domingo, 24 de abril de 2011

El invitado de abril: Dech Chinen


Festejamos este domingo de pascuas con un invitado muy especial. El autor de la receta, como bien dice el título, es Diego Dech Chinen. Dech es un tipo cuarenta por ciento japonés, treinta chino, veinte coreano y ochenta argentino (un ciudadano que suma, digamos). Trabaja (a veces) como Jefe de Producción, otras veces hace de Socio-Gerente de la Pyme At the camion. Es, asimismo, autor intelectual de la página de infiltración ideológica peronista 1 Volt Cumple y, en sus años mozos, fue integrante de la banda indi-hardcore-postpunk y de denuncia social TINTOREROS (cliqueando sobre "Tintoreros" pueden ver el video y ayudarlo a sumar visitas).  Bueno, no meto muchas más palabras porque en esta entrada lo que tiene que lucir es la receta. Y sepan disculpar el amasijo idiomático de la redacción del cocinero, pero como tiene la cabeza muy grande -en el sentido metafórico del término- y muy completa, por momentos se le cruzan algunos términos.
Ahora sí: con ustedes, el inigualable, el multifacético, el misterioso, el compañero, el forajido, el único, el DECH CHINEN.





miércoles, 20 de abril de 2011

Papines al romero


Durante los cuatro días libres que tuve en enero, pinté el baño. Durante los cinco días libres de febrero, la habitación. En marzo, el primer día libre que tuve pinté el pasillo y los anteúltimos tres, el living. Los últimos días de marzo permanecí en cama por un trastorno estomacal provocado por sobredosis de miorrelajantes. En el mes de abril tuve, al momento, dos días libres (contando hoy). Durante estos dos días pinté la cocina (no la parte donde se enciende el fuego, aclaro) y, si no me equivoco, ahí se terminó mi casa. Luego, en mayo, espero, iniciaré el plan restauración de puertas, ventanas, placard y macetas. Presumo que en las próximas navidades estaré en condiciones de decir, “ya decía yo que iba a poder”. Espero que para ese entonces lo blanco de las paredes aguante, puesto que no lijé, no rasqueteé, mucho menos enduí y por último, donde había partes descascaradas, apreté con los dedos, pasé fijador y tapé con al menos cuatro manos de pintura. Calculo que en corto plazo las paredes darán un concierto.

Todo esta larga y penosa introducción para decir que como mi cocina es un desastre, apenas tuve tiempo de cocinar. Pero siempre hay espacio  para alimentar el espíritu y rellenar este blog, así que paso una receta muy rapidita, sencilla y simplona que, acompañada por una buena salsa (o kétchup y mayonesa, si es que estamos trabajando con la brocha) se convierten en el mejor nutrimento del trabajador doméstico. 
Ingredientes:
1/4 taza de aceite de oliva, 2 dientes de ajo, 1/2 kilo de papines andinos, romero fresco, sal y pimienta.
Hervir los papines (con la piel) en agua y sal por 15 minutos. Colar y reservar.
Calentar el aceite de oliva en una sartén, agregar los dientes de ajo (enteros o machacados, según crean conveniente) y luego agregar las papas y las ramas de romero. Retirar, salar y pimentar y servir.
Si preferimos evitar ensuciar una olla (porque no tenemos lugar donde lavarla), podemos cortar los papines al medio y freírlos en abundante aceite (con cáscara y todo). Luego los pasamos a un plato cubierto de papel y salamos, pimentamos y agregamos romero picado fresco y un par de dientes de ajo machacados.
Y ya que mi introducción parece la de un presidiario en libertad condicional (o de una loca, según les sugiera la imaginación), damos fin a esta receta con la historia de un preso salvado de la muerte y de los quehaceres domésticos gracias a su fuerza de voluntad e ingenio. 
Extraído de Narrativa breve, con ustedes:

"Historia fantástica"
Del escritor argentino Marco Denevi:
Cuenta fray Jerónimo de Zúñiga, capellán de la prisión del Buen Socorro, en Toledo, que el 7 de junio de 1691 un marinero natural de las Indias Occidentales, de nombre Pablillo Tonctón o Tunctón, de raza negra, condenado al auto de fe por brujo y otros crímenes contra Dios, se evadió de la cárcel y de ser quemado vivo pidiendo a sus guardianes, tres días antes de marchar a la hoguera, una botella y los elementos necesarios para construir un barco en miniatura encerrado dentro del frasco. Los guardianes, aunque el tiempo de vida que le quedaba al reo era tan breve, accedieron a sus deseos. Al cabo de los tres días el diminuto navío estaba terminado en el interior del vidrio. La mañana señalada para la ejecución del auto de fe, cuando los del Santo Oficio entraron en la celda de Pablillo Tonctón, la encontraron vacía lo mismo que la botella. Otros condenados que aguardaban su turno de morir afirmaron que la noche anterior habían oído un ruido como de velas, chapoteo de remos y voces de mando.

miércoles, 13 de abril de 2011

Salmon rosado a la mostaza y miel


De vez en cuando Con el tenedor en la mano desaparece del Veraz y registra saldo positivo en la cuenta bancaria. Por ser una receta un poco salada, va dedicada al pequeño y mediano burgués. Con ustedes, el clásico salmón rosado a la mostaza y miel, el mismo que se sirve en los restaurantes de los hoteles 5 estrellas (bueno, está bien... de cuatro). Una delicia. Y después de esto, los que no vivimos en San Isidro, a festejar con arroz blanco toda la semana!

Ingredientes (por acomodado):
1 rodaja de salón rosado
1 cucharada de mostaza de djion
1 cucharada de miel
1/2 vaso de vino blanco
1/8 taza de aceite de oliva (si es español, cuanto mejor)
1/2 limón exprimido
Sal y pimienta
Para acompañar: rodajas de ananá en almibar.

El procedimiento es muy simple: forramos una bandeja con papel aluminio. Acomodamos el salmón, salamos y pimentamos y, por encima, echamos el jugo de limón, la mostaza, la miel, el aceite de oliva (todos mezclados previamente) y  la mitad del vino blanco. Tapamos con papel alumnio y llevamos al horno. A los 10 minutos, agregamos el vino blanco restante y dejamos unos minutos más. El acompañamiento que mejor le va es el ananá en almibar. Pero si su costado progre se los impide -y antes de usar el falso argumento "el ananá me causa acidez"- pueden reemplazarlo por unas papas hervidas con pimentón. Fácil, eh?

Y ahora sí, reacomodandome a mi estatus social me despido, repasador en mano, con un bello cuento subversivo. Extraído de la página NarrativaBreve, con ustedes:
Revolución
De Sławomir Mrożek (1930-), escritor, dramaturgo y dibujante de cómics polaco:
En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa. Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí. Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver. Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable. Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista. La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida. Pero al cabo de cierto tiempo, la novedad dejó de ser tal y no quedó más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio. Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista. Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por “ese cierto tiempo”. Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario. Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución. Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna. Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez, “cierto tiempo” también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio -es decir, el cambio seguía siendo un cambio-, sino que al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo. De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama. Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba. Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario...

miércoles, 6 de abril de 2011

Berenjenas en escabeche


Más que hablar de las cualidades nutricionales y vitamínicas de las berenjenas, preferiría reivindicarlas por su condición estética. No hay piel, en el mundo de las hortalizas, más insólita que la de las berenjenas:  es negra, lisa, tornasolada y de tenues y delicados reflejos morados. El encanto dura poco. A los seis, siete días de permanecer en la heladera su piel se arruga, se marchita y por fin, padece (aggg, me golpea la crisis de los cuarenta años, voy a cambiar de tema).
Para hacer esta receta debemos prescindir de esta interpretación poética (básicamente para no sentir que  pasamos a la berenjena por las armas) y también armarnos de paciencia, ya que debemos aguardar bastante tiempo antes de probar el resultado.

La receta
Ingredientes:
1/2 kilo de berenjenas, 2 dientes de ajo, pimienta en grano, laurel, aceite de maíz, vinagre, sal y aji molido.
Lavar y secar las berenjenas.  Cortarlas en rodajas de 1 cm. Colocar sobre colador y espolvorear con sal gruesa unas horas (o toda la noche). Las berenjenas empezarán a escurrir agua. Al cabo de ese tiempo, enjuagar las rodajas, retirar la sal y llevar a una olla. Cubrir con agua y vinagre (o solo vinagre) y hervirlas a fuego medio. Cuando estén tiernas, las retiramos y las dejamos escurrir en un colador. Luego las apoyamos sobre un plato cubierto de servilletas para quitarles toda el agua posible. Poner una capa de rodajas en un frasco esterilizado. Por encima agregar ajo picado, aji, granos de pimienta, laurel y cubrir de aceite. Volver a agregar berenjenas y repetir el proceso hasta completar el frasco. Tapar bien y llevar (boca para abajo sin son valientes) a un lugar seco y oscuro por un par de meses. Y ya está. A esperar.
Otro día de suerte para mí porque puedo rematar esta receta con un acertadísimo cuento que encontré en la página de Cuentos y más. ¡Ciao!

Escabeche de berenjenas
De Úrsula Buzio

La casa estaba a oscuras, en medio de la noche casi blanca y de un silencio sepulcral. El hombre bajó del caballo y comenzó a llamarla a los gritos y con insultos, como de costumbre. De un puntapié abrió la puerta, lo recibió el olor inconfundible del escabeche de berenjenas. Era su plato preferido; ella lo preparaba como nadie, aunque él nunca se lo dijo.
Siguió avanzando sin dejar de blasfemar y de un manotazo corrió la cortina que separaba los ambientes. La ventana estaba abierta y pudo verla a la luz de la luna. Su sorpresa duró apenas un instante. “Infeliz”, murmuró con desprecio y, quitándose el cuchillo que llevaba en la cintura, de un solo tajo corrió la soga. El cuerpo inerte de la muchacha se ovilló en el suelo. Salió de la pieza sin mirarla.
Al pasar frente al aparador se detuvo; frascos de diferentes tamaños, en fila sobre un estante, lo estaban esperando. Los acomodó cuidadosamente en una bolsa de cuero y se fue hacia la noche. No sabía que llevaba consigo a su propia muerte, repartida en pequeñas dosis de veneno.

En frasco chico. Editorial Colihue.

sábado, 2 de abril de 2011

Postre casero de chocolate


Habiendo tantas opciones prácticas para hacer postres (como ser, los de cajita), no creo que esta receta le interese a los modernos de ahora. Y habiendo tantos postres en envases tan atractivos (como ser, el los dibujos de Spiderman pisandole la cabeza a Hydro Man), tampoco creo que sea de interés para los niños del presente. Así que esta entrada va dedicada a las abuelas de antes y a los niños que por las noches se van a la cama con muñeco de trapo y libro de cuentos bajo el brazo.
Para 6 pasados de moda:
1 litro de leche, cuatro yemas de huevo, 150 gramos de chocolate rallado, una cucharada de maicena y seis cucharadas de azúcar.
Preparación:
Calentar la leche en una ollita. Revolver constantemente. Agregar el chocolate rallado y seguir removiendo con cuchara de madera. Cuando la leche hierva, separar del fuego, añadir las yemas batidas previamente con el azúcar, la cucharada de maicena previamente disuelta en un par de cucharadas de agua o leche y seguir revolviendo por un rato largo hasta que todo se disuelva muy bien. Volver a llevar la ollita a la hornalla y, sin dejar de revolver, volver a calentar hasta que el postre tome consistencia. Luego verter en tarritos y llevar a la heladera por al menos 3 horas.

Como de costumbre, el plato fuerte de este post no es la receta, sino el cuento. No hay mejor postre para el final de esta velada, ni mejor incentivo para alcanzar el sueño, que este microrrelato que transcribo a continuación. Es uno de lo más hermosos que he leído últimamente. Fue ganador del concurso Microcuento Fantástico miNatura 2009.
¡Que lo disfruten!
John Seal
De Annabel Miguelena (Panamá)
Mi hermano Felipe nunca me dejó jugar a eso. Era un asunto de varones. Tampoco me interesaba, pero moría por descubrir de dónde le salía tanta pasión por sus soldaditos. Sí, de esos verdes que vendían los buhoneros por montones. Y es que ni en sueños me los prestaba, pero sí estaba a la orden del día para plantarse a jugar con ellos sobre mi panza. Juraba que era un campo de batalla real. Yo lo dejaba. ¿Por qué iba a echar a perder la fantasía de mi hermanito? Aunque, a veces me fastidiaba el constante ¡Bang! ¡Bang! Que gritaba, mientras combatía con sus muñecos.
Así estuvo por años, hasta que un día jugando en mi vientre empezó a sollozar.
—¿Que te ocurre, Felipito? —le pregunté con ternura.
—¡Ha muerto John Seal!
—¿Y quién es John Seal?
—El soldado más valiente. ¡Un héroe! El mejor de los amigos y el guía de nuestras exploraciones. Sin él no quiero pelear contra los malvados Grish. Pero, ¿sabes? Ya no lloraré. Seguro que no le agradaría verme así. Yo mismo le daré cristiana sepultura en este campo de batalla, y su honor será recordado para siempre.
Desde ese día, se acabó la lucha en mi panza. No más soldaditos, ni malvados Grish. ¡Sabrá Dios quiénes eran! Y me convencí por años que fue porque mi hermanito había crecido. Seguiría creyéndolo, si no fuera porque a los veinte años me operaron de una hernia y en plena cirugía, el doctor sustrajo una pequeña calavera desde lo más profundo de mi ombligo.
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