En general, no soy de las que atienden el teléfono fijo de la casa. Como no tengo identificador de llamadas, antes de atender, acudo a la intuición. Por el día, horario o fecha, más o menos sé quien puede estar llamando. Si el teléfono suena a la mañana temprano, son los de Telefónica. Si suena un sábado al mediodía, es el llamado de un estudio jurídico que busca con insistencia a una tal Amalia que,–según me contó la operadora en las épocas que yo atendía- sacó un crédito para comprar muchos electrodomésticos y luego se dio a la fuga. Cercana a la fecha de elecciones, hacia las siete de la tarde, llaman los políticos; son estas voces grabadas que empiezan diciendo “hola, no me corte”. Los domingos, alrededor de las seis, suele llamar una tía que busca a un sobrino que tiene un número igual al mío, excepto por el número del medio. La tía esta, que sufre de cataratas, me contó que su sobrino nunca la llama y que necesita desesperadamente pedirle un favor. Una vez me ofrecí a llamarlo yo misma y le pedí el número correcto, pero la señora hizo un largo silencio, soltó un triste suspiro y luego, me cortó. Sospeché entonces que ese sobrino no existía y, con cierta congoja, también dejé de atender los llamados de los domingos a la tarde.
Pongo en pausa esta conversación y la retomo al final.
A la cocina: esta receta es de mi amiga Juana de La cocina de Babel. Le hice un par de variaciones mínimas, aunque ustedes pueden clickear sobre Hummus de garbanzos y remolachas y leer la receta original.
A la cocina: esta receta es de mi amiga Juana de La cocina de Babel. Le hice un par de variaciones mínimas, aunque ustedes pueden clickear sobre Hummus de garbanzos y remolachas y leer la receta original.
Ingredientes:
1 taza de garbanzos cocidos.
2 remolachas grandes cocidas
Jugo de medio limón
2 remolachas grandes cocidas
Jugo de medio limón
1 diente de ajo
5 cucharadas de aceite de oliva
Sal, comino y pimentón dulce.
1 cucharada de tahina (si tienen)
Procedimiento:5 cucharadas de aceite de oliva
Sal, comino y pimentón dulce.
1 cucharada de tahina (si tienen)
Llevar a minipimmer o licuadora los garbanzos (sin nada de agua), las remolachas cocidas, peladas y cortadas en cubos, el diente de ajo (sin lo verde del medio), el jugo de limón y, si tienen, un poquito de tahina. Salar y agregar el comino y el pimentón. Procesar un par de minutos, hasta conseguir una pasta consistente. Rociar con sésamo y un poco más de aceite de oliva. Y ya. Muy fácil. Muy deliciosa. Muy colorida. Y muy alegre, como todo lo que postea Juana.
Retomo el tema del teléfono. Como decía, para atender el teléfono fijo de casa, me manejo con la intuición. Sin embargo, hay ciertas llamadas que me son imposibles de adivinar. Las que suenan entre las diez y las doce de la noche son siempre muy misteriosas, yo las atiendo con cierto temor pero también con mucha curiosidad. Ahora, justamente, son las diez de la noche y suena el teléfono. Así que los tengo que dejar.
El que jadea
De Juan José Millás
(extraído de Documenta Mínima)
Descolgué el teléfono y escuché un jadeo venéreo otro lado de la línea.
—¿Quién es? –pregunté.
—Yo soy el que jadea –respondió una voz neutra, quizá algo cansada.
Colgué, perplejo, y apareció mi mujer en la puerta del salón.
—¿Quién era?
—El que jadea —dije.
— Habérmelo pasado.
—¿Para qué?
—No sé, me da pena. Para que se aliviara un poco.
Continué leyendo el periódico y al poco volvió a sonar el aparato. Dejé que mi mujer se adelantara y sin despegar los ojos de las noticias de internacional, como si estuviera interesado en la alta política, la oí hablar con el psicópata.
—No te importe —decía— todo lo que quieras, hijo. A mi no me das miedo. Si la gente fuera como tú, el mundo iría mejor. Al fin y al cabo, no matas, no atracas, no desfalcas. Y encima le das a ganar unas pesetas a la Telefónica. Otra cosa es que jadearas a costa del receptor. La semana pasada telefoneó un jadeador desde Nueva York a cobro revertido. Le dije que a cobro revertido le jadeara a su madre, hasta ahí podíamos llegar. Por cierto, que Madrid ya no tiene nada que envidiar a las grandes capitales del mundo en cuestión de jadeadores. Tú mismo eres tan profesional como uno americano. Enhorabuena, hijo.
A continuación escuchó un poco sofocada dos o tres tandas de jadeos, y colgó con naturalidad. Yo intenté reprimirme, creo que cada uno puede hacer lo que le dé la gana, pero no pude. Me salió la bestia autoritaria que llevo dentro.
—No me parece muy edificante la conversación que has tenido con ese degenerado, la verdad.
Ella se asomó a la página de mi periódico y al ver las fotos de las amantes de Clinton por orden alfabético respondió que un lector de pornografía barata no era quién para meterse con un pobre jadeador que vivía con su madre paralítica, y cuyo único desahogo sexual era el jadeo telefónico.
Me mordí la lengua para no discutir, porque era sábado y quería empezar bien el fin de semana. Pero el domingo, mientras mi mujer estaba en misa, telefoneó de nuevo el jadeador y le mandé a la mierda.
—Se lo voy a contar a tu mujer —respondió en tono de amenaza—. Le voy a decir cómo tratas tú a la gente educada y te vas a enterar de lo que vale un peine.
—Tampoco es para ponerse así —dije dando marcha atrás, no tenía ganas de líos domésticos—. Es que me has cogido en un mal momento. Discúlpame.
—Está bien, está bien. ¿Y tu mujer?
—Se ha ido a misa.
—Dile que luego la llamo.
Me quedé un rato pensativo. Desde pequeño, siempre había deseado jadear por teléfono, pero mis padres decían que era una cosa de enfermos mentales. Me he perdido lo mejor de la vida por escrúpulos morales, o por prejuicios culturales, no sé. Pero al ver aquella relación tan sana entre mi mujer y el jadeador pensé que no podía ser malo. Así que marqué un número al azar y me puse a jadear como un loco, intentando recuperar los años perdidos.
—¿Quién es? —preguntó con cierta alarma una mujer cuya voz me resultó familiar.
—Soy el jadeador —dije con naturalidad.
—Espere, que le paso a mi marido.
El marido resultó ser mi padre, nos reconocimos enseguida: inconscientemente, había marcado su número. Me dijo que ya sabían los dos que acabaría así y colgó. Luego llamaron a mi mujer y le contaron todo. Ella dice que quiere abandonarme, por psicópata, y me ha pedido que le firme unos papeles.
—Jadear a tu propia madre. ¿Dónde se ha visto eso?
Nunca acierto, sobre todo cuando imito a los demás para ponerme al día. Total, que ahora ya no puedo dejar de jadear, pero de angustia, aunque mis padres creen que lo hago por vicio.