar las cebollas en rodajas bien finas. Freírlas. Salar, agregar una pizca de jengibre en polvo y algunos granos de pimienta. Cuando la cebolla esté tierna y transparente, bajar el fuego al mínimo y agregar el vino oporto, el azúcar y (si tenemos) un clavito de olor. Mezclar bien con cucharón de madera. Dejar reducir un buen rato, como cuando una hace mermelada (hora, hora y media), revolviendo la base de vez en cuando. Cuando ya esté a punto, guardar la mermelada en un tarro esterilizado e, idealmente, tapar y dejar el frasco boca abajo en un lugar seco y oscuro durante unos cuantos días. Queda genial sobre una tostada con queso, o para acompañar pollo o pescado a la plancha e incluso para hacer un arrocito agridulce.

Así es la vida. Un poco se llora, otro poco se ríe. Me despido con "La dicha de vivir", aunque pensando, también, qué título se fue a buscar Lugones!

Desde Narrativa Breve


LA DICHA DE VIVIR
Leopoldo Lugones

Poco antes de la oración del huerto, un hombre tristísimo que había ido a ver a Jesús, conversaba con Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.
–Yo soy el resucitado de Naim –dijo el hombre–. Antes de mi muerte, me regocijaba con el vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo. Ahora nada de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?
–Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el Apóstol-. Es como si aquél volviera a nacer en la pureza del párvulo...
–Así lo creía y por eso vengo.
–¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?
–Que me devuelva mis pecados –suspiró el hombre.

[De Filosofícula, 1924]

domingo, 11 de diciembre de 2011

Labneh


« Cada idea revolucionaria parece evocar tres etapas de reacción:
1) Es completamente imposible.
2) Es posible, pero no vale la pena.
3) Todo el tiempo dije que era una buena idea. »
Arthur C. Clarke

Cuenta una leyenda que el origen del queso fue resultado de un accidente. Varios miles de años antes de Cristo (en materia de leyendas, no esperen precisiones históricas), un árabe se desplazaba sobre un camello a través del desierto. Llevaba leche de oveja dentro de la tripa de un cordero. Durante tres noches y tres días, que fue lo que duró el viaje, el suero de la leche se fue filtrando de la bolsa, goteando sobre la arena, evaporándose bajo el ardiente sol y proyectando espejismos para los que venían más atrás.
Al cabo de esas noches y esos días, el árabe llegó a su casa. Al abrir la tripa, no encontró leche de oveja sino una pasta fermentada, coagulada y espesa. Y la suerte quiso que, en vez de tirarla, le pasara el dedo y la probara. Fue la primera vez que un árabe se acarició el bigote.
Este casual descubrimiento, denominado labneh, fue prontamente adoptado por la cocina de Medio Oriente. Es parecido a lo que nosotros conocemos como queso philadelphia o finlandia, aunque ligeramente más ácido y potencialmente más rico.
Con un poco de gusto por la aventura, nosotros también lo podemos hacer. Solo necesitamos ganas y paciencia de monje.


Primero tenemos que hacer seis yogures caseros naturales (sin azúcar). Es fácil. Los pueden hacer en la yogurtera o seguir el método legendario (otra de las hazañas posteadas por Con el tenedor; click acá para leer la receta). Entonces: tenemos 6 yogures naturales hechos. Ponemos una gasa (si es doble, mejor) sobre un colador. La gasa debe medir, por lo menos, 30 x 30 centímetros. Volcamos de a poco los yogures en el centro. Dejamos escurrir el suero un rato. Luego, recogemos las puntas de la gasa y las anudamos. Ya tenemos una bolsa de gasa con el yogurt adentro. Colgamos la bolsa de un clavo en la cocina o, si hace mucho calor, la guardamos dentro de un colador en la heladera y la dejamos reposar durante tres días y tres noches. Durante ese tiempo, el yogurt se librará del suero. Al cuarto día desatan la bolsa, la abren y encontrarán labneh. Pueden usarlo para untar tostadas, rellenar pan de pita, hacer cheescakes o  esta otra receta que les propongo: con las manos, formamos bolitas de tres o cuatro centímetros de diámetro, las dejamos secar un rato, luego las metemos en un tarro de vidrio esterililzado, agregamos romero, menta, tomillo o granos de pimienta, y completamos el tarro con aceite de oliva.


Los escépticos, los prácticos y positivistas se preguntarán, para qué sirve tomarse tooodo este trabajo? Pues pa´ decir, "lo hice; todo el tiempo dije que era una buena idea".
Con paciencia de monje me despido. Y con un cuento de monjas. Que los religiosos se sonrían y no se ofendan:

La casa de reposo (en "Ajuar funerario")
Fernando Iwasaki
La madre superiora miró hacia el cielo como buscando una señal divina, y en sus ojos desvelados de oraciones reverberó cristalina una lágrima.
–¿Y dice usted que el viejo profesor se niega a ir a misa, hermana?
–Así es, reverenda. Y maldice y ofende a María Santísima.
–No importa, hermana. Llévelo entonces a dar un paseo por el huerto.
–Sí, reverenda.
–Hermana…
–¿Sí, reverenda?
–Que parezca un accidente.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Mousse de atún y pistachos



Según cuenta la historia, el pistachero (el árbol que da pistachos), formaba parte de los Jardines Colgantes de Babilonia. Durante las noches de luna llena, los enamorados se ocultaban bajo su sombra y allí esperaban a que la brisa o el viento meciera las ramas y provocara un sonido encantador, consecuencia del golpeteo de las drupas que contenían pistachos. El sonido era tomado como mensaje divino, como respuesta a las más profundas interrogaciones que se hacían los amantes acerca del presente y del futuro. Cada quien lo interpretaba a su forma, entonces, a partir de ahí, surgían nuevos conflictos, nuevas preguntas, y más y nuevas noches en vela bajo la sombra de los pistacheros. Al cabo de algunos siglos se inventó la cebada y todas estas tendencias metafísicas o filosóficas fueron trasladadas a las cantinas.
Así presento esta ficción gastronómica. El budín de atún es una entrada muy popular navideña, especialmente en los países donde Santa Claus anda en ojotas y no en trineo. Lo de los pistachos lo agrego porque queda bien.

¿Cuáles son los ingredientes?
1 lata de atún
1 lata de jamón del diablo
150 gramos de queso tipo filadelphia o finlandia
1 sobre de gelatina sin sabor
1 medida de agua del tamaño de la lata de atún
Pistachos (más de veinte, menos de cincuenta)
Pimienta



¿Y ahora, qué hago?
Llevar el atún, el jamón del diablo y el queso a licuadora. Procesar un par de minutos, hasta que se convierta en una pasteta. No hace falta salar (el atún y el jamón tienen bastante). Buen momento para agregarle unos pistachos picados y pimienta molida.
Aparte, en una ollita, calentar el agua. Antes de que llegue a hervir, apagar el fuego y disolver la gelatina. Revolver bien, hasta que la gelatina se desintegre. Agregar a la preparación anterior y mezclar. Llevar a un molde y luego a la heladera. Enfriar por al menos tres o cuatro horas. Al momento de servir, rociar con aceite de oliva y agregar más pistachos. Si quieren, también unas alcaparras.

Me despido con un cuento fabuloso. Consecuencia del plan-tueque literario con La Pulpera, con ustedes:

ALAS
Yo ejercía entonces la medicina en Humahuaca. Una tarde me trajeron a un niño descalabrado: se había caído por el precipicio de un cerro. Cuando para revisarlo le quité el poncho vi dos alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté:
−¿Por qué no volaste, m'hijo, al sentirte caer?
−¿Volar? -me dijo- ¿Volar, para que la gente se ría de mí?

domingo, 27 de noviembre de 2011

Mini manzanas caramelizadas


Después de los cuarenta años, la verdadera cara la tenemos en la nuca, 
mirando desesperadamente para atrás.  

Desde la medianera, es posible mirar con la nuca y con los ojos.  Con la nuca busco una receta que solía hacer mi abuela; con los ojos, cocino. No se trata de la versión de las manzanas grandes, las que vendían (o aún venden) en las plazas, es una adaptación para adultos nostálgicos: manzanitas pequeñas, sin pochoclos, el caramelo no se enrieda en los pelos y no hay riesgo de perder los dientes:


Para veinte mini manzanas:
2 manzanas verdes
Jugo de limón
Canela
1 taza de azúcar
1 chorrito de agua
Colorante rojo (o verde)
Palitos de brochettes

Cortamos las manzanas en forma de esferas con la cuchara mágica que sólo se consigue en los supermercados chinos de rejas celestes. Maceramos en limón y canela. Ponemos a calentar la taza de azúcar con un pequeño chorrito de agua. Cuando se convierta en caramelo, metemos las manzanas pinchadas en un palito de brochette y las bañamos en caramelo y las dejamos secar. Si las pasan rápidamente, el caramelo se solidifica pronto. Si las dejan un buen rato en la ollita, soltarán el jugo y en vez de caramelizarse, absorberán el almibar y, en vez de caramelizarse, quedarán un poco pringosas, pero bastante buenas.
Esta receta no es lo que se dice guaaauuu, ni miaaauuu, pero para quien no piensa armar el árbol, excelente como centro de mesa (con flit por si las moscas).

Y listo. Que cada quien mire para donde más convenga. ¿Más sobre la nuca? Escuchemos a Wimpi:
La nuca 
(inicio)
El castellano tiene posibilidades insólitas. Uno puede decir en castellano con todo derecho: "Cocearete el colodrillo de tal suerte que restarás zangolotino". (¡Qué bonito, eh! ¿Saben lo que quiere decir? Quiere decir: Te Voy a dar una patada en la nuca que vas a quedar zonzo. Zangolotino, en efecto, que viene de zangolotear —y zangolotear es moverse de un lado a otro desatinadamente— se les llama a los muchachos que siguen con sus hábitos de niños o que en la casa se les hace seguir: son ésos que les dejan el pelo largo, con rulos, hasta los seis años, que toman mamadera hasta los siete y que después, claro, se chupan el dedo por el resto de su vida. Colodrillo, que viene de cogote, es la nuca. Hoy vino uno dispuesto a hablar de la nuca, amigos. O sea del contrafuerte del coco. Coco es uno de los nombres familiares del mate y de tal manera aceptado por el consenso unánime que la Academia llama cocosa a la persona que anda mal de la cabeza. La nuca es una de las cosas más necesarias del mundo. Porque sin nuca el tipo no podría acostarse boca arriba. Y si el tipo se acostara siempre boca abajo, quedaría ñato y con la punta de los pies torcidas para arriba y si siempre se acostara de costado, quedaría desparejo.

(quien quiera oír, que oiga: el cuento sigue en La máquina del tiempo).

 

domingo, 20 de noviembre de 2011

Pesto de rúcula y almendras


Si un día usted despierta y su imagen no se refleja en el espejo, por experiencia personal le digo que puede ser a causa de cinco cosas. La primera es que le corrieron la pared de lugar y usted no se dio cuenta. La segunda es que usted está ahí ahora, realmente reflejado en el espejo, pero no puede verse porque no encendió la luz. La tercera probabilidad –una suposición más rebuscada- es que usted estuvo ahí, pero no pudo reconocerse a tiempo porque antes de accionar la canilla (o grifo) para lavarse la cara, le dio pausa al despertador y tendrá que esperar un buen rato a que el espejo vuelva a hacer foco en su persona (en criollo, que se quedó dormido). Si usted resuelve que ninguna de estas tres primeras hipótesis es verdadera, sepa que tiene todos los números de la lotería para que lo suyo encaje en la cuarta deducción: usted es un vampiro. Qué problema. Los vampiros nunca sea adaptaron bien al sistema solar. Drácula, Nosferatu, Carmilla, ninguno de ellos terminó bien.
Si no puede aceptar esta triste realidad, pruebe de refutar la hipótesis comiéndose una cabeza de ajo en el  desayuno. Si le da náuseas hacer la prueba toda junta, vaya de a poco, diente por diente, incluso combinándolos en la comida.
El diente número uno:

Ingredientes
1 taza grande de rúcula fresca
15 almendras peladas
1 diente de ajo
100 cc. de aceite de oliva extra vírgen
5 cucharadas de queso parmesano rallado
Sal


Instrucciones
Para pelar las almendras: hervir diez minutos en ollita con agua. Retirar y colar. Con los dedos, quitar la piel.
Llevar a mortero la rúcula, el ajo, las almendras peladas y la sal. Machacar hasta que todo se desintegre. Cuando esté hecha una pasta (o hasta donde llegue la paciencia al vecino de abajo), agregar el aceite de oliva y el queso rallado. Mezclar bien.
Una salsa que puede andar perfecta con cualquier pasta seca, incluso puede repetir este plato varias veces durante el día.


Si pasó la prueba de la cabeza de ajo y usted afirma que no es un vampiro, pero aún no puede verse en el espejo, Con el tenedor en la mano le acerca la quinta hipótesis. Desde minificciones, Orlando Van Bredam, se la cuenta muy bien:

Olvido 
Lo terrible sucede una mañana de éstas. Usted sale de su casa y olvida la cara en el espejo. Anda todo el día sin saberlo. Es decir, que nadie se lo dice. Nadie le reprocha tanta lisura, esa página neutra en lugar del rostro. En realidad, usted piensa que nadie lo mira ni lo ha mirado nunca, preocupados como están los demás por sus propias arrugas.
Pero no es así. Ellos murmuran. Y el murmullo crece como una música indeseable. En voz baja, con guiños cómplices y esquelas anónimas que cruzan la oficina, conspiran contra usted.
Tampoco sus vecinos o su mujer o sus hijos le señalan el olvido. Nadie parece advertirlo. Tampoco usted, lógicamente, que al mirarse nuevamente en el espejo, recupera la cara perdida.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Risotto de calabaza y parmesano


Dos hombres van a un restaurante chino, y al entrar se sientan y esperan al mesero, cuando éste llega, le preguntan cuál es el especial del día, a lo que el mesero responde:
-Aloz con lata.
Los hombres se miran y uno dice sorprendido:
-¿Arroz con lata?
El mesero dice:
-No, aloz con lata.
El hombre vuelve a preguntar:
-¿Arroz con lata?
A lo que el mesero explica:
-Con lata, la mamá de los latoncitos.


Con tremendo chiste que encontré, de nada vale hacer el intento por escribir una introducción. Así que voy derecho a la receta:

Ingredientes:
1/2 kilo de calabaza o zapallo
1 cebolla
300 gramos de arroz carnaroli
1 litro de caldo de verduras
1/2 vaso de vino blanco
Queso parmesano rallado
Manteca, aceite de oliva
Sal, pimienta y salvia (o romero)

Calentar una olla con aceite de oliva a fuego bajo. Agregar la cebolla cortada bien chiquita. Ni bien transparente, poner la calabaza pelada y cortada en cubos pequeños. Cocinar unos minutos. Agregar el vino blanco y dejar cocinando hasta que se evapore el alcohol. Luego, agregar el arroz. Saltear unos minutos, mientras vamos mezclando con cucharón de madera y luego, de a poco, ir echando el caldo (un cucharón por vez, hasta que se evapore, luego otro cucharón, y así, ya saben todos). A los veinte minutos aproximadamente el arroz estará listo y la cabaza deshecha. El arroz tiene que quedar bien caldoso. Apagar el fuego, agregar sal, pimienta, manteca y queso paremesano. Tapar la olla y dejar estacionar unos minutos. Al momento de servir, podemos agregar por encima salvia o romero.

Tampoco de nada vale hacer un esfuerzo por cerrar prolijamente este post. Con tremenda fábula que encontré, me despido.

Extraida de la Revista e-Kuóreo

Otra vez "Le Corbeau et le Renard" 
De Álvaro Yunque  
  
El cuervo, subido a un árbol, estaba no con un queso según dice la fábula clásica, sí con un sangriento pedazo de carne en el corvo pico. Llegó el zorro. El olor lo hizo levantar la cabeza, vio al cuervo banqueteándose, y rompió a hablar:
—¡Oh hermoso cuervo! ¡Qué plumaje el tuyo! ¡Qué lustre! ¿No cantas, cuervo? ¡Si tu voz es tan bella como tu reluciente plumaje, serás el más magnífico de los pájaros! ¡Canta, hermoso cuervo!
El cuervo se apresuró a tragar la carne, y dijo al zorro:
—He leído a La Fontaine.

Nota: para los que no entendieron el final, paso aviso: La Fontaine escribió aproximadamente unas doscientas cuarenta fábulas, muchas de las cuales sirvieron a las abuelas de antaño para torturar a sus queridos nietos. Entre esas famosas fábulas se encuentra "Le Courbeau et le Renard" (en español, "El cuervo y el Zorro"), cuya moraleja, como era de esperarse, es de moral desgraciada.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Hummus de remolacha y garbanzos


En general, no soy de las que atienden el teléfono fijo de la casa. Como no tengo identificador de llamadas, antes de atender, acudo a la intuición. Por el día, horario o fecha, más o menos sé quien puede estar llamando. Si el teléfono suena a la mañana temprano, son los de Telefónica. Si suena un sábado al mediodía, es el llamado de un estudio jurídico que busca con insistencia a una tal Amalia que,–según me contó la operadora en las épocas que yo atendía- sacó un crédito para comprar muchos electrodomésticos y luego se dio a la fuga. Cercana a la fecha de elecciones, hacia las siete de la tarde, llaman los políticos; son estas voces grabadas que empiezan diciendo “hola, no me corte”. Los domingos, alrededor de las seis, suele llamar una tía que busca a un sobrino que tiene un número igual al mío, excepto por el número del medio. La tía esta, que sufre de cataratas, me contó que su sobrino nunca la llama y que necesita desesperadamente pedirle un favor. Una vez me ofrecí a llamarlo yo misma y le pedí el número correcto, pero la señora hizo un largo silencio, soltó un triste suspiro y luego, me cortó. Sospeché entonces que ese sobrino no existía y, con cierta congoja, también dejé de atender los llamados de los domingos a la tarde. 
Pongo en pausa esta conversación y la retomo al final.

A la cocina: esta receta es de mi amiga Juana de La cocina de Babel. Le hice un par de variaciones mínimas, aunque ustedes pueden clickear sobre Hummus de garbanzos y remolachas y leer la receta original.


Ingredientes:
1 taza de garbanzos cocidos.
2 remolachas grandes cocidas
Jugo de medio limón
1 diente de ajo
5 cucharadas de aceite de oliva
Sal, comino y pimentón dulce.
1 cucharada de tahina (si tienen)
Procedimiento:
Llevar a minipimmer o licuadora los garbanzos (sin nada de agua), las remolachas cocidas, peladas y cortadas en cubos, el diente de ajo (sin lo verde del medio), el jugo de limón y, si tienen, un poquito de tahina. Salar y agregar el comino y el pimentón. Procesar un par de minutos, hasta conseguir una pasta consistente. Rociar con sésamo y un poco más de aceite de oliva. Y ya. Muy fácil. Muy deliciosa. Muy colorida. Y muy alegre, como todo lo que postea Juana.

Retomo el tema del teléfono. Como decía, para atender el teléfono fijo de casa, me manejo con la intuición. Sin embargo, hay ciertas llamadas que me son imposibles de adivinar. Las que suenan entre las diez y las doce de la noche son siempre muy misteriosas, yo las atiendo con cierto temor pero también con mucha curiosidad. Ahora, justamente, son las diez de la noche y suena el teléfono. Así que los tengo que dejar.  

El que jadea
De Juan José Millás
(extraído de Documenta Mínima)

Descolgué el teléfono y escuché un jadeo venéreo otro lado de la línea.
—¿Quién es? –pregunté.
—Yo soy el que jadea –respondió una voz neutra, quizá algo cansada.
Colgué, perplejo, y apareció mi mujer en la puerta del salón.
—¿Quién era?
—El que jadea —dije.
— Habérmelo pasado.
—¿Para qué?
—No sé, me da pena. Para que se aliviara un poco.
Continué leyendo el periódico y al poco volvió a sonar el aparato. Dejé que mi mujer se adelantara y sin despegar los ojos de las noticias de internacional, como si estuviera interesado en la alta política, la oí hablar con el psicópata.
—No te importe —decía— todo lo que quieras, hijo. A mi no me das miedo. Si la gente fuera como tú, el mundo iría mejor. Al fin y al cabo, no matas, no atracas, no desfalcas. Y encima le das a ganar unas pesetas a la Telefónica. Otra cosa es que jadearas a costa del receptor. La semana pasada telefoneó un jadeador desde Nueva York a cobro revertido. Le dije que a cobro revertido le jadeara a su madre, hasta ahí podíamos llegar. Por cierto, que Madrid ya no tiene nada que envidiar a las grandes capitales del mundo en cuestión de jadeadores. Tú mismo eres tan profesional como uno americano. Enhorabuena, hijo.
A continuación escuchó un poco sofocada dos o tres tandas de jadeos, y colgó con naturalidad. Yo intenté reprimirme, creo que cada uno puede hacer lo que le dé la gana, pero no pude. Me salió la bestia autoritaria que llevo dentro.
—No me parece muy edificante la conversación que has tenido con ese degenerado, la verdad.
Ella se asomó a la página de mi periódico y al ver las fotos de las amantes de Clinton por orden alfabético respondió que un lector de pornografía barata no era quién para meterse con un pobre jadeador que vivía con su madre paralítica, y cuyo único desahogo sexual era el jadeo telefónico.
Me mordí la lengua para no discutir, porque era sábado y quería empezar bien el fin de semana. Pero el domingo, mientras mi mujer estaba en misa, telefoneó de nuevo el jadeador y le mandé a la mierda.
—Se lo voy a contar a tu mujer —respondió en tono de amenaza—. Le voy a decir cómo tratas tú a la gente educada y te vas a enterar de lo que vale un peine.
—Tampoco es para ponerse así —dije dando marcha atrás, no tenía ganas de líos domésticos—. Es que me has cogido en un mal momento. Discúlpame.
—Está bien, está bien. ¿Y tu mujer?
—Se ha ido a misa.
—Dile que luego la llamo.
Me quedé un rato pensativo. Desde pequeño, siempre había deseado jadear por teléfono, pero mis padres decían que era una cosa de enfermos mentales. Me he perdido lo mejor de la vida por escrúpulos morales, o por prejuicios culturales, no sé. Pero al ver aquella relación tan sana entre mi mujer y el jadeador pensé que no podía ser malo. Así que marqué un número al azar y me puse a jadear como un loco, intentando recuperar los años perdidos.
—¿Quién es? —preguntó con cierta alarma una mujer cuya voz me resultó familiar.
—Soy el jadeador —dije con naturalidad.
—Espere, que le paso a mi marido.
El marido resultó ser mi padre, nos reconocimos enseguida: inconscientemente, había marcado su número. Me dijo que ya sabían los dos que acabaría así y colgó. Luego llamaron a mi mujer y le contaron todo. Ella dice que quiere abandonarme, por psicópata, y me ha pedido que le firme unos papeles.
—Jadear a tu propia madre. ¿Dónde se ha visto eso?
Nunca acierto, sobre todo cuando imito a los demás para ponerme al día. Total, que ahora ya no puedo dejar de jadear, pero de angustia, aunque mis padres creen que lo hago por vicio.

viernes, 28 de octubre de 2011

Arroz con calamares, marca registrada


 

Advertencia: este es uno de los habituales posts en donde la entrada explota de bytes. Si el bloggero lector no tiene tiempo, sugiero pasar de largo. Si a pesar de la advertencia, el lector bloggero igual se quiere quedar, tenga paciencia. Hoy me levanté con ganas de escribir.

Ahora sí: El día que murió Steve Jobs, yo no tenía idea de quién era ese hombre. Me enteré porque muchos colegas ponían, por foto de perfil, la imagen de la manzanita. Facebook ardía con la noticia: el creador de Mac ha muerto.
Llegué pronto a un video muy emotivo en donde Jobs hablaba sobre "conectar los puntos" del pasado. Lo que entendí es que sugería que todo lo que uno aprendió en la vida podía reunirse en el presente, viniendo a significar esto, la clave del éxito. Me conmoví con su discurso y sentí una especie de iluminación. Pero, con el correr de los días, caí en la cuenta que la luz que el yotube enciende, pronto se apaga. A partir de entonces, empecé a preguntarme si realmente estas teorías funcionaban en la realidad. O es el corazón mudo, o es que los puntos se repelen, o la voz interior es un carromato o es que con las habilidades por sí solas, no alcanza.
Por poner un ejemplo, voy a poner el mío. En mi niñez aprendí teoría, solfeo y punteo de guitarra criolla, flauta dulce, quena; taquigrafía, mecanografía, cerámica, samba y folklore; hice manualidades, anduve entre los boy socuts, hice de negra en las fiestas patrias y hasta tomé cursos de corte y confección. A los trece años ahí estaba yo, en la puerta del secundario, cargando con todo mi equipaje intelectual. Lo recuerdo muy bien. Fue un día terrible. Pisé la escuela con un vestuario tan rústicamente hecho con mis propias manos, con una cartuchera tan mal pintada con mis propios dedos, que me gané un apodo bastante infeliz que no quisiera repetir. Desde luego, ese día aprendí que para algunas cosas, mejor seguir a la masa.


Volviendo al presente, que es el lugar desde donde escribo, todavía hoy me sigo preguntando por qué hacen tanto efecto las palabras de Jobs, si en el fondo todos sabemos que son mentira. No sé si es suerte, estrella, destino, pero la vida es muy distinta para cada uno de nosotros.
Para no dejar sembrado el gusto pesimista de las cosas, quisiera decir que yo sí he contado suerte en la vida.  Una, dos, tres de ellas, el espacio para pasar recetas. Porque a eso también venía:

Ingredientes (para dos o tres existencialistas)
2 tazas de arroz blanco del que tengan
5 cucharadas de aceite de oliva del que tengan
1 cebolla grande de la que tengan
1 diente de ajo del que tengan
1 pimiento morrón rojo del que tengan
1 lata de calamares o 1 tazas de calamares hechos en casa, si es que pueden con ellos
1 lata de tomates peritas pelados, de la que tengan
Un poco de vino blanco seco de la marca que sea
Sal, pimienta, pimentón dulce, pimentón picante (yo le puse también una pizca de chile, para darle power, porque es lo que tenía)

Donde se concentran los sabores:
Calentar el aceite de oliva, freír el ajo y la cebolla bien picados o pisoteados. Luego agregar el pimiento morrón cortado bien chiquito. Salar, pimentar, agregar pimentón dulce y picante. Agregar un poco de vino blanco. Cuando evapore, agregar la lata de tomates pisados y, por último, los calamares (si son de lata, ya vienen cocidos).
En olla aparte, cocer arroz. Cuando esté cocido, lo colamos y lo metemos en moldecitos. Luego los desmoldamos y echamos por encima la salsa de calamares. Un plato muy popular pero no por ello menos personal.

Yo se que los que tienen Iphone y Ipad me estarán odiando. Tal vez también se enoje por esto que digo Steve Jobs (por allá por donde se encuentre, quizá atascado en la net). Así que en algo he de redimirlo. Esa parte de la "marca personal", la compro. No puedo usar la manzana porque Mac me demandaría. Pero sí esta insignia que armé con la cabeza de un ají morrón que ven en la foto. Porque tal vez sí, tal vez todo termine resultando como dice Jobs. Quien dice que mañana no se contacte conmigo algún gerente de Knorr Suiza o Arroz Gallo Oro para pedirme que escriba recetas de cocina para las tapas posteriores de sus cajas. Y si esto sucediera, entonces sí, me diría "qué suerte (perra) la mía". Y también diría, muchachos, vayan agrandando la caja.
Hoy no hay cuento.
Muchas gracias a los que aguantaron hasta acá. Y a los que aguantan más allá, también.
Hoy es viernes y llueve. Desde septiembre, todos los viernes llueve.

sábado, 22 de octubre de 2011

Pasta de tomates y queso


Esta es una microintroducción:
Hola. Hoy es sábado y llueve. Desde septiembre, todos los sábados llueve.
Esta es una microrreceta:
100 grs. tomates secos, pimentón, 1 diente de ajo, aceite de oliva, queso tipo philadelphia, sal y pimienta. 
Hidratar los tomates en agua hirviendo. Escurrir. Meter todo en un vaso de minippimer o licuadora, y zzZZZg.
Esto, un microfinal:
Chiau.
Y, "si todo es como parece", esto es microficción:
Microrrelato de Fabián Vique.
Microvideo de: no sé (pero, ¡felicitaciones!).

sábado, 15 de octubre de 2011

Brochetas de pollo empanadas


Hay veces en que la tranquilidad no puede ser el resultado de la reflexión. 
Debe nacer del alma.

Eso dice el amigo invitado de la casa, Lucio V. Mansilla, en Una excursión a los indios ranqueles. La cita me viene como anillo al dedo porque, después de una semana de ver gente dejando estelas por la calle, levantando viento en los pasillos del subte, jugar la pulseada diaria contra el reloj y, sobre todo, después de una semana de oír que por favor llegue el fin de semana, veo cómo esa misma gente, o esta misma persona, se levanta el sábado -el primer día de descanso, según el optimista- y ya en su casa, rodeada de  amable luz y respetable silencio, calle tranquila, cortinas moviéndose al son del viento de primavera, no tiene mejor idea que encender la radio, la televisión, la computadora, el lavarropas y hasta intercambiar opiniones poco amables con el gato.
- ¿Y ahora, qué mierda le pasa a la yogurtera?
- Miauuu, miauuuu.
¡Por qué nos cuesta tanto acostumbrarnos al ocio! Pienso, mientras reflexiono, que ciertamente, la tranquilidad debe nacer del alma. Y si no nace, hay que plantarla.

La receta original  se llama "pollo-no-frito" y es de la bloggera y amiga chilena Pamela. Esta versión que les paso, es más rápida que la original, porque así estoy.

Para 6 brochettes
2 pechugas de pollo cortadas en cubos
1 1/2 taza de pan rallado
1 cucharadita de ajo en polvo
1/2 cucharadita de pimentón
Sal y pimienta
Tomillo, orégano o albahaca
1 yogurt natural
Aceite de oliva.

Preparación.
Marinar el pollo con sal, orégano, pimentón, pimienta, albahaca (o tomillo u orégano) y ajo en polvo por un rato. Pasar los trozos de pechuga por el yogurt y luego, por pan rallado (milanesas, digamos). Guardamos en la heladera hasta el momento de cocción. Pamela dice, en su receta, que para que el pollo quede crocante, debe estar lo más helado posible (por la foto verán que no le hice caso). Llevar a una placa aceitada y meter en horno o grill por media hora.
Una salsa que le puede quedar genial es la de "Labna con chile verde y granada". Pueden consultar la receta en el blog de Tito y Juana. Cuando sea un poco más excéntrica, prometo, la voy a hacer.

Y, como dice Mansilla, la paciencia es una virtud que conviene ejercitar en las pequeñas cosas. Estas pequeñas cosas, en mi caso, están en la cocina y en los libros. Así que me despido con otro de los hits del Mallmann de nuestra literatura nacional:

"¡Cuánto cuesta a veces cumplir las pequeñeces!
Es por eso que el hombre debe ser observado y juzgado por sus obras chicas, no por sus obras grandes."

Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles, 1870.

domingo, 9 de octubre de 2011

Masitas de canela y muchas otras cosas más


Fin de semana largo. Sábado de mucha lluvia y mucha y merecida siesta. Domingo de mucho viento y mucho reacomodamiento de nubes. Muchas estaciones, mucho viaje, muchas páginas pasadas de un libro magistral. Mucho mate, mucho descanso, muchas medias lunas, mucha luna llena y muy pocas las ganas de seguirlos atosigando con las muchas palabras que suelo usar para la introducción. Así que ya mismo, con muchas ganas, a la receta:

Ingredientes (para muchas galletitas):
2 tazas de avena fina
1 1/2 taza de harina común
1/3 taza de azúcar negra
1/3 taza de azúcar blanca
1/2 cucharadita de sal
1/2 cucharadita de polvo de hornear
100 grs. de manteca
1 huevo
Canela, ralladura de limón y pasas de uva

Preparación:
Mezclar la harina, la avena, la sal, canela, polvo de hornear, ralladura de limón y las pasas de uva. En otro bol, mezclar la manteca con el azúcar blanca y el azúcar negra. Agregar el huevo y mezclar. Integrar las dos preparaciones, mezclando bien con un tenedor, hasta obtener una masa homogénea. Estirar la masa con palote, envolver en papel film y guardar en la heladera. Mientras tanto, precalentar el horno. Enmantecar y enharinar una placa. Sacar la masa de la heladera, volver a estirar con palote y recortar en círculos con la ayuda de un moldecito redondo o con la boca de una copa o vaso chiquito, haciendo un pequeño círculo en el centro. Llevar a la placa y hornear por 15 minutos aproximadamente. Dejar enfriar.

Que tengan mucha suerte. Muy felices días. Y muy buenas noches. Me muy despido con un maravilloso fragmento del olvidado y tan-grande-y-muy-mucho escritor. 

Fragmento de "Una excursión a los indios ranqueles" (1870), de Lucio V. Mansilla:

Bustos, que no se separaba de mi lado, volvió a decirme:
-No tenga miedo, amigo.
Le contesté, con tono áspero y fuerte:
-Usted me está fastidiando con su: No tenga miedo, amigo –y echando un voto cambrónico, agregué-: Dígame eso cuando me vea pálido.


viernes, 30 de septiembre de 2011

Quiche de queso y brocoli


¡Feliz primavera para todos los del Sur! ¡Feliz otoño para los del Norte! Tarde para saludar, pero con las mejores intenciones.
Durante estos últimos días estuve trabajando como hormiga, intentando entender la parábola del trabajador solidario, humilde y productivo. ¿Será que hay moraleja? Mientras reflexiono, paso la receta y, más luego, un simbólico cuento:

Masa de quiche:
2 tazas harina
1 cucharadita de  azúcar
150 gramos de manteca
100 cc de agua fría (o leche)
Sal y pimienta
En un bol, mezclar la harina con la manteca y la sal. La manteca tiene que estar fría, así que para que se junte con la masa tenemos que irla cortando en pedacitos con la ayuda de un cuchillo y luego un tenedor. Agregar el agua helada y seguir mezclando. Amasar con las manos hasta conseguir una masa homogénea. Guardar el bollo en la heladera durante un rato.
Si vamos a hacer pequeñas tarteletas, dividir la masa en varios bollitos. Estirar cada uno de ellos y meter en un molde individual. Estirar y con la masa cubrir los costados.
Pinchar la masa con un tenedor.
Relleno: 
Brócoli cocido y escurrido (bastante)
2 huevos
1 cebolla salteada
250 grs.  de queso crema (o crema batido)
250 gramos de queso (alguno salado)
Sal, pimienta y nuez moscada.
Saltear la cebolla. Cuando esté dorada, agregar el brócoli cortado en cubos. Cocinar unos minutos y apagar el fuego. Cuando esté tibio o frío, agregar los huevos batidos, el queso y la crema y condimentar con sal, pimienta y nuez moscada.
Rellenar las tarteletas y llevar al horno por 15 o 20 minutos.

Para las hormigas, moralejas siempre hay. Gracias a la sugerencia de Fernando Terreno del blog La pulpera, hoy puedo dejarles una. Para ustedes, trabajadores humildes, solidarios, laboriosos... y para mí!

Un día las hormigas, pueblo progresista, inventan el vegetal artificial. Es una papilla fría y con sabor a hojalata. Pero al menos las releva de la necesidad de salir fuera de los hormigueros en procura de vegetales naturales. Así se salvan del fuego, del veneno, de las nubes insecticidas. Como el número de las hormigas es una cifra que tiende constantemente a crecer, al cabo de un tiempo hay tantas hormigas bajo tierra que es preciso ampliar los hormigueros. Las galerías se expanden, se entrecruzan, terminan por confundirse en un solo Gran Hormiguero bajo la dirección de una sola Gran Hormiga. Por las dudas, las salidas al exterior son tapiadas a cal y canto. Se suceden las generaciones. Como nunca han franqueado los límites del Gran Hormiguero, incurren en el error de lógica de indentificarlo con el Gran Universo. Pero cierta vez una hormiga se extravía por unos corredores en ruinas, distingue una luz lejana, unos destellos, se aproxima y descubre una boca de salida cuya clausura se ha desmoronado. Con el corazón palpitante, la hormiga sale a la superficie de la tierra. Ve una mañana. Ve un jardín. Ve tallos, hojas, yemas, brotes, pétalos, estambres, rocío. Ve una rosa amarilla. Todos sus instintos despiertan bruscamente. Se abalanza sobre las plantas y empieza a talar, a cortar y a comer. Se da un atracón. Después, relamiéndose, decide volver al Gran Hormiguero con la noticia. Busca a sus hermanas, trata de explicarles lo que ha visto, grita: "Arriba... luz... jardín... hojas... verde... flores..." Las demás hormigas no comprenden una sola palabra de aquel lenguaje delirante, creen que la hormiga ha enloquecido y la matan.

(Escrito por Pavel Vodnik un día antes de suicidarse. El texto de la fábula apareció en el número 12 de la revista Szpilki y le valió a su director, Jerzy Kott, una multa de cien znacks.) 

domingo, 18 de septiembre de 2011

Focaccia express


Ayer a la noche tenía ganas de hacer pizzas. Fui a hacer las compras a un almacén nuevo que pusieron frente a casa. Todavía lo están armando, no terminaron de poner los estantes y hay que pedirle todo al cajero. El señor que atiende me cae muy bien. Es muy amable y simpático. No habla español, pero pone voluntad para comunicarse. Le pedí levadura de cerveza. Me trajo una Heineken (bien fría). Le pedí medio kilo de mozzarella y me dio una bolsa de magdalenas (¡rellenas!). Le pedí una lata de tomates pelados enteros peritas y me trajo un yogurt semi-descremado con cereales muslik. Soy un caso, teniendo el dedo índice en la mano, podía haber colaborado. Mientras volvía a casa, y antes de que me asaltara el sentimiento de frustración, recordé el famoso refrán que dice, "a la larga, todo se arregla". Con harina leudante, no sólo se pueden hacer pizzas, sino también focaccias. "De noche todos los gatos son negros".

Ingredientes:
1/4 kilo de harina leudante
1/2 taza de aceite de oliva
1/2 taza de agua tibia
Romero fresco
Tomates cherry
Sal y pimienta

Procedimiento:
¿Para qué lo voy a pasar? Si nadie lo lee :)

Yo pienso, cómo cuesta comunicarse entre personas que hablan en distinto idioma. Y también, cómo cuesta comunicarse entre personas que hablan el mismo.
Desde Revista latinoamericana de minicuento,

COMUNICACIÓN
De Pablo Urbanyi

Él y ella. Los encontramos sentados en los dos extremos de un sofá de tres plazas. Él la observa con un poco de temor. Por fin se anima a hablar:
Él: Parece que estás de mal humor, ¿qué te pasa?
Ella: No me pasa nada. Y te ruego que no hagas suposiciones sobre mí.
Breve pausa:
Él: ¿Es por algo que dije?
Ella: No.
Él: ¿Es por algo que no dije?
Ella: No.
Él: ¿Es por algo que hice?
Ella: No.
Él: ¿Es por algo que no hice?
Ella: No.
Una pausa más larga. Toma aire y remarcando con claridad las palabras:
Él: ¿Es por algo que yo dije casualmente con relación a algo que hice y que no debí haber hecho ni dicho, o, por lo menos debería haberlo hecho y dicho de otra manera y tomando en cuenta tus sentimientos?
Ella: Algo así. Pero basta, no insistas.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Brochette de lomo y ciruelas en salsa de mostaza


Hoy encontré un cuento (el que posteo debajo) que me resultó muy familiar. Hace algunos años, en el piso de arriba de mi casa, vivía un abogado que se iba a dormir todas las noches a  las 12 y media clavadas. Como, en general, en la semana yo me voy a dormir un rato antes, solía escuchar su rutina. El abogado se sentaba en la cama y se sacaba un zapato. A los treinta segundos, el otro. Un minuto después, caía en el piso un cinturón de hebilla pesada. Hasta que no escuchaba el último crujir de las patas de su cama, no podía dormirme. Era un rito tranquilizador, que me ayudaba a conciliar el sueño. Pero, hace cosa de un año, el abogado se mudó. Su casa fue ocupada por una pareja de lo más extraña. Nunca se van a dormir a la misma hora. Tampoco se sabe qué tipo de zapatos usan. Algunas veces se oye un perro encerrado en el placard. Otras, una valija pesada que se arrastra. Los fines de semana son alarmantes. Pareciera que se van a dormir no dos, sinó tres... y, a veces, hasta cuatro. Toda esta situación me desvela. Me levanto de mal humor, cansada, con ganas de subir al piso de arriba y ponerle los puntos a los dos, a los tres, a los cuatro que viven ahi adentro. Es feo ser insomne por culpa de personas que una ni siquiera conoce. Pero más feo aún, encontrarme en este momento, somnolienta, malhumorada, escribiendo pavadas. Así que mejor, voy a la receta:

Ingredientes (para 2 brochettes)
250 gramos de lomo cortado en cubos
1 cebolla blanca
100 gramos de panceta
10 ciruelas pasas descarozadas
Mostaza
Salsa de soja (o vino tinto)
Sal y pimienta

Procedimiento:
Cortar el lomo en cubos. Macerar con salsa de soja y pimienta. Cortar la cebolla en trozos, también la panceta. Descarozar las ciruelas. Armar las brochettes como de costumbre. Un pedacito de cada cosa, apretando bien para que las cosas se junten. Llevar a plancha para churrascos, o a horno, parilla o incluso sartén aceitada. Sellar. Preparar una salsa con vino (o salsa de soja), mostaza, sal y pimienta. A medida que la carne se va cocinando, ir bañando las brochettes con la salsa.

Como les dije en la introducción, este fue el cuento que despertó los recuerdos de mis anéctotas nocturnas con el abogado de arriba. Los dejo en compañía de un maravilloso cuento. Espero que lo disfruten y también, cómo no, que sueñen con los angelitos.

Extraído de: Narrativa Breve

UNA NOCHE EN UN HOTEL, de Slawomir Mrozek
Estaba a punto de dormirme cuando detrás de la pared se dejó oír un fuerte golpe.
"Ya está, ahora empezará aquello -pensé-. Será igual que en aquella famosa anécdota. El vecino se quitó un zapato y lo dejó caer al suelo. Ahora no podré dormir hasta que se quite el otro y vete a saber cuánto rato tendré que esperar a que lo haga".
Así que cuál no sería mi alivio cuando enseguida se dejó oír el segundo golpe.
Me estaba durmiendo de nuevo cuando detrás de la pared sonó un tercer estrépito que me quitó el sueño.
Eso sí que no me lo esperaba. ¿Acaso mi vecino tenía tres piernas? Imposible. ¿Había vuelto a ponerse un zapato y se lo había quitado de nuevo? Poco probable. Así que, por lo visto, tenía dos vecinos.
Y comenzó mi tormento,justo como lo había previsto. Lo único que me permitía resistir era la esperanza de que de un momento a otro tenía que quitarse el otro zapato. Sin embargo, la noche transcurría y el segundo, es decir, el cuarto ruido no llegaba.
No pegué ojo en toda la noche y por la mañana bajé a desayunar totalmente agotado. Encontré a mi vecino. Busqué con la mirada al otro, pero no estaba, sólo había uno. Ese otro seguramente se había dormido hecho una cuba y continuaba durmiendo con un zapato puesto.
-¿Tiene ratones en su habitación? -inquirió mi vecino-. Porque yo sí los tengo. Hacían tanto ruido que tuve que tirarles un zapato para que pararan.
A partir de entonces dejé de pensar con lógica. Un estúpido ratón tiene más poder que toda la lógica junta, y la lógica sólo provoca insomnio.

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