viernes, 30 de septiembre de 2011

Quiche de queso y brocoli


¡Feliz primavera para todos los del Sur! ¡Feliz otoño para los del Norte! Tarde para saludar, pero con las mejores intenciones.
Durante estos últimos días estuve trabajando como hormiga, intentando entender la parábola del trabajador solidario, humilde y productivo. ¿Será que hay moraleja? Mientras reflexiono, paso la receta y, más luego, un simbólico cuento:

Masa de quiche:
2 tazas harina
1 cucharadita de  azúcar
150 gramos de manteca
100 cc de agua fría (o leche)
Sal y pimienta
En un bol, mezclar la harina con la manteca y la sal. La manteca tiene que estar fría, así que para que se junte con la masa tenemos que irla cortando en pedacitos con la ayuda de un cuchillo y luego un tenedor. Agregar el agua helada y seguir mezclando. Amasar con las manos hasta conseguir una masa homogénea. Guardar el bollo en la heladera durante un rato.
Si vamos a hacer pequeñas tarteletas, dividir la masa en varios bollitos. Estirar cada uno de ellos y meter en un molde individual. Estirar y con la masa cubrir los costados.
Pinchar la masa con un tenedor.
Relleno: 
Brócoli cocido y escurrido (bastante)
2 huevos
1 cebolla salteada
250 grs.  de queso crema (o crema batido)
250 gramos de queso (alguno salado)
Sal, pimienta y nuez moscada.
Saltear la cebolla. Cuando esté dorada, agregar el brócoli cortado en cubos. Cocinar unos minutos y apagar el fuego. Cuando esté tibio o frío, agregar los huevos batidos, el queso y la crema y condimentar con sal, pimienta y nuez moscada.
Rellenar las tarteletas y llevar al horno por 15 o 20 minutos.

Para las hormigas, moralejas siempre hay. Gracias a la sugerencia de Fernando Terreno del blog La pulpera, hoy puedo dejarles una. Para ustedes, trabajadores humildes, solidarios, laboriosos... y para mí!

Un día las hormigas, pueblo progresista, inventan el vegetal artificial. Es una papilla fría y con sabor a hojalata. Pero al menos las releva de la necesidad de salir fuera de los hormigueros en procura de vegetales naturales. Así se salvan del fuego, del veneno, de las nubes insecticidas. Como el número de las hormigas es una cifra que tiende constantemente a crecer, al cabo de un tiempo hay tantas hormigas bajo tierra que es preciso ampliar los hormigueros. Las galerías se expanden, se entrecruzan, terminan por confundirse en un solo Gran Hormiguero bajo la dirección de una sola Gran Hormiga. Por las dudas, las salidas al exterior son tapiadas a cal y canto. Se suceden las generaciones. Como nunca han franqueado los límites del Gran Hormiguero, incurren en el error de lógica de indentificarlo con el Gran Universo. Pero cierta vez una hormiga se extravía por unos corredores en ruinas, distingue una luz lejana, unos destellos, se aproxima y descubre una boca de salida cuya clausura se ha desmoronado. Con el corazón palpitante, la hormiga sale a la superficie de la tierra. Ve una mañana. Ve un jardín. Ve tallos, hojas, yemas, brotes, pétalos, estambres, rocío. Ve una rosa amarilla. Todos sus instintos despiertan bruscamente. Se abalanza sobre las plantas y empieza a talar, a cortar y a comer. Se da un atracón. Después, relamiéndose, decide volver al Gran Hormiguero con la noticia. Busca a sus hermanas, trata de explicarles lo que ha visto, grita: "Arriba... luz... jardín... hojas... verde... flores..." Las demás hormigas no comprenden una sola palabra de aquel lenguaje delirante, creen que la hormiga ha enloquecido y la matan.

(Escrito por Pavel Vodnik un día antes de suicidarse. El texto de la fábula apareció en el número 12 de la revista Szpilki y le valió a su director, Jerzy Kott, una multa de cien znacks.) 

domingo, 18 de septiembre de 2011

Focaccia express


Ayer a la noche tenía ganas de hacer pizzas. Fui a hacer las compras a un almacén nuevo que pusieron frente a casa. Todavía lo están armando, no terminaron de poner los estantes y hay que pedirle todo al cajero. El señor que atiende me cae muy bien. Es muy amable y simpático. No habla español, pero pone voluntad para comunicarse. Le pedí levadura de cerveza. Me trajo una Heineken (bien fría). Le pedí medio kilo de mozzarella y me dio una bolsa de magdalenas (¡rellenas!). Le pedí una lata de tomates pelados enteros peritas y me trajo un yogurt semi-descremado con cereales muslik. Soy un caso, teniendo el dedo índice en la mano, podía haber colaborado. Mientras volvía a casa, y antes de que me asaltara el sentimiento de frustración, recordé el famoso refrán que dice, "a la larga, todo se arregla". Con harina leudante, no sólo se pueden hacer pizzas, sino también focaccias. "De noche todos los gatos son negros".

Ingredientes:
1/4 kilo de harina leudante
1/2 taza de aceite de oliva
1/2 taza de agua tibia
Romero fresco
Tomates cherry
Sal y pimienta

Procedimiento:
¿Para qué lo voy a pasar? Si nadie lo lee :)

Yo pienso, cómo cuesta comunicarse entre personas que hablan en distinto idioma. Y también, cómo cuesta comunicarse entre personas que hablan el mismo.
Desde Revista latinoamericana de minicuento,

COMUNICACIÓN
De Pablo Urbanyi

Él y ella. Los encontramos sentados en los dos extremos de un sofá de tres plazas. Él la observa con un poco de temor. Por fin se anima a hablar:
Él: Parece que estás de mal humor, ¿qué te pasa?
Ella: No me pasa nada. Y te ruego que no hagas suposiciones sobre mí.
Breve pausa:
Él: ¿Es por algo que dije?
Ella: No.
Él: ¿Es por algo que no dije?
Ella: No.
Él: ¿Es por algo que hice?
Ella: No.
Él: ¿Es por algo que no hice?
Ella: No.
Una pausa más larga. Toma aire y remarcando con claridad las palabras:
Él: ¿Es por algo que yo dije casualmente con relación a algo que hice y que no debí haber hecho ni dicho, o, por lo menos debería haberlo hecho y dicho de otra manera y tomando en cuenta tus sentimientos?
Ella: Algo así. Pero basta, no insistas.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Brochette de lomo y ciruelas en salsa de mostaza


Hoy encontré un cuento (el que posteo debajo) que me resultó muy familiar. Hace algunos años, en el piso de arriba de mi casa, vivía un abogado que se iba a dormir todas las noches a  las 12 y media clavadas. Como, en general, en la semana yo me voy a dormir un rato antes, solía escuchar su rutina. El abogado se sentaba en la cama y se sacaba un zapato. A los treinta segundos, el otro. Un minuto después, caía en el piso un cinturón de hebilla pesada. Hasta que no escuchaba el último crujir de las patas de su cama, no podía dormirme. Era un rito tranquilizador, que me ayudaba a conciliar el sueño. Pero, hace cosa de un año, el abogado se mudó. Su casa fue ocupada por una pareja de lo más extraña. Nunca se van a dormir a la misma hora. Tampoco se sabe qué tipo de zapatos usan. Algunas veces se oye un perro encerrado en el placard. Otras, una valija pesada que se arrastra. Los fines de semana son alarmantes. Pareciera que se van a dormir no dos, sinó tres... y, a veces, hasta cuatro. Toda esta situación me desvela. Me levanto de mal humor, cansada, con ganas de subir al piso de arriba y ponerle los puntos a los dos, a los tres, a los cuatro que viven ahi adentro. Es feo ser insomne por culpa de personas que una ni siquiera conoce. Pero más feo aún, encontrarme en este momento, somnolienta, malhumorada, escribiendo pavadas. Así que mejor, voy a la receta:

Ingredientes (para 2 brochettes)
250 gramos de lomo cortado en cubos
1 cebolla blanca
100 gramos de panceta
10 ciruelas pasas descarozadas
Mostaza
Salsa de soja (o vino tinto)
Sal y pimienta

Procedimiento:
Cortar el lomo en cubos. Macerar con salsa de soja y pimienta. Cortar la cebolla en trozos, también la panceta. Descarozar las ciruelas. Armar las brochettes como de costumbre. Un pedacito de cada cosa, apretando bien para que las cosas se junten. Llevar a plancha para churrascos, o a horno, parilla o incluso sartén aceitada. Sellar. Preparar una salsa con vino (o salsa de soja), mostaza, sal y pimienta. A medida que la carne se va cocinando, ir bañando las brochettes con la salsa.

Como les dije en la introducción, este fue el cuento que despertó los recuerdos de mis anéctotas nocturnas con el abogado de arriba. Los dejo en compañía de un maravilloso cuento. Espero que lo disfruten y también, cómo no, que sueñen con los angelitos.

Extraído de: Narrativa Breve

UNA NOCHE EN UN HOTEL, de Slawomir Mrozek
Estaba a punto de dormirme cuando detrás de la pared se dejó oír un fuerte golpe.
"Ya está, ahora empezará aquello -pensé-. Será igual que en aquella famosa anécdota. El vecino se quitó un zapato y lo dejó caer al suelo. Ahora no podré dormir hasta que se quite el otro y vete a saber cuánto rato tendré que esperar a que lo haga".
Así que cuál no sería mi alivio cuando enseguida se dejó oír el segundo golpe.
Me estaba durmiendo de nuevo cuando detrás de la pared sonó un tercer estrépito que me quitó el sueño.
Eso sí que no me lo esperaba. ¿Acaso mi vecino tenía tres piernas? Imposible. ¿Había vuelto a ponerse un zapato y se lo había quitado de nuevo? Poco probable. Así que, por lo visto, tenía dos vecinos.
Y comenzó mi tormento,justo como lo había previsto. Lo único que me permitía resistir era la esperanza de que de un momento a otro tenía que quitarse el otro zapato. Sin embargo, la noche transcurría y el segundo, es decir, el cuarto ruido no llegaba.
No pegué ojo en toda la noche y por la mañana bajé a desayunar totalmente agotado. Encontré a mi vecino. Busqué con la mirada al otro, pero no estaba, sólo había uno. Ese otro seguramente se había dormido hecho una cuba y continuaba durmiendo con un zapato puesto.
-¿Tiene ratones en su habitación? -inquirió mi vecino-. Porque yo sí los tengo. Hacían tanto ruido que tuve que tirarles un zapato para que pararan.
A partir de entonces dejé de pensar con lógica. Un estúpido ratón tiene más poder que toda la lógica junta, y la lógica sólo provoca insomnio.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Sopa de zapallo estilo thai


Con las huellas digitales siempre tuve un dilema. Me pregunto si las personas que se van para el otro mundo, las que las dejan de usar, se las ceden a los nuevos niños que nacen. ¿Es posible que las huellas se repitan? ¿No podría tener una, acaso, las huellas digitales de Catalina la Grande? Mi primo, cuando era chico, decía que las huellas podían borrarse con un pequeño corte de gillete (“las de los dedos índices”, aclaraba, “porque son las únicas huellas que guarda la policía”). También estaba el niño que contraargumentaba, "eso es imposible; las huellas, por más que uno las borre, a las dos o tres semanas vuelven a crecer”. Los recuerdos también son huellas, y por momentos tienden a desaparecer. Solo que, cuando una quiere, crecen de nuevo. Las estaciones también dejan rastros. El invierno, por ejemplo, ha dejado estalactitas de sopa en mi freezer. En un par de semanas voy a descongelar la heladera. Hay que dejar lugar a los víveres de primavera. Esta es, espero, la última sopa de invierno que hago. Y justamente, de todas las sopas, mi preferida:

Ingredientes
1 kilo de zapallo dulce pelado y troceado
2 litros de caldo (de lo que quieran)
1 manojo de cilantro fresco
1 cebolla
1 diente de ajo
1 cucharadita de curry y otra de jengibre en polvo
Si tienen, leche de coco (yo no tenía...)

Poner aceite de oliva en una cacerola grande (yo usé la essen porque es la que mejor me resulta). Agregar el diente de ajo entero (pelado). Apenas empiece a tostar, agregar la cebolla cortada fina. Saltear hasta que empiece a trasparentar. Agregar luego el zapallo pelado y cortado en trozos. Condimentar con el curry y el jengibre en polvo. Revolver bien y dejar fritando 10 minutos.
De a poco ir incorporando el caldo caliente. Dejar hervir el fuego hasta que el zapallo esté tierno. Agregar las hojas de cilantro. Tapar la olla y dejar reposar. Procesar en licuadora o minipimmer.
Si tenemos en la heladera, al momento de servir, agregar un poco de leche de coco, que le dará un saborcito mágico a la sopa.

Me despido de ustedes, dejando marcas de dedos no muy bien lavados por todos lados: en la puerta de la heladera, en el escritorio, en las teclas de esta computadora...  y también dejando otras huellas, más exquisitas:

Huellas, de Mario Benedetti
(Fuente: Documenta mínima)

En el archivo de las fichas policiales, aquella huella digital estaba a oscuras y se encontraba sola, abandonada. Sentía nostalgia de su mano madre, y sus líneas finas, delicadas, eran como un escorzo de su tristeza. Por eso, cuando se encendió la luz y alguien colocó a su lado una nueva huella, tal irrupción generó una alegre expectativa.
Una vez que el funcionario apagó la luz y cerró la puerta, la huella primera se atrevió a decir:
–Hola.
–Hola –respondió con voz ronca la recién llegada.
–Qué suerte que viniste. A esta altura, la soledad ya me resultaba insoportable. ¿De qué pulgar venís?
–De la mano de un periodista. ¿Y vos?
–Fuerzas represivas.
–Dura tarea, ¿no?
–¿Por qué lo decís?
–Torturas, bah.
–Se habla y se publica mucho, pero no siempre es cierto.
–¿Nunca?
–A veces sí. Reconozco que mi pulgar siguió un curso intensivo de picana.
–¿Cuál es tu mejor recuerdo?
–Si te voy a ser franco, cuando nos encomendaron tareas administrativas. Allí no había llantos ni puteadas ni alaridos. ¿Y el mejor de tu pulgar?
–El tacto de cierto ombliguito femenino. Una colega francesa y el dueño de mi pulgar estuvieron cubriendo los Juegos Olímpicos con variantes de yudo que los dejaron bastante complacidos.
–¿Por qué te tomaron la impresión digital?
–Renovación de cédula. ¿Y a vos?
–Tres años de arresto. Derechos humanos, comisiones de paz, desaparecidos, todas esas majaderías.
–Y aquí ya ves, todos iguales.
–¿Qué nos queda?
–Resignarse. Mi pulgar era ateo.
–Mi pulgar, en cambio, era creyente.
–Eso no importa. Después de todo, la mano de Dios no deja huellas.

Mario Benedetti, "El porvenir de mi pasado", Alfaguara, Madrid, 2003, 216 páginas.

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