domingo, 18 de abril de 2010

Cazuela helada


Esto que ven en la foto es mi primer intento de hacer cazuela helada para gazpacho. La receta la robé de una página española que descubrí hace unos días y donde tienen unas recetas y fotos maravillosas. No sólo son la envidia de cualquier cocinero, sino también la de cualquier fotógrafo. La página se llama webosfritos, (le pegaron hasta en el nombre) y la pueden encontrar clickeando sobre la palabra. Ahora, tengo que criticarles algo desde mi más sincera envidia: ese cuenco hermoso se derrite a los cinco minutos de sacarlo del freezer. Es decir, es tan solo efímera contemplación de los humildes. La receta del cuenco está en la página de webos fritos pero igual  les cuento brevemente cómo se hace:


Primero: necesitamos dos cazuelas o bols de forma igual o parecida. Lo mejor es que sea uno más grande y otro más chico. Si no, dos iguales. En el fondo de la cazuela más grande (o la que va abajo), poner unas hojas de orégano, menta, perejil, o cualquier hierba comestible. Se trata de hacer un piso de hielo para poder luego sumar la otra cazuela encima. Cuando el fondo está helado, forramos los laterales con más hojas de hierbas, o alguna planta, granos de pimienta o flores. Colocamos la segunda cazuela encima y agregamos agua por los costados para completar sin que llegue a rebalsar. Llevamos al freezer unas cuantas horas. Luego lo sacamos y dejamos a temperatura ambiente un rato (o frotamos los dos cuencos con un repasador con agua caliente) para poder despegar las cazuelas. Cuando se despegue, pasamos el dedo por los bordes para darle forma más prolija y después lo volvemos a meter en una bolsa de nylon hasta que lo vayamos a usar, necesitar o simplemente admirar. Debería pasar la receta del gazpacho, pero la voy a dejar para cuando me salga una foto más agraciada.
Me despido de ustedes entre gotas de agua provenientes del deshielo de mi hermoso cuenco:

Julio Cortázar. Aplastamiento de las gotas
Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.
Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.

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